Relato

8/6/2024

Diarios del Chomolungma

blog-post-image

Relato

Diario del autor

1103 16



Llevaba esta idea de hacer “algo” con la expedición británica al Everest de 1924, desde hacía tres años, en oportunidad de haber hecho una nota conmemorativa, a la expedición de 1921, nota que tuve la necesidad de incluir en este libro, en el capítulo de “El diario de Howard-Bury”.

 

La primera vez que tomé conocimiento con la cuestión Mallory-Irvine, lógicamente, como a la mayoría de los aficionados a la montaña, me estremeció.

 

Pero por aquél entonces, me estremeció el hecho de haber dejado abierta la posibilidad de una conquista, casi treinta años antes, de la “conquista oficial”.

 

Luego de haber trabajado durante este tiempo, para el desarrollo de esta obra, aquel estremecimiento original, pasó obligatoriamente, a un segundo plano.

 

Entendí, que si George y Andrew, llegaron a la cumbre del Everest aquel 8 de junio de 1924, no afectaría en lo más mínimo, el logro de Edmund Hillary y Tenzing Norgay, porque simplemente, toda la historia, ya estaba escrita. En todo caso, habría que considerar un capítulo adicional, a esa historia ya escrita. La historia de Hillary y Norgay, fue también una epopeya memorable.

 

Una salvedad. Muchos dicen también que la verdadera cumbre de una montaña, se logra tras completar todo el circuito; o sea, subir, llegar, y bajar sano y salvo. Si, para los papeles suena fantástico. Pero el primero que puso el pie allí arriba, fue el primero, haya salido, o no con vida. Fue el primero, y el segundo, el que pudo haber vuelto vivo de la gesta, siempre va a saber que hubo alguien antes, que “estuvo allí”.

 

Cuando hace algunos años, seguimos la carrera por ver quien era la primera mujer en cumplir con el desafío de completar las catorce cumbres superiores a ocho mil metros, sucedió que Edurne Pasaban, completó el desafío, antes que Gerlinde Kaltenbrunner, quien lo concluyó un tiempo después, convirtiéndose en la primera mujer en lograrlo, sin la utilización de oxígeno suplementario, a diferencia de Edurne, que hizo una de las cumbres con oxígeno. Pero Edurne fue la primera, por más que se le busque la vuelta.

 

Lo mismo aplicará para el Everest si algún día aparece la “prueba tan buscada”. ¿Pero cambiará algo? Pues no. Norgay y Hillary ya cosecharon todos los laureles, y fin de la historia.

 

Pero volviendo al tema del “estremecimiento”. Mencioné que aquel estremecimiento original había pasado a un segundo plano. Y esto fue porque en aquella expedición, existieron otros factores superlativos que hicieron de aquella gesta, algo verdaderamente monumental, en todo sentido.

 

En el sentido del despliegue, por supuesto. En el sentido del análisis de las posibilidades, y la información que aquellos doce “pioneros” dejaron para las generaciones posteriores, y mucho más cerca aún, para colegas que en los años subsiguientes hicieron el intento, fue algo, también monumental.

 

La información. Ese factor que hoy en día, cien años después, rige nuestras vidas, fue también fundamental para quienes siguieron la senda.

 

La importancia que tuvo también la expedición de 1921, a cien años de distancia, no ocupa a mi entender, el merecido espacio que debiera, por el simple hecho, de haber realizado durante seis meses, un relevamiento del terreno sin precedentes, que como fruto final derivó en dos palabras, tan simples como complejas al mismo tiempo: los mapas.

 

La expedición de 1921, abrió el camino para todas las que siguieron, inclusive para la conquista de 1953, que se realizó por “otra vía”, la primera vez que se accedía por la vertiente sur. Si bien hubo un relevamiento en 1950, la expedición de 1921, mostró lo que allí había, mirándolo desde la ventana del vecino, porque no se les permitió acceder al terreno, hasta después de la segunda guerra.

 

No obstante, y a mi humilde entender, el mayor legado de la expedición de 1924, fue otro. Y el protagonista, fue precisamente alguien que no participó activamente de la expedición, por esas cosas de los imprevistos. El mayor legado entonces, fue el del General Charles Granville Bruce, el líder innato de esta expedición, y líder por excelencia de estos tipos de empresa.

 

Con su simplicidad para establecer el contacto con una cultura absolutamente diferente, con el lugar que él le dio a aquella gente, que luego se proyectó a través de los años, llegando a nuestros días, con su conocimiento sobre las costumbres de aquel pueblo, y todos los factores inherentes al pueblo sherpa, el General Bruce fue quien posibilitó esa simbiosis que hoy en día perdura, entre dos culturas muy diferentes, que un par de veces al año, tienen que interactuar juntas, para seguir dando cuerda al espectáculo maravilloso del himalayismo, alpinísticamente hablando. Espectáculo, que hoy en día, con todos los condimentos que ya conocemos, puede o no gustarnos, pero es innegable que se trata de un evento que hace feliz a mucha gente. A quienes van allí a despuntar sus sanos vicios, también sus negocios, y por sobre todas las cosas, algo que destaco también en el capítulo dedicado al General Bruce, la fuente de trabajo, que durante décadas, el himalayismo proveyó a todo el pueblo sherpa, a ambos lados de la cordillera. El General Bruce, fue el pilar de toda esa obra.

 

Ese es mi parecer, lo que rescato de la expedición de 1924, por supuesto, más allá de la gesta en sí, y de todos sus pioneros. Todos. Porque así lo fueron.

 

Quise también dejar un espacio muy especial para el Coronel Edward Felix “Teddy” Norton, “mi compatriota”, que lo pudieron ver en el último capítulo.

 

Alguien me dijo, hace un tiempo, cuando se enteró que estaba trabajando en este libro, que no me olvidara de él. Por supuesto que no, yo ya estaba trabajando en eso. Logré contactar a su nieto, Christopher, tras una ardua búsqueda, quien me proveyó de importante e inédita información del Coronel, volcada en este libro.

 

Lógicamente, Teddy Norton, era británico. Toda su vida, su carrera, la desarrollo en Gran Bretaña. Pero era un poquito argentino también. Nació y vino varias veces a la Argentina, por temas comerciales, y para escalar las montañas, que en definitiva, fue la actividad que lo apasionó.

 

Sorpresivamente, la mayor información que obtuve acerca de la vida de Teddy Norton, vino de Gran Bretaña. Quiero destacar que nunca obtuve respuesta de todos los organismos nacionales, e inclusive historiadores, con quienes intenté comunicarme, aquí, en Argentina.

 

Para el final dejo la gran incógnita. Aquí en esta obra están todos los elementos para que cada uno pueda sacar sus propias conclusiones, y tomar un pensamiento respecto a si George Mallory y Sandy Irvine llegaron aquél día de junio, a la cumbre del Everest.

 

Saque entonces, cada uno de ustedes, su propia conclusión. Yo tengo la mía, que me la brindó esta investigación, pero principalmente me la brindaron esas dos personas que se cruzaron en 1999. George y Conrad Anker.

 

Conrad Anker, como lo he mostrado en su “diario”, ha llegado a una conclusión. Él tiene su pensamiento, que ya hizo público varias veces. En mi opinión personal, Conrad me ha confundido un poco. Su prueba en terreno, llegó a un resultado concluyente. Su opinión va por otro camino.

 

Conrad habla, en cierta manera, de la “dureza” y condiciones de ambos pioneros, comparándola con los exponentes de hoy en día, de que el mismo es parte. Aquellos eran tipos verdaderamente duros; Conrad piensa eso, pero deja ver que la evolución humana, específicamente del escalador de hoy en día, lo ha llevado a otro punto, que los pioneros no pudieron alcanzar por su propia naturaleza.

 

Más allá de este tema físico, para mí, hay dos elementos muy fuertes que juegan a favor de la cumbre de estos dos pioneros. La foto de Ruth, la esposa de George (vaya descubrimiento que hago), que no estaba en su bolsillo, y la posición de sus dos brazos, al encontrar su cuerpo.

 

Muchos argumentan que la foto pudo haberse perdido, aun sin cumbre, al verse George al borde de la catástrofe, y tomándola de su bolsillo. No hubo tiempo para ello. Los brazos estaban extendidos, como queriéndose sujetarse a la montaña. Resulta algo increíble que haya podido tomar la foto, y luego volver a extender uno de sus brazos hacia la posición original.

 

Pienso que a la foto no la llevaba consigo al caer. ¿Para que la hubiese sacado? … sino para dejar en la cumbre. Bueno, esta es una conclusión que tampoco tiene un gran sustento.

 

Otro factor muy fuerte, es que el mismo Conrad Anker, logró reconstruir el acceso a la cumbre, en las mismas condiciones que los pioneros, sacando la escalera china del segundo escalón. O sea, Conrad pudo. Lo que me lleva a pensar que George Mallory y Andrew Irvine pudieron haberlo logrado, teniendo en cuenta que estamos hablando de personajes extremadamente duros, a pesar de la conclusión de Conrad Anker, que es superlativamente respetable. Pero son opiniones. Yo elaboro las mías, sentado en un escritorio, no en la montaña por supuesto, pero analizando los elementos disponibles. Simplemente así, es este trabajo, puedes tomarlo, o dejarlo; o lo que es mejor, tomar todos estos elementos que te dejo, en este libro, y elaborar tu propia conclusión.

 

Un espacio final para el Chomolungma, y su pueblo. Aquel pueblo milenario, que sabe que sus deidades moran en la cumbre de aquellas montañas, y en ese sitio tan especial, donde convergen los dioses del Cho Oyu, Gyachung Kang, Chomolungma, Lhotse, y Makalu. Ese pueblo que no necesitó de mediciones ni teodolitos, para saber que estaban ante algo verdaderamente importante.

 

Y esa montaña, en particular, que ellos quieren que se llame Chomolungma, porque es su montaña. Porque allí arriba, reina la diosa Miyolangsangma, que no entiende de nombres occidentales.

 

En honor a esa gente, y por respeto a sus dioses, y costumbres milenarias, dedico el nombre de este libro.

Comentarios



No hay comentarios para esta publicación.

Publicar un comentario

Copia el codigo de seguridad