Relato

8/6/2024

Diarios del Chomolungma

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Relato

El diario de Frank

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“Estaba escaneando la cara desde la base. Acampé a través de un telescopio de alta potencia el año pasado cuando vi algo extraño en un barranco debajo del pedregal. Por supuesto que estaba muy lejos y era muy pequeño, pero tengo buena vista, y no creo que fuera una roca. Este objeto estaba precisamente en el punto donde Mallory e Irvine habrían caído, si hubieran rodado sobre las pendientes del pedregal”.

                                                           Frank Smythe, 1937

 

 

 

 

 

Frank Smythe fue un hombre muy temperamental, con un carácter muy particular, que tenía grandes facilidades para adquirir enemistades. También fue muy celoso de todo lo referente a su actividad. Nació en Maidstone, Inglaterra, el 6 de julio de 1900, y si bien no integró la expedición al Everest de 1924, tuvo un papel fundamental en lo que se refiere a la historia de dicha expedición.

 

Es uno de aquellos pioneros, y llamamos a todos estos grandes personajes de la historia del himalayismo, en particular, pioneros, porque lo fueron, porque empezaron a abrir el camino para las grandes cosas, sin saber, quizás, que ellos mismos, estaban realizando grandes epopeyas, que siempre serían recordadas.

 

Smythe quizás, no sea hoy en día muy conocido, dentro del mundo de la montaña, mucho menos fuera de él, pero fue un eslabón importante para aquel.

 

Su primera incursión en ochomiles, que para entonces se convirtieron en un objetivo fundamental para todos aquellos que realizaban la actividad, pero mucho más allá, inclusive, del carácter deportivo y humano, fue en el Kangchenjunga.

 

El Himalaya también, fue un gran objetivo político, muy disputado por las grandes potencias de post primera guerra, como un objeto para demostrar el poderío, en este caso, por fuera del campo de batalla.

 

El Kangchenjunga, había sido hasta mediados del siglo XIX, considerado como la montaña más alta del mundo, hasta que se descubrió, que existía otra aún más alta, que en realidad fueron dos, pero la historia del K2, viene por otro lado.

 

Claro, había un motivo para ello. El acceso a la montaña. El Kangchenjunga, ubicado en el límite entre la India, por entonces colonia británica, y Nepal, estaba al alcance de la mano. Y la prohibición para los británicos, por parte del reino de Nepal, de poder acceder a su territorio, hizo las cosas mucho más difíciles.

 

De allí que fue un tema de tiempo, e inaccesibilidad, el hecho de conocer que había una más alta. Pero como ya sabemos, para los ingleses, eso en realidad, no es ningún impedimento.

 

Smythe participó de la expedición internacional al Kangchenjunga de 1930, dirigida por el suizo-aleman Gunther Dyhrenfurth, junto a escaladores de Alemania, Austria, Suiza, y por supuesto, Gran Bretaña.

 

En realidad, fue una expedición mal planificada, que implicó numerosas dificultades con los porteadores durante el viaje desde Darjeeling a Nepal. Dyhrenfurth optó por atacar los difíciles y peligrosos acantilados de hielo de la cara noroeste, pero se vieron obligados a retroceder cuando la mayor parte del equipo quedó atrapado en una avalancha, y tuvo la suerte de sufrir solo una baja, el sherpa Chettan. Como consuelo, hicieron la primera ascensión al pico Jonsong de 7483 m, que en ese momento era la cumbre más alta jamás escalada, y quizás de manera única en una expedición al Himalaya, Smythe celebró otra primera ascensión, el pico Nepal de 7154 m, bebiendo champán y tocando un organillo. Pero el legado más perdurable de la expedición fue el libro de Smythe sobre ella, La aventura del Kangchenjunga.

 

“A grandes rasgos, existen dos tipos de montañas. Está la montaña que forma un punto que sobresale desde una cordillera, cresta o sistema glaciar, y existe la montaña que se distingue de otras crestas o cadenas, y posee su propio sistema glaciar. Un buen ejemplo del primer tipo, lo ofrecen las cimas del Oberland bernés. Aunque son magníficos individualmente, especialmente cuando se ven desde Mürren, o los Alpes de Wengen. Otro buen ejemplo es el gran pico del Himalaya, el K2. Aunque en muchos aspectos uno de los picos más maravillosos del mundo, es, propiamente hablando, sino una solitaria aguja de roca y hielo que se eleva sobre los glaciares y campos nevados de la Cordillera del Karakoram. De montañas independientes, no hay mejor ejemplo que Kangchenjunga. Es una montaña lo suficientemente grande como para poseer sus propios glaciares que irradian desde sus diversas cumbres, y aunque está rodeado de muchos picos subsidiarios, que añaden su cuota a los ríos de hielo derivados del macizo principal, los glaciares que fluyen hasta el borde de los bosques tropicales, que cubren los valles inferiores, son posesión indiscutible del Monarca.”

 

Así nos describe Smythe al Kangchenjunga, en su libro. Aquel fue su primer contacto con la gran cordillera, expedición que lógicamente, no alcanzó su objetivo principal, pero constituyó una puerta de entrada a un escenario que lo deslumbraría por el resto de su vida.

 

Un año después, llegaría el momento de un hecho fundamental, dentro de su trayectoria como escalador. Smythe dirigió su propia expedición al Himalaya a la región de Garhwal en la India, al norte de Delhi. Su equipo,  incluía a otro gigante de la exploración del Himalaya en la década de 1930, Eric Shipton. Aquí lograría la primera cumbre al monte Kamet, de 7756m, sobre el cordón principal de la cordillera del Himalaya.

 

Debido a su posición cerca de la meseta tibetana, el monte Kamet es muy remoto, y no tan accesible como varios de los picos más conocidos del Himalaya. También recibe mucho viento de la meseta. Sin embargo, según los estándares modernos, es un ascenso relativamente sencillo para una montaña tan alta. Si bien los intentos de escalar Kamet comenzaron en 1855, el primer ascenso no se realizó hasta aquel año de 1931. Fueron sus protagonistas, aparte de Frank Smythe, Eric Shipton, Romilly Lisle Holdsworth, el Dr. Raymond Greene, médico de la expedición, Bill Birnie y Lewa Sherpa. Kamet fue la primera cumbre de más de 7620m que se escaló, y la más alta alcanzada hasta el primer ascenso del Nanda Devi, cinco años después.

 

Luego de esa cumbre, sucedió un hecho muy particular, que quizás podemos inferir como el “condimento” principal, de esa debilidad, que a partir de entonces, Smythe sintió por la gran cordillera. Durante el descenso de la cumbre, y debido a una tormenta amenazante, el grupo de escaladores debió buscar un refugio apropiado para lo que se avecinaba. De esta manera, llegaron a un valle muy particular, que les encantó. Las flores del lugar, les hicieron parecer que estaban en un país de hadas.

 

Cuando Smythe regresó a Inglaterra, escribió un libro llamado Kamet Conquered, y en él nombró la zona como Valle de las Flores. El nombre que Frank le dio al Valle causó sensación. En uno de sus últimos libros, Frank escribió sobre el momento en que descubrió el Valle:

 

“A los pocos minutos nos quedamos sin viento, y bajo la lluvia, que poco a poco se hizo más cálida, a medida que perdíamos altura. Una densa niebla cubría la ladera de la montaña y nos detuvimos, inseguros en cuanto a la ruta, cuando escuché a Holdsworth, que era botánico y miembro de la expedición escalador, exclamar: ¡Miren eso!" “Seguí la dirección de su mano extendida. Al principio, no pude ver nada más que rocas. Entonces, de repente, mi mirada errante fue detenida por un pequeño toque de azul, y más allá había otros toques de azul; un azul tan intenso que parecía iluminar la ladera.”

 

En el mismo sentido, Holdsworth escribió:

"De repente me di cuenta de que simplemente estaba rodeado de prímulas. Al instante, el día pareció aclararse perceptiblemente. Se olvidaron todos los dolores, el frío y los porteadores perdidos. Crecía por todos los pequeños estantes y terrazas, a menudo con sus raíces en el agua corriente. A lo sumo medía quince centímetros de alto, pero sus flores eran enormes para su estatura y abundantes en número. En algunos casos hasta treinta, en la hermosa proporciones y en el color del azul francés más celestial y dulcemente perfumado. En todos mis viajes por la montaña, no había visto una flor más hermosa que esta prímula. Las finas gotas de lluvia, se aferraban a sus suaves pétalos como galaxias de perlas y cubrían sus hojas con plata. “

 

De esta manera, podemos ver cómo los escritos de Frank inspiraron a tanta gente a hacer una peregrinación al Valle. Para las personas que realizan la caminata, el Valle de las Flores es un viaje de siete días desde Delhi. Hoy es un parque nacional protegido.

 

Como su nombre lo indica, es una zona exuberante famosa por los millones de flores alpinas que cubren las montañas y laderas, y se encuentran a lo largo de arroyos helados.

 

Durante la mayor parte del año, el Valle de las Flores permanece oculto, enterrado bajo varios pies de nieve durante un invierno, que dura de siete a ocho meses.

 

No obstante, en marzo, el deshielo y el monzón, activan una nueva temporada de crecimiento. Hay un breve período de tres a cuatro meses, en  que se puede acceder al Valle de las Flores, generalmente durante los meses de julio, agosto y septiembre.

 

En 1937, Frank regresó al valle, donde disfrutaba especialmente de la botánica. Reunió especímenes y semillas y documentó sus descubrimientos.

 

El Valle de las Flores alberga más de 500 variedades de flores silvestres, y muchas todavía se consideran raras. Junto a las margaritas, amapolas y caléndulas, crecen prímulas y orquídeas, de forma silvestre. La rara amapola azul, comúnmente conocida como la reina del Himalaya, es la planta más codiciada del valle.

 

Este es quizás, el principal legado que ha dejado, más allá de la primera cumbre al monte Kamet, aquella expedición de 1931.

 

No obstante, Frank fue parte también, de las expediciones al Everest de 1933 y 1936. La primera, constituyó la cuarta expedición británica a la cumbre del mundo, y la tercera con intento de cumbre, ya que la primera de 1921, fue una expedición de reconocimiento.

 

Si bien esta expedición no tuvo éxito, se alcanzó la máxima cota hasta ese momento, de 8565m, en dos intentos protagonizados por Lawrence Warner y Percy Wyn-Harris, el primero; y nuestro conocido Frank Smythe, para el segundo. Lo interesante de esta expedición, fue que estos escaladores establecieron un record de altitud sin la utilización de oxígeno suplementario, que no fue superado sino hasta 1978, por Reinhold Messner y Peter Habeler.

 

Mientras Smythe descendía exhausto, y en solitario, comenzó a alucinar platillos voladores sobre la Cordillera Norte.

 

“Vi dos objetos de aspecto curioso flotando en el cielo. Se parecían mucho a la forma de los globos de cometa, pero uno poseía lo que parecían ser alas rechonchas y poco desarrolladas, y el otro una protuberancia que sugería un pico. Flotaban inmóviles pero parecían latir lentamente, una pulsación, por cierto, mucho más lenta que los latidos de mi propio corazón... Mi cerebro parecía estar funcionando normalmente y deliberadamente me sometí a una serie de pruebas”.

 

Más allá de esta última cuestión, sucedió un hecho que toca a nuestro tema central. En el primer intento de Warner y Wyn-Harris, se encontró el piolet de Andrew Irvine.

 

La expedición británica al Monte Everest de 1936, de la cual también fue parte Frank, fue un completo fracaso, y planteó dudas sobre la planificación por parte del líder Hugh Ruttledge. Las fuertes nevadas y un monzón temprano los obligaron a retirarse en varias ocasiones, y en el último intento dos escaladores sobrevivieron por poco a una avalancha. Esta fue la primera expedición en la que los escaladores pudieron llevar radios portátiles, para contactarse con la base y Darjeeling.

 

Lógicamente, como ha de saberse, la expedición no tuvo éxito, pero si podemos rescatar de ella, un hecho importantísimo, que  hace a nuestro tema.

 

En el año 2013, el hijo de Frank, Tony Smythe, publicó una biografía de su padre en la que describe un conjunto de copias de cartas que su padre envió durante la expedición de 1936.

Una era a Teddy Norton diciendo que al escanear la cara norte del Everest con binoculares desde el campamento base había visto algo que parecía un cuerpo. La expedición de 1933 había encontrado el piolet de Mallory, o Irvine, y lo que había visto estaba en un barranco justo debajo de donde se había encontrado el piolet. La carta de Smythe decía: "No se debe escribir sobre esto ya que la prensa causaría una sensación desagradable".

 

En 1999, Conrad Anker, encontró el cuerpo de Mallory en este lugar, las fotografías de sus restos aparecieron en los medios internacionales, y se propagaron como reguero de pólvora. Dos predicciones de Smythe se habían cumplido entonces.

 

Nos detenemos entonces un momento, para ver si podemos inferir, si el descubrimiento de Smythe fue tal, o solo una simple coincidencia.

 

Bien es sabido, que las personas, somos en general proclives a tomar determinados hechos a la ligera, cuando la primera impresión, nos resulta suficientemente convincente.

No obstante, debemos tener en cuenta otras cuestiones, que van un poco más allá, y nos ponen en camino de una realidad alternativa. Por ejemplo, para el montañista, autor, e historiador Mark Horrell, este hecho, podría estar bastante alejado de la realidad:

 

“Al contrario de lo que dicen los titulares, el cuerpo de George Mallory no fue descubierto en absoluto en el Everest de 1936. Simplemente, uno de los miembros del equipo de expedición de ese año, Frank Smythe, pensó que había visto una mancha en algún lugar de la cara norte, a través de un telescopio, y pensó que podría haber sido un cuerpo. Smythe estaba en el campamento base en ese momento, dieciséis kilómetros horizontales al norte, y tres kilómetros verticales debajo, lo que, mediante una aplicación cuidadosa del teorema de Pitágoras, nos dice que estaba a algo más de dieciséis kilómetros de distancia. Puede que muchos no estén de acuerdo, pero eso no equivale realmente a un descubrimiento.”

 

Interesante definición. A mi modesto entender, el hecho del descubrimiento o no, del cuerpo de Mallory, por parte de Smythe, sesenta y tres años antes de que lo hiciera Conrad Anker, debería formar parte también, de todo el halo de misterio que envuelve la propia desaparición de Mallory e Irvine. No es concluyente lo que dice Horrell, de ninguna manera, pero, ¿Si lo es lo que afirmó Smythe?

 

Para Horrell, las afirmaciones de Tony Smythe en su libro, “My Father Frank” de 2013, donde hace esta revelación respecto a la carta enviada por Frank a Teddy Norton, es solo una maravillosa pieza de marketing, cuidadosamente elaborada para emparentar el nombre de Mallory con el de su padre, y de esta manera, subir a Frank a escena.

 

Independientemente de estas afirmaciones, creo que fue muy acertado el haberlo hecho, porque no solo trae a un primer plano el nombre de Frank Smythe, un verdadero pionero casi olvidado, hasta que su hijo publica su libro, sino porque también agrega un condimento más al hilo principal de toda esta historia, que, si no es la más enigmática de la historia del himalayismo, sin lugar a duda, está claramente en el podio.

 

Frank Smythe, falleció joven, a la edad de 48 años, cuando contrajo malaria durante otra visita a Darjeeling en 1949. Pero el legado de Frank Smythe, como su carácter complicado, su convencimiento respecto a que había encontrado la ubicación precisa del cuerpo de Mallory, salieron a la luz gracias a esta última revelación. Tenzing Norgay, que había escalado con él durante las expediciones al Everest de la década de 1930, y se encontraba en Darjeeling en ese momento, describió su triste deterioro en su autobiografía El tigre de las nieves:

 

“Frank me dijo en un momento: Tenzing, dame mi piolet. Por supuesto, pensé que estaba bromeando, y respondí con alguna especie de broma. Pero él siguió exigiendo su hacha, muy en serio; pensó que estábamos en algún lugar de las montañas; y me di cuenta de que las cosas estaban muy mal con él. Poco después lo llevaron al hospital, y cuando lo visité allí no me reconoció, sino que simplemente se quedó en su cama con los ojos fijos, hablando de escaladas a grandes montañas”.

 

Tenzing también describió a Smythe como "el más famoso de todos los montañeros del Himalaya". Probablemente no sea tan conocido como sus contemporáneos Shipton y Tilman, las otras dos figuras destacadas de las expediciones al Everest de la década de 1930.

 

Pero su memoria merece un reconocimiento. Además, queramos o no, su nombre es otra pieza agregada a la leyenda de Mallory e Irvine, y el gran enigma final, si alcanzaron la cima del monte Everest, veintinueve años antes que Hillary y Norgay.

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