Por Carlos Eduardo González
Quienes me conocen, saben de mi admiración por el café desde hace tiempo. Y lógicamente, lo mismo me sucede con la composición. Existe entre ambos, café y literatura, una simbiosis muy particular, expresada a través de los siglos, por grandes autores, que necesitaron de esa mágica bebida, para poder componer, e inclusive, muchos de ellos la han hecho parte de sus relatos.
Le han dedicado frases, que pasaron a ser con el tiempo, interesantes definiciones acerca de esta bebida milenaria. Jessie Lane Adams, una escritora norteamericana contemporánea, fallecida hace muy poquito, pintó
al café con una frase, qué, a mi entender, es la más perfecta definición poética que se pueda encontrar con referencia a esta bebida. Ella dijo que “el café es un pedazo de cielo recién molido”. No se ha quedado atrás tampoco Catherynne Valente, que lo define como “un tipo de magia que puedes beber”. Son innumerables los autores y frases que han quedado a lo largo de la historia, como fiel testigo del lazo entre el autor, y –como dijo Catherynne- la mágica bebida.
Yo he llegado a comprarlo verde, crudo, y tostarlo yo mismo, a mi propio gusto. Es una forma de experimentar todo lo que este fruto, puede ofrecernos. Un sin número de combinaciones posibles, que se van a adaptar de distinta forma al paladar. Uno debe ir elaborándolo, hasta encontrar su punto preciso. Igual que un cuento, que una historia, que un relato, ni hablar de una poesía. Esa es la simbiosis. Porque además el café, hace al impulso, el que promueve toda la tarea de la composición, tal como lo manifiestan los grandes autores, que han quedado en la historia, por sus creaciones.
Lo he incluido en un párrafo de una mis historias, que todavía no salió a la luz, lo hará muy pronto. El párrafo dice así:
“Un vivificante aljibe en una hacienda abandonada a la vera del camino, proveyó entonces de un alivio refrescante, bajo la sombra de un ancestral árbol de caucho, que cobijaba sutilmente un cafetal desenfrenado de robusta, librado a las inclemencias de una selva, que día a día reclamaba su terreno.”
Robusta, junto a arábica, y libérica, son las tres especies más conocidas y comercializadas de café. También existen otras, muchísimas, entre las que se destaca la excelsa, que fue descubierta en África, a principios del siglo XX, pero no produce granos de alta calidad, a no ser que se la cultive con cuidado y precisión. El arábica es el grano por excelencia, el que nosotros habitualmente consumimos, que se lleva el setenta por ciento de la producción mundial. De calidad algo menor, está el robusta, muy utilizado para la fabricación de cafés instantáneos. El libérica, con menos del uno por ciento de la producción mundial, está reservado para otro nivel de consumidores, mucho más exigentes, produciendo sabores inigualables.
Bueno, por todo esto, es que he bautizado al blog como CafeDuMatin. Por el íntimo lazo de esta bebida con la composición, y mi predilección por ambas. Y por las mañanas, cuando me levanto, voy a mi cocina, abro el frasco, tomo los granos con la cuchara, los coloco en el molinillo, y doy marcha al ruido mágico. Son pocos segundos hasta que el aroma de ese cielo molido, empieza a penetrar en el cuerpo, a través del olfato. Invade el espíritu, y miro por la ventana, sin importar si hay sol, llueve, o está nublado. El hecho de beberlo después, es solo una consecuencia de aquel primer acto. Lo más importante, lo esencial, ya fue hecho con su aroma, porque ha logrado en ese simple acto, atraparte, y se ha adueñado de tu espíritu.
Por esto último, me he tomado el atrevimiento de definir al café, con una frase propia. Para mí, la magia del café, se desata al molerlo, con su aroma, allí está ya recorrido, más de la mitad del camino, de ese efecto mágico.