Relato

8/6/2024

Diarios del Chomolungma

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Relato

Los Pioneros

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EL Comité del Monte Everest ha recibido, a través de la cortesía del Sr. Edward Arnold, el siguiente extracto de una carta del Sr. Edward Rainey, Secretario Ejecutivo, al alcalde de San Francisco. El verano pasado, el Sr. Norman Clyde, de Independence, California, escaló dos picos en las cercanías del monte Whitney (14,501 pies), la montaña más alta de los Estados Unidos. No existe ningún registro de una escalada previa de estos picos. Sugirió al Sierra Club, que el Club patrocinara el nombrar estos picos en honor a Mallory e Irvine. El club así recomendado a la Junta Geográfica de los Estados Unidos, y la Junta ha dado su aprobación. Mallory, de 13,870 pies, está en la cresta principal de la Sierra Nevada, a unas cinco millas al sudeste del Monte Whitney. Irvine, de 13,790 pies, está aproximadamente a una milla al este de Mallory. Estos picos están en una región salvaje, y muy hermosa, y sus altitudes son similares, o superiores, a la de nuestros picos más interesantes.

Alpine Journal, mayo de 1926

 

 

 

George Herbert Leight Mallory

 

Nació en 1886, y se crió en Mobberley, una localidad al sur de Manchester, donde su padre era rector. Se convirtió en un académico de Winchester en 1900. Las matemáticas eran su materia más fuerte en la escuela. Nunca estuvo empeñado en una carrera militar, y ascendió al Magdalene College Cambridge, como expositor en 1905.

                                                                                        

George Mallory nunca había visto una montaña antes de 1904, para entonces, contaba ya con dieciocho años. Realizó su primera experiencia en los Alpes, junto a su compañero Harry Gibson. Él y Mallory eran gimnastas rivales, y ambos obtuvieron permiso de la universidad para encarar esa primera experiencia.

 

Algún tiempo, y siempre con su compañero de escalada, fueron a practicar a las ruinas del Palacio Wolvesey frente a la universidad, y que un salto de varios metros acababa de evitar un accidente debido al colapso parcial de una de las paredes. Esa fue la primera de una serie de temporadas alpinas inolvidables de George, y otros jóvenes allá, en los comienzos de lo que sería su gran pasión, en una vida relativamente corta.

 

Se hizo amigo de Robert Graves, quien inclusive, con el tiempo, se convirtió en su padrino de bodas. Graves fue un importante escritor y erudito británico, de larga trayectoria, quien falleció en 1985, a los noventa años de edad. Graves fue el responsable de introducir a George en el montañismo.

 

El propio Graves, relata una interesante anécdota que tuvo con el pionero: “Mi amigo George Mallory, una vez hizo una escalada inexplicable en Snowdon. Había dejado su pipa en una repisa, a mitad de camino, por uno de los precipicios de Liwedd, y se alejó por un atajo para recuperarla, luego volvió a subir por la misma ruta. Nadie vio qué ruta tomó, pero cuando vinieron a examinarlo al día siguiente para el registro oficial, encontraron un voladizo casi por completo. Por una regla del Club de los escaladores, los ascensos nunca se nombran en honor a sus inventores, sino que solo describen características naturales. Se hizo una excepción aquí. La escalada se registró de la siguiente manera: 'Mallory's Pipe.”

 

Realizó infinidad de incursiones en distintos picos de Europa. Pero la historia de las expediciones británicas al Everest, tuvo a George Mallory como gran protagonista. En la primera de 1921, Gay Bullock, era el único compañero que tenía Mallory con varios años de experiencia en los Alpes. El líder de la expedición no era escalador, pero hizo mucho para asegurar el éxito futuro.

 

Pero ninguna de las dos visitas posteriores, pudo proporcionar la inexpresable emoción que sintieron aquellos que primero identificaron la gran montaña, luego penetraron en sus recovecos, y trabajaron alrededor de sus lados hasta que finalmente encontraron la única ruta obviamente posible desde Chang-La. Al leer sus cartas de aquella época, y sus capítulos sobre el reconocimiento, uno siente que el Everest se está revelando a un hombre tan apto para comprender su majestuosidad, como para aceptar su desafío.

 

El Everest en 1921, es un sitio sublime. Es un lugar lleno de misterio y romance. En 1922, y aún más en 1924, aparece como la meta familiar y obsesionante al final de los tres kilómetros de cresta sin aliento, barrida por el viento, despiadada, y casi odiosa que la une al Collado Norte. Creo que el abandono de la empresa después de 1922, no habría sido una decepción para Mallory. Pero, afortunadamente, no existió ese abandono.

 

Para él, las montañas nevadas no eran simplemente enemigos a superar; eran cosas que alimentaban los manantiales de la reverencia y del cariño, haciendo que el hombre caminara con paso más ligero y con el corazón más agradecido por el camino de la vida. Pero cuando se le pidió que fuera, ese hombre no pudo negarse. Y su estado de forma en la tercera expedición fue sorprendente: sus cartas, siempre más críticas con su condición física, son prueba de ello.

 

La historia de su última ascensión es conocida por todo el mundo del montañismo. Poco después del mediodía del 8 de junio, justo debajo del empinado escalón final de North Ridge, se lo vio con Irvine "yendo fuerte hacia la cima".

 

Ése fue el último vistazo que tenemos de George Mallory, y su compañero. La altura alcanzada entonces fue de más de 8500 metros, superior a la altura récord alcanzada unos días antes por Somervell, y Norton, en su espléndido esfuerzo. El progreso de la gran ascensión estaba siendo seguido a través de la prensa por miles de personas que nunca antes habían visto ni volverían a ver otra ascensión de estas características, hasta varias décadas más tarde.

 

Muchos de sus conocidos, vieron al mismo George modesto, e idealista obedeciendo el llamado que hacía a su vitalidad física y espiritual, la visión de cualquier cresta y pared de roca o nieve, ya fuera en Gran Bretaña, en los Alpes o en el Himalaya.

 

Sólo que en las expediciones al Everest había un elemento de deber, que aumentaba en fuerza con cada intento sucesivo, que le impartía una nobleza y severidad especiales a la mayor aventura montañera de su vida, e involucraba a los promotores de la expedición en la responsabilidad de pérdida de vidas que es única en la historia del montañismo.

 

¿Llegaron él e Irvine a la cumbre? Probablemente nunca se sepa. Pero hay algo muy importante que rescatar, de todas las cosas importantes que nos quedaron luego de la epopeya de Mallory e Irvine.  Y eso fue la maravillosa justicia, por parte de ese tácito decreto del destino, de que el honor del primer ascenso nunca debería recaer en nadie más que en el hombre que exploró los accesos a la montaña, que encontró la única ruta, que salvó a sus tres compañeros en el regreso del intento de 1922, y que regresó en 1924 para dar su vida para lograr lo que se había propuesto.

 

 

Andrew Comyn Irvine

 

En agosto de 1919, cuenta Noel Odell, que se encontraba en la cordillera Carnedd, en el norte de Gales, junto a su esposa, en unas vacaciones de escalada. En un momento, se aproximó una motocicleta, conducida por un joven, llegando hasta la cima, ante la sorpresa de los presentes. Ese fue el primer contacto que Odell tuvo con aquél joven, que no era otro que Andrew Irvine. Pero recién lo supo un tiempo después, cuando se encontró nuevamente con él, en otras circunstancias.

 

La infancia de Andrew estuvo llena de aventuras como la mayoría de los jóvenes, pero también fue criado con reglas estrictas, y disciplina por parte de padres muy religiosos. Andrew se educó en Birkenhead y Shrewsbury School, antes de ir al Merton College de Oxford para estudiar ingeniería. Andrew también era un gran deportista y se convirtió en miembro del equipo de Oxford, para la Oxford and Cambridge Boat Race en 1922 y 1923.

 

Era muy bueno con las manos y tenía la capacidad de arreglar o mejorar cualquier cosa mecánica. Fue durante la Primera Guerra Mundial, cuando, todavía en edad escolar, envió a la Oficina de Guerra un diseño en papel, para permitir que una ametralladora disparara desde un avión propulsado por hélice sin dañar las palas de la hélice.

 

En 1923, Andrew fue elegido para una expedición a Spitsbergen, donde destacó en todos los frentes. Fue durante esta expedición que Noel Odell, el líder de la expedición, descubrió que era Andrew quien condujo la motocicleta hasta la cima de Foel Grach. Noel Odell quedó tan impresionado con Andrew que lo recomendó para la tercera expedición británica al Monte Everest.

 

Finalmente, fue seleccionado como miembro de la Expedición al Monte Everest de 1924, no sin cierta oposición, debido a que tenía veintiún años en el momento de la selección. Aunque carecía de experiencia en montañismo, se consideró que la aptitud natural que ya había demostrado, junto con sus indudables dotes de habilidad mecánica, y práctica general, por no hablar de idoneidad temperamental, lo capacitaban para ser incluido en el grupo, antes que otros hombres mayores de mayor nivel.

 

Luego de su designación, se puso a trabajar de inmediato, en un esfuerzo por compensar su deficiencia en el conocimiento de las técnicas de hielo y nieve, y la Navidad de 1923, lo encontró en el Oberland bernés aprendiendo los aspectos más finos del esquí (que había practicado por primera vez en Spitsbergen, el verano anterior), preparatorio para un período de carrera glaciar, y experiencia en el hielo en la región del glaciar Aletsch.

 

Y así, Irvine llegó al Himalaya con una nada despreciable experiencia en viajes de montaña, respaldada por un sólido sentido común, inteligencia, y capacidad para aprender rápidamente, además de sus otras dotes de físico, resistencia, y agilidad. Tímido por naturaleza, era particularmente modesto, y no se le podía sacar a decir mucho, a menos que el ambiente fuera comprensivo.

 

Las grandes altitudes del Tíbet tal vez acentuaron un poco esto. Pero quizás su mayor don fue su genio mecánico. Nunca parecía más feliz que cuando se enfrentaba a algún problema grave de mecanismo. Le encantaba encontrar una solución para todas las cosas, y por lo general, la encontraba. Su habilidad manipuladora fue maravillosa.

 

En el Comité de Selección del Everest, se consideraron especialmente estas cualidades. Se tuvo esto, como un elemento esencial para la expedición, en gran parte debido a sus habilidades mecánicas, aunque no por otra razón.

 

Su trabajo en el aparato de oxígeno, que necesitaba mucha reparación y reconstrucción, fue invaluable, y sin su habilidad, y fértil imaginación, difícilmente se hubiera tenido un conjunto de aparatos aptos para su uso. Su tienda se convertía invariablemente en taller, y trabajaba hasta altas horas de la noche, en los aparatos de oxígeno, en la reparación de estufas primus, u otros equipos de campamento.

 

Fue una merecida recompensa por su celoso trabajo en el aparato de oxígeno, que Mallory lo eligiera como compañero en su intento de alcanzar la cima. Irvine había mostrado una aclimatación bastante rápida después de la primera llegada al campamento base.

 

Pudo transportar cargas considerables hasta el glaciar East Rongbuk,  y como afirmó Norton en su comunicado, algunos de sus tiempos entre campamentos, no pudieron ser superados por otros miembros del grupo.

 

Aunque trabajó con tanta devoción en el aparato de oxígeno, dejó en claro que hubiera preferido llegar al pie de la última pirámide sin oxígeno que a la cima con él. Su opinión era que si valía la pena escalar la montaña, valía la pena hacerlo sin ayudas extras.

 

Ahora bien, como lo hizo, y si realmente la escaló, es todo un misterio, que quizás nunca lleguemos a saber. No obstante, hay algo que aún oculta esa montaña. Y es al propio Sandy. Quizás, si algún día se lo encuentra, Andrew tenga muchas cosas que decirnos.

 

 

Theodore Howard Somervell

 

El papel que desempeño Somervell en esta expedición de 1924, fue decisivo. Ya venía con importantes antecedentes en la montaña. Algunas de sus ascensiones, muchas de ellas en picos de primera clase, están registradas en su interesante libro, “After Everest”, como señalando claramente que hubo un antes y un después tras esta experiencia.

 

Al principio había practicado una cantidad considerable de escalada en roca en el distrito inglés de los lagos, liderando algunas de las rutas más difíciles. Pero por importantes que hayan sido muchas de estas expediciones anteriores, tienden a palidecer hasta convertirse en insignificantes cuando uno se da cuenta de los logros de Somervell en sus Everest de 1922, alcanzando unos 8230m, y nuevamente en 1924, con Norton, tocando los 8530m.

 

Igualmente sobresalientes a su manera, fueron los papeles que desempeñó por lo demás, especialmente el rescate de los porteadores en las laderas del Collado Norte, en condiciones extremadamente peligrosas, un magnífico acto de habilidad y frialdad.

 

Howard Somervell debe haber sido uno de los montañeros más resistentes de todos los tiempos. Después del Rugby School y Caius College, Cambridge, donde su talento musical se mostró temprano y donde obtuvo un doble primero en Ciencias Naturales, se embarcó en la profesión que eligió: la medicina y, en particular, la cirugía.

 

Apenas había calificado cuando estalló la Gran Guerra y fue destinado a una estación de compensación de heridos en Francia. Allí se vio sumergido en todos los horrores de ese holocausto, y siendo un cirujano muy joven, se vio obligado a realizar un trabajo especializado, en las víctimas, que casi superaba las capacidades de sus experimentados compañeros oficiales.

 

A su regreso del Everest en 1922, a Somervell le ofrecieron un puesto en el personal quirúrgico del University College Hospital, lo que, en sus propias palabras, "significaba que se había abierto la puerta de entrada a la eminencia en la profesión que había elegido". Pero ya había visitado a su viejo amigo, el doctor Pugh, en el hospital de la misión de Neyyoor, en Travancore, y había visto la urgente necesidad de asistencia para este médico dedicado y con exceso de trabajo. Entonces, con una pronta resolución, pero no sin cierta desgana por tener que abandonar cosas tan cercanas a su corazón, como su devota familia, su hogar en las montañas del distrito de los Lagos, sus oportunidades musicales, y otros intereses culturales, Somervell decidió que su futuro debía estar en esa parte de la India, donde las necesidades eran tan urgentes.

 

Sosteniendo principios cristianos muy amplios y prácticos, estaba decidido a no imponer esos principios a los devotos hindúes u otros, como declaró que era a menudo la tendencia de los misioneros.

 

Durante las expediciones al Everest, Somervell encontró en Mallory un amigo particularmente cercano, uno con quien realmente podía hablar libremente de cosas más serias, y con quien a menudo leía poesía en voz alta cuando compartía tienda: especialmente selecciones de Spirit of Man de Bridge.

 

Sintió muy profundamente la muerte de Mallory, y a menudo pensaba en la forma de su desaparición. En 1974, un año antes de su muerte, un amigo muy cercano a él, que vivía en Shetland, dio a conocer una supuesta transcripción, de un "mensaje" que Somervell había recibido, y que supuestamente procedía de Irvine. Esto describía con cierto detalle, cómo llegaron a la cima, y cómo ocurrió un accidente en su camino hacia abajo.

 

Ese amigo, discutió eso con Somervell, quien pensó que era una posible explicación del destino de Mallory e Irvine. Como científico de mente abierta, no estaba dispuesto a ser identificado con aquellos que son incapaces de siquiera permitir la existencia de un mundo espiritual, o que se hacen pasar por escépticos superiores, o francamente incrédulos.

 

Ciertamente, Somervell dejó este mundo, con la convicción de que Mallory e Irvine, habían alcanzado la cumbre. Todo gracias a esa revelación.

 

The Times del 25 de enero de 1975 en su considerable nota necrológica, describió a Somervell como un visionario en el Everest.

 

 

 

Noel Ewart Odell

 

Odell inició su actividad en el montañismo  en los años dorados de la escalada alpina antes de la Primera Guerra Mundial y fue casi contemporáneo de grandes figuras como Geoffrey Young, George Finch y Alfred Zurcher. Se lo recuerda, sobre todo, como el  último superviviente de la espectacular expedición al Everest de 1924 en la que desempeñó un papel tan memorable, pasando muchos días sobre el collado Norte, y subiendo dos veces al campo VI en apoyo del intento de Mallory e Irvine, de alcanzar la cumbre, y ser el último hombre en verlos con vida.

 

Su actuación de ese año es aún más notable, si se recuerda que se trataba de su primera expedición al Himalaya y su primera experiencia a gran altura, ya que su selección para el Everest, se basó en su récord alpino combinado con la fuerza y resistencia, que demostró en los viajes en trineo, en Spitsbergen.

 

Tuvo que retirarse por motivos personales de la expedición de 1933, pero llegó al Himalaya en 1936, con la expedición angloamericana al Nanda Devi, y este fue su segundo gran año, cuando a la edad de 46 años realizó junto a Bill Tilman, la primera ascensión de este noble montaña, entonces y durante algunos años, la más alta jamás escalada.

 

Regresó al Everest en 1938 con la expedición de Tilman pero, como resultaron los acontecimientos, ese año no llegó muy alto. Después de la guerra continuó escalando y explorando activamente en las Montañas Rocosas canadienses con Frank Smythe, en Yukon y Alaska, con una expedición estadounidense, y especialmente en Nueva Zelanda durante su estancia en la Universidad de Otago.

 

A su regreso de Nueva Zelanda tenía 66 años, pero se mantuvo activo y vigoroso hasta el final de su vida. Ya a la edad de 93 años asistió a las celebraciones del 75º aniversario de la ABMSAC y, con ayuda mecánica, llegó hasta el refugio Britannia. Como miembro de la expedición, Noel fue un compañero genial y tranquilo.

 

En 1938, en el Everest, fue objeto de burlas sin piedad por sus engorrosas investigaciones glaciológicas, y se lo tomó todo bien. Lo único que se le podía criticar era su extrema lentitud para manejar su equipo, y realizar las tareas del campamento. Estas cosas tienen una importancia desproporcionada a gran altura, y probablemente, fue esta la causa que hizo que Mallory lo rechazara, y prefiriera Irvine para el asalto final.

 

Odell era geólogo, formado en la Escuela Real de Minas, donde después la interrupción provocada por la Primera Guerra Mundial, en la que sirvió en los Royal Engineers, y resultó tres veces herido, calificó como ARSM. A principios de los años veinte se incorporó al personal de geología de la Anglo-Persian Oil Company, trabajando primero en Londres, y luego en Persia, hoy Iran. Luego se mudó a Canadá, donde trabajó para una empresa minera, y luego como geólogo consultor.

 

De 1928 a 1930 estuvo en Harvard, como profesor de geología, y de allí llegó a Cambridge, primero como estudiante de doctorado, y luego como profesor de geomorfología, y fue supervisor de estudios de geología y geografía en el Clare College.

 

Permaneció en Cambridge hasta que comenzó la guerra y, a pesar de varias interrupciones, Cambridge iba a ser su base principal durante el resto de sus días. La primera de estas interrupciones fue la Segunda Guerra Mundial, en la que, a los 50 años, volvió a ser puesto en servicio en los Royal Engineers, sirviendo inicialmente en este país pero luego transfiriéndose al ejército indio en los Zapadores y Mineros de Bengala.

 

Odell nunca estuvo, y probablemente nunca aspiró a estar, en la primera fila de la investigación geológica. Su carrera fue el resultado de la perseverancia y la resistencia, ya que no obtuvo su doctorado hasta los 49 años, ni obtuvo su primera cátedra hasta los 60, siendo esta en la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, que debió haber sido un post muy simpático. Falleció el 21 de febrero de 1987, a la edad de 93 años.

 

 

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