Poes�a

1/2/2018

Rio Branco

Cuento

Nota final del autor

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Que puedo decir acerca de esta obra. Bueno, que surgió casi por casualidad, imprevistamente. Yo venía desde hacía un tiempo leyendo a Clarice Lispector y un buen día me dije: ¿Porqué no?

 

Que maravilloso lo que logró Clarice Lispector. Me transportó a Río. Esa ciudad maravillosa que tuve el gusto de visitar en dos etapas tan distintas de mi vida. Y me llevó a concluir la obra con un recuerdo fantástico, el de la balsa, el del señor bajito, y el perro en la playa de mar turquesa.

 

Tengo muy vívido ese recuerdo, fue en 1967, yo muy pequeño, junto a mi padre y mi madre, en un viaje maravilloso por otro Río totalmente distinto al actual. También el recuerdo de una balsa que no se refiere a otra cosa que el Ferry de Río de Janeiro, cuya estación de embarque se encuentra a muy poquitas cuadras de la esquina de las avenidas Presidente Vargas y Río Branco, y que desde comienzos del siglo XIX presta servicios uniendo distintos puntos en la Bahía de Guanabara y que sufriera un enorme golpe emocional allá por el año 1974, cuando surgió casi como una herida de muerte el Puente Río-Niteroi que lleva el nombre de Presidente Costa e Silva, en homenaje al quien fuera el impulsor del proyecto. La “balsa”, como la llamo en esta obra, o Ferry, aún sobrevive, cubriendo otros puntos de la Bahía, inclusive el tradicional trayecto a Niteroi, pero lógicamente no con la afluencia de entonces.

 

Pero volviendo a Clarice Lispector, creo que su obra, a pesar que reconozco que me falta aún leer mucho de ella, simplemente ha despertado un estilo que posiblemente estaba dormido en mí, que nunca había desplegado. Ese estilo se manifiesta claramente hacia la mitad de esta obra y tomo algunos ejemplos, tres o cuatro composiciones que hablan –a mi entender- claramente de esa influencia y que crea un estilo propio nunca antes desarrollado. Esas composiciones son: La Navidad, La Locura, Alegoría de un naufragio y El Chile picante. Sin lugar a dudas, ellos tienen mucho de Clarice, con un particular toque personal. Esas cuatro composiciones resumen en gran manera el objetivo de esta obra.

 

Dejaremos a Clarice Lispector de ahora en más, ya no la molestare con mis desvaríos, dejaremos que su historia siga trascendiendo en el tiempo como lo viene haciendo. Pero si voy a tomar su legado, lo que ha dejado plasmado en el estilo de este humilde autor e intentar explotarlo en un futuro de la manera más precisa posible.

 

Lógicamente cuando surge la historia de Clarice, de inmediato aparece su imagen en bronce junto a la Playa de Leme. Ese monumento fantástico creado y solventado por sus admiradores, como fiel testigo de un legado que ha de perdurar en el tiempo, en su propio barrio. Cuando vi por primera vez esa imagen me quedé impactado, pero no precisamente por la imagen de Clarice, sino por la de ese ser maravilloso recostado a su lado: Ulisses.

 

Uno se pregunta entonces en ese momento acerca del derroche de paisaje, desde una playa de más de cuatro kilómetros que se extiende desde la Piedra de Leme hasta el Arpoador, o más aún, hasta el Cerro Dois Irmãos y la Pedra da Gavea al fondo y a lo largo de toda la imponente belleza que encierran Copacabana e Ipanema, dos de las más famosas playas del mundo, con su mar turquesa y todo el encanto de una ciudad maravillosa, perfectamente pasados por alto por la mirada en bronce de un perro que no quita sus ojos de los de su querida y amada dueña.

 

Ulisses se abstrae del mundo de una manera perfecta y fija su atención en la única persona que puede deslumbrarlo. Y luego la propia Clarice, que sostiene en su mano un libro, o cuaderno del cual –tal lo manifestamos en alguna de las composiciones de esta obra- daríamos lo que no tenemos por conocer las frases que encierra.

 

En la imagen de Ulisses se encuadra también una buena parte de mi vida, desarrollada en una composición de esta obra que guarda un enorme paralelismo con la relación entre Ulisses y Clarice. Espérame, no corras, es el poema que escribí en homenaje, en honor, en tributo a ese maravilloso ser que se llamó Simón y que compartió con mi familia y conmigo diez años de nuestras vidas.

 

Simón se durmió el 30 de Junio de 2017, repentinamente, sin aviso, tal como se lo hago saber en el poema. Pero Simón también me dejó su legado. Nos dejó su legado. Un legado de amor inquebrantable, una enseñanza y un aprendizaje. Tanto Simón como otros tantos compañeros que aún comparten nuestras vidas, nos van dejando muchísimas enseñanzas sustentadas principalmente en el amor. Ese amor que no conoce de ningún tipo de excusas.

 

Tal como pensaba Clarice respecto a Ulisses. Ella misma contó por entonces que había comprado a Ulisses para poder ejercitar nuevamente el amor cotidiano. Clarice y Ulisses vivían en un departamento en el barrio de Leme. Ella vivió allí desde 1966 hasta su muerte en 1977. "Necesitaba amar otra vez una criatura viva, que me hiciera compañía", explicó la escritora en una entrevista.

 

Al respecto, el periodista brasileño Armando Antenore, hizo un análisis respecto a la trayectoria de Ulisses en la propia vida de Clarice. Dijo en este sentido: “Todo indica que Ulises atendió perfectamente a las expectativas de la dueña. Era un perro inteligente y afectuoso, pero también un poco neurótico, en las palabras de la propia novelista. Por neurótico, se entiende desordenado -probablemente en razón de la inmensa libertad que Clarice le daba- y adepto de hábitos nada frugales. Bebía Coca-Cola y whisky, además de apreciar los cigarrillos. Bastaba ver una colilla en el cenicero que se la comía. En 1974, los integrantes de O Pasquim entrevistaron a la escritora en presencia de Ulisses, que no sólo se congració con el dibujante sino que también degustó un poco de nicotina. El tabloide, mordaz, aprovechó la situación magistralmente. Publicó un pequeño texto de catorce líneas en que denunciaba el tabaquismo del can y lo calificaba de muy loco".

 

Por la mañana, Clarice le servía café con leche en un platillo. A la tarde, le gustaba llevarlo hasta la plaza Almirante Júlio de Noronha, muy cerca del lugar en que instalaron las esculturas de la pareja.

 

Cuando vivió fuera de Brasil, acompañando al entonces marido en misiones diplomáticas, la novelista tuvo dos perros. Adquirió a “Dilermando” en la ciudad italiana de Nápoles y lo consideraba la persona más pura de las cercanías. En Washington, cuidó a Jack, un animal sin pedigre, pero "tan metido a lo importante" que cismó de vigilar la calle entera donde vivía.

 

Aunque eran inteligentes, ninguno logró alcanzar la hazaña de Ulises: ladrar una historia. Él es el narrador del libro infantil “Casi de Verdad”, lanzado en 1978, poco después de la muerte de la escritora. El perrito se presenta y ya en las primeras páginas de la publicación afirma que tiene ojos dorados y pelaje color de guaraná, adora cosquillas, orina donde no debe y dispone de poderes mágicos - adivina todo por el olor. Dice, igualmente, que Clarice comprendía el idioma de los bichos. Por eso, lo escuchó atenta y logró transcribir aquella trama "bien ladrada". La trama, un tanto político, gira en torno a una higuera que resuelve explorar las gallinas de un jardín, haciéndolas poner huevos sin cesar.

 

Así es el mundo inexpresivo, tan “expresivo” de Clarice Lispector.  La historia de Ulisses ha trascendido a la propia Clarice y junto con ella, ahora recorren aquél rinconcito de la Praia de Leme. Ahora, luego de conocer todo esto es quizás más fácil descifrar el porqué de esa mirada completamente abstraída de su entorno. Quizás está a la espera de su taza de café con leche, o su cuota diaria de whisky con Coca-Cola.