Poes�a
Égloga de los colmenares
Por la mañana ella se asombraba
al abrir la ventana de su cuarto
muy temprano cuando sol temeroso
rasgaba las cortinas tiernamente
sin llegar a medir juiciosamente
la tibieza brutal de aquél abrazo.
El nuevo día entregaba su matiz
anunciando con una suave brisa
que todo el campo ya había despertado
un tiempo antes como se presume
por las notas de aromas y perfume
que bajaban desde la lejanía.
Desde el monte la primavera asoma
desparramando su sutil presencia
de coloridos estigmas que emergen
entre una danza de adelfas rojizas
incitando con sus flores movedizas
aquel idilio eterno que avecina.
Así entrega su pasión a diario
de sol a sol en plena sinfonía
que se repite casi sin pensarlo
tonificando así sus despertares
que se desviven entre colmenares
sin siquiera ensayar su despedida.
De una miel clara y sedosa a la vista
que invade de aromas en la mañana
en tiempo de labranza y pastoreo.
Dulce néctar paseando por tu boca
clara imagen que frenesí provoca
libera una pasión que se desata.
Simplicidad
Cuanto tiempo esperando este momento
para poder contarte algo
que he descubierto casi sin quererlo
respecto a la belleza que existe
en cada cosa, en cada elemento,
abstracta o no,
en lo que se refiere a su simplicidad.
Las cosas simples solo maravillan,
activan los sentidos y emociones
y te acercan a un mundo descifrable
donde suelen brillar las sensaciones.
Ahora te cuento más, espera,
que estoy deslumbrándome con algo,
que de tan simple me pide que lo cuente.
Son los colores.
Es ese verde terso y tan amable
que duerme en el trasfondo de una hoja
y tuerce a nuestro espíritu expresivo
dulcemente de todo lo despoja.
Pero existe algo aún más simple
que los propios colores.
Es algo tan maravilloso que
simplemente
permite que todos ellos
puedan verse: la luz.
Es algo asombrosamente simple
que de tan simple casi me sonrojo
pues su presencia solo me permite
el vislumbrar el brillo de tus ojos.
Ahora vuelo, vistiendo de alas mi imaginación,
y entonces me elevo
y me encuentro con algo
que de tan simple que es
no puede verse: el aire.
Me sostiene y permite respirar
¿Qué más puedo pedir que no me abrume?
Pues me acerca de ti algo invisible
traducido en tu aroma y tu perfume.
Es hora de partir, ya fue suficiente.
Te robo un segundo más,
préstame atención.
Ya está. Con eso basta.
Lo más simple de todo
que no puede verse,
ni tocarse,
ni olerse.
tan solo percibirlo,
y hasta por ahí. Ni siquiera eso.
Es algo que se presiente
Solo a lo largo de sí mismo.
El tiempo.
Clarice en cuadernavía
(Glosando a Clarice Lispector)
“Dame tu mano
voy a contarte ahora
como he entrado en lo inexpresivo
que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta”
Solo quiero pedirte ni tarde ni temprano
un pequeño gesto de tu parte, muy cercano.
Es muy importante te lo digo de antemano
solo simplemente, por favor, dame tu mano.
De lo que no puede verse y palparse es que aflora
una necesidad de ferviente soñadora
durmiendo en lo oculto va su mente creadora
permíteme un instante, voy a contarte ahora.
Es acerca de un mundo, oculto y fugitivo
carente de emociones primario y relativo
aguarda que te cuento en tono introspectivo
de esta forma como he entrado, en lo inexpresivo.
Es algo que he soñado de manera concreta
dejando al pensamiento que surja y se someta
al reino cautivante con su trama indiscreta
que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta.
Al muerto del mar de Urca
(Sobre el cuento “El muerto en el mar de Urca”, de Clarice Lispector)
Había un muerto en el mar. Mar salado,
y ella solo probándose un vestido
muy azul y amarillo, concebido
el vestido, no el muerto contemplado.
Hilo en mano quizás la costurera
al vestido con un ojo arreglando
y con el otro también contemplando
a aquel muerto que quizás se durmiera.
Pero no, es seguro y confirmado
que el muerto estaba muerto aunque estuviera
como dormido y su cuerpo salado.
Y ella quieta, tal vez permaneciera
mirando hacia la playa de costado
esperando que el muerto se vistiera.
La higuera
La higuera brota en higos sin consciencia
y sin que nadie pueda detenerlo
sin que ella misma pueda sostenerlos
ni medir sin siquiera consecuencias.
¿Qué podemos hacer con tantos higos?
si ni a la misma planta le interesa
poco a poco ella pierde su entereza
percibiendo de a poco su castigo.
Cuanto brillo mostraba aquel semblante
muy de a poco ese brillo se perdía
debido a aquella entrega semejante.
Tal desgracia de frutos merecía
aquella planta de higos inquietantes
que por dar tantos higos se moría.
La Navidad
La fiesta que viste mi pueblo de colores
de cantos villancicos
de niños y juegos de verano
bajo la piedra caliente
en un festejo que emula la tierra lejana
la que no está cerca,
la del ancestro.
Es tiempo de alegría
ruidos y fuegos
bajo un suelo que brama
de fuego sol veraniego
que te cala hasta los huesos.
Donde las gentes se visten de alegría,
se dan la mano y se saludan
y ponen caras raras
que no engañan
solo dejan ver lo que no son.
Pero es la Navidad,
así que hay que sonreír
y estar alegres
y beber y matar cerdos.
Mientras tanto
el suelo brama
con el calor de verano
ese calor insoportable
que te cala hasta los huesos.
Y entonces, para acrecentar más
nuestro cruel desasosiego
llevamos desgracias hacia el cuerpo
le damos de beber y de comer manjares
con la pesadez absurda de aquél hecho
de aquellas tierras lejanas
a las cuales no pertenecemos.
Pero todo pasa,
y luego implacable
va llegando el dos de enero.
Allí pinta de nuevo la alegría
ahora más real,
porque se acabaron los saludos
y los grandes derroches de deseos.
Y el golpe de realidad cae
junto con el verano
que te cala hasta los huesos.
¿La Navidad de Cristo?
Si, bien. Gracias.
Quizás él ni se enteró
de aquél descomunal festejo.
O quizás si … es lo que creo
sino no mandaría este verano
¡Si, el mismo!
¡El que te cala hasta los huesos!
La locura
La vi por la calle con anteojos oscuros
con la mirada perdida hacia lo lejos
comiendo unos higos bien jugosos maduros
mirándose al espejo.
El espejo refleja esa imagen absurda
de ropa manchada con la pulpa del higo
la imagen que muestra de manera muy burda
todo esto que digo.
Se queda esperando que el espejo responda
y le cuente el dulzor de los higos comidos
mientras busca en su bolso esa forma redonda
de sus ojos dormidos.
Así entonces encuentra al espejo que dice
que en el bolso quizás pueda haber un encargo
que lo lea y que luego también analice
el salir del letargo.
Ella solo sonríe y se va caminando
y se quita el anteojo y se pone un abrigo
mete mano en el bolso tal vez suplicando
encontrar otro higo.
Alegoría de un naufragio
El sol y la arena ardiente
en la playa del mediodía,
entonces me recuesto casi en la orilla
hasta que escucho una voz que me dice:
¿Piensas que todo esto es real?
Déjame llevarte …
Ahora te explico, que es lo que vi ese día
allí, en el fondo del mar,
donde duermen los naufragios
y los muertos repletos de agua
intentan nadar.
Vanamente seguro, porque están muertos
muertos y repletos de agua.
entonces surgen algunas ideas
pero me cuesta expresarlas,
así que me sumerjo nuevamente
y me dejo llevar por un erizo
que me habla de esos naufragios
en su sempiterno sueño.
Me dice que están tramando algo
algo que no puede ir más allá
de una idea alocada y desmedida.
Me dice que piensan salir de su letargo
y planean volar.
Si, volar, con todos sus muertos
repletos de agua.
Que buscan llegar a la luz del sol
para acabar con su herrumbre
y el olor a madera podrida
que los atormenta.
Que piensan buscar una tempestad
de esas que solo pueden encontrarse
durante una noche, en alta mar.
Y que con su agua límpida y sabrosa
lavar toda la sal.
esa sal que los corroe y atormenta
y que los sujeta desmesuradamente
a su aletargado sueño
de agua salada y cicatrices de coral.
Pero lo que más les molesta
son los muertos.
Aquellos repletos de agua
que no paran de quejarse
por el simple e irreversible hecho
que están muertos.
Luego dejo al erizo y me transporto
a otra costa muy parecida
pero algo extraña, que guarda algún secreto
de esos secretos que solo pueden verse
desde el mar.
Un océano aterciopelado
que parece despertar de un largo sueño
donde aparecen todos juntos flotando
aquellos naufragios
cansados de su herrumbre
y de sus muertos,
los repletos de agua que no pudieron nadar.
Es un océano extraño
que deambula entre nubes de tormenta
llevando su preciosa carga
de naufragios sublevados
todos llenos de sal y muertos.
Entonces regreso a aquella playa,
la del mediodía y arena ardiente.
Me levanto y miro hacia el mar
Y no veo ningún naufragio.
Claro, ellos están viviendo
en su eterno letargo
repletos de óxido y corales
muy salados y llenos de herrumbre
en el fondo del mar
con todos sus muertos,
esos que no pudieron nadar
y que seguramente
están repletos de agua
muy salada,
que les impide regresar.
La razón y el pensamiento
Bájame un instante esa luz
que no puedo ver bien donde está
necesito que por un momento
entiendas lo que busco
que quizás está dormido
en algún rincón de mi mente
pero no puedo hallarlo.
Al final veo una niña
con sus cabellos suaves al viento
que me señala con su mano
algún rincón, cerca del risco
dónde, según ella
duerme lo etéreo.
Me acerco.
Al asomarme, me pide que me detenga,
busca algo en un pequeño saco
que lleva colgando
lo saca y me lo muestra.
Es una fruta, rarísima
azul, muy tentadora y atractiva a los ojos.
La niña me la entrega
me pide que la palpe,
que la abra
y la saboree.
Hago lo que me dice.
Un jugo amarillento estalla
y se desliza por mis manos.
La llevo a la boca
y entonces sueño.
Ahora la niña me dice
que me deje llevar
y siga saboreándola
hasta llegar a lo más profundo
donde vive lo perenne.
Su sabor exquisito me lleva,
voy pasando por un túnel
que llega a un campo de flores
son iris azules
con su corazón aurífero
que me entregan su perfume
sin pedirme nada a cambio.
Respiro y suspiro
en el mismo momento
en que empieza tibiamente
a escucharse una melodía
que con su melifluo cosquilleo
me lleva definitivamente
donde quiero.
Así completo el viaje,
al mundo de los cinco sentidos.
Los que se ven,
pero que también viven
si es que nosotros queremos
en el mundo de los sueños.
Aquéllos dos maravillosos
habitantes de la mente
que me permiten,
solo por un momento,
disfrutar de lo sublime.
Praia de Leme
Fiel testigo de aquél mar que allí te entretiene
con una tenue mirada fijada al metal
durmiendo en una playa que hoy te sostiene
en tu sitio natural.
Al calor de la tarde le pido tersura
para que te sostenga bañada de sal
y pueda protegerte en amable soltura
como fino cristal.
Cuantas frases que guarda ese libro cerrado
pido a Rio que un día las pueda soltar
y me muestre esa idea que tú has pergeñado
en tu eterno soñar.
Y esa otra mirada abstraída del mundo
que derrocha dulzura en su idilio gustoso
que te entrega en un gesto amorío profundo
desde el bronce precioso.
Solo espero que entonces el mar te resguarde
te proteja del sol y la brisa que teme
e que um dia adormeça, sem pensar uma tarde,
na praia de Leme.
Un tinte de azul profundo
De la noche,
tomo un tinte de azul profundo
y lo escondo en mi boca
donde duermen los secretos.
Ahora tengo dos cosas:
azul profundo y secretos
los componentes necesarios
para explorar el silencio.
Y el silencio,
es el método nefasto
para acabar y dar por tierra
con la falta de entendimiento.
También es instrumento
precioso quizás, si se quiere
para medir la prudencia
que vive en nosotros
sin que nadie se entere de ello.
Pero también es otra cosa
tal vez la más precisa
la que puede llevarnos
al interior de nuestro pensamiento
donde duermen los secretos
y los tintes de azul profundo.
Ellos solos golpean a mi puerta
se apropian de mi mundo
me tienden ilusiones
y luego me las quitan
sin nada que lo impida
sin dar explicaciones.
Los secretos son aquellos
que no tienen medida
medida de las cosas
que habitan nuestro mundo.
A ellos no le importan
los tintes de colores
quizás de azul profundo.
Nos pesan, nos señalan
y fuerzan nuestra mente
nos marcan el camino,
nos marcan las distancias
nos ponen en alerta
nos pesan en el alma.
De mi boca,
tomo un tinte de azul profundo
lo exhalo y lo devuelvo a la noche.
ahora ya puedo respirar tranquilo,
no hay más secretos.
El chile picante
Llegaste a mi boca
como una barrera infranqueable
de elixir exquisito
quizás extravagante.
Sin pedir permiso
cambiaste de repente tu mirada
de dulce doncella enamorada
y sin siquiera pensarlo
te convertiste en la más absurda
expresión de lo nefasto.
Ahora te siento
como el alma al cuerpo
como la tierra al sol
como la noche a lo siniestro.
En mi cuerpo plasmaste
casi sin invitación
tu furia desmedida
en la más cruel expresión.
Ahora te veo
partiendo de mi boca
creciendo con tus brazos
buscando nuevos horizontes
siempre dentro de mi cuerpo.
Son mis ojos,
receptáculos de fuego
despojados de sus lágrimas
que suplican por un instante
por un segundo quizás
acabar con esa hoguera
de nefasta atrocidad.
Finalmente vas cayendo
desplegándote en mis brazos
te has dormido allí en mis manos
impidiendo que las mueva
hábil fruto del infierno
he zafado por muy poco
casi logras que me muera.
El anticuario
De la pared subyacente
a un techo escurridizo
cuelga una luz mitigante
que marca los límites
del destino
al que está enfocado
aquél ser, tan misterioso
como el mismo.
Cuatro paredes
y una única razón.
encontrar en sus reliquias
la causa justa
la verdad precisa
de su desesperación.
Cada objeto es un mundo
tallado a su medida
que encierra algo no visible
no palpable a los ojos
y que seguramente
es lo que le da la vida.
La simple atención
de aquello que vive en el tiempo
es lo que ha trascendido
a través del mismo
y que sirve al mismo sujeto
como excusa perfecta
para desarrollar
sin nada que se lo impida
sin límites preestablecidos
su propia imaginación.
Él puede configurar
en su propio pensamiento
mil historias diversas
guardadas en cada objeto
diálogos, coyunturas
todo lo presenciado
allá distante en el tiempo
sin nada que lo detenga
por ese objeto preciado.
Por ello no existe un valor
aplicable a cada cosa
que compone su colección
eso sería imperfecto
una cruel y vil estafa
muy cercana al sacrilegio.
En esas cuatro paredes
bajo esa luz imperfecta
todos sus sueños se cruzan
y danzan en su elemento.
Se conocen, se saludan,
y miran sonrientes al dueño.
Dueño de aquellas pasiones
planifican sus recuerdos
y seguro traman algo
reservado para el tiempo
es quizás su propia muerte
guardada en aquél objeto.
La leyenda de la flor del Amancay
Quintral era el hijo del cacique, amante del río al cual recorría por las mañanas hasta su desembocadura en el Lago Mascardi. En uno de sus paseos conoció a Amancay, una humilde joven que al verlo se enamoró, aunque sabiendo que se trataba de un amor imposible, ya que ella era pobre. Tiempo después, una epidemia llegó la región y Quintral cayó gravemente enfermo. La noticia comenzó a correr por la tribu, hasta que llegó a oídos de Amancay, quien en su desesperación consultó a la chamana de la tribu. Ella le dijo que solo existía una posibilidad de cura y que era a través de una flor de color amarillo que crecía en lo alto del Cerro Tronador. Con esa flor, ella elaboraría una infusión que curaría al joven Quintral. Sin dudarlo un solo instante, Amancay salió en búsqueda de la preciada flor. Cruzando ríos y arroyos pasó por muchísimos peligros hasta que finalmente alcanzó la cumbre de la montaña y dio con la preciada flor. Amancay estaba muy feliz, pues podría ayudar al joven Quintral y curarlo. En ese momento, habiendo ya descendido de la montaña, se le apareció un Cóndor que le exigió le devolviera la flor. Ante la negativa de la joven, el cóndor le propuso que le permitiría curar al joven Quintral si ella entregaba a cambio su corazón. Amancay accedió de inmediato. Fue así que el Condor se acercó a la joven y con su pico le extrajo el corazón y de inmediato se lo llevó, dejando un reguero de sangre a su paso, que fue suficiente para curar al joven Quintral y dejar propagado un mensaje de amor a lo largo de toda la costa del Lago Mascardi y del Nahuel Huapi: la flor del Amancay, con sus pétalos de oro y su corazón marcado con las gotas de sangre de la joven india.
Como toda leyenda, fue trasmitida de boca en boca a lo largo de los años. Hoy, una hermosa flor color amarillo con su corazón salpicado de tintes rojos embellece toda la costa del Lago Mascardi, las faldas del Cerro Tronador y toda la zona circundante de San Carlos de Bariloche, como muestra de ese amor inquebrantable de Amancay hacia su amado Quintral. Aquí, mi humilde versión hecha verso:
Quintral, al curso diario del río claro y profundo
en suave deslizar con zigzagueo briago
todas las mañanas como trazo fecundo
en busca de aquél lago.
Testigo de aquél joven con dulce mirada
a su paso gentil la niña se estremece
fijando su ilusión de triste desbocada
al hombre que aparece.
Como un gesto imposible para el corazón
nada que pueda curarlo en el mundo hay
en donde solo predomina la razón
de la dulce Amancay.
Pero un día llegó la dura enfermedad
diezmando al pueblo sin ninguna distinción
trayendo los males sin penas ni piedad
fijando situación.
Hijo del cacique, Quintral era su nombre
cayó bajo garras del mal desmesurado
llegó a los oídos de aquella joven pobre
el daño de su amado.
Entonces al chamán le pide su consejo
quien dice que la cura sin pena ni dolor
como gesto perfecto delicado y complejo
reside en una flor.
Pero ella solo vive allá en la montaña
aquella, Amun Kar, que llaman Tronador
creciendo en su cumbre de forma tan extraña
amarillo su color.
Allá va la joven en busca de la planta
sin nada que la frene detrás de la cura
inmersa en la gesta que sola se agiganta
con tintes de locura.
Erguida la sostiene sonriente con su flor
bajando de la cumbre sutil la sanación
y todo habrá curado, sin penas ni dolor
por la mágica poción.
Mas nada estaba dicho pues bien se apareció
el rey del Amun Kar que en gesto disuasivo
por tal suprema afrenta que a el mismo enfureció
le muestra su objetivo.
La flor debe entregar o bien algo preciado
reclama el tributo con uso de razón
la joven debe darle en gesto no esperado
su propio corazón.
El Cóndor de Amun Kar, que llaman Tronador
extrae con su pico el fruto de la ofrenda
se eleva hacia los cielos con todo su esplendor
sin nadie que lo entienda.
Y ahora es un reguero de tono carmesí
al pétalo tiñendo en roja investidura
despliega en esa flor su eterno frenesí
sellando su hermosura.
Mi sombra
Allí está esa imagen que me persigue
por miedo no me deja un solo instante
en la tenue luz suspiro irritante
me percato que siempre lo consigue.
Es su figura un permanente asedio
que se aferra a mis pasos con su grito
seré yo mismo que quizás permito
su constante presencia sin remedio.
Ahora entiendo y encuentro la vuelta
a semejante locura impensada
sin que pueda evitar esa jugada,
tengo la solución casi resuelta
me le acerco a la lámpara marcada
y destruyo esa luz tan despiadada.
Los fantasmas
Tres pasos y un suspiro. Son las cinco.
La hora en que los muertos
deben quedarse solos
porque para eso están muertos
ya que sus ideas
han volado hacia las nubes
con la vida misma.
Y nada puede remediarlo
solo el simple hecho de quedar solos
para que puedan pensar
en esas ideas efímeras
que ahora están perdidas en el tiempo.
Son las cinco ahora,
la hora en que cierra el cementerio
que está lleno de muertos
que se preparan para una nueva noche
solos, buscando reactivar sus pensamientos.
Bajo la tenue luz que ahora temerosa
se va apagando en los suspiros de la noche
empiezan a brotar los pensamientos,
que buscan aquellos recuerdos perdidos
y que vanamente quieren integrarlos
a aquellos cuerpos dormidos
Ya sin vida y carentes de misterios.
Algunos no entienden
que eso es imposible
porque están muertos.
Y así se enfadan y entonces
sin que medie explicación,
ni que nadie pueda comprenderlo
salen a buscar denodadamente sus ideas
y en su eterna desesperación inmaculada
se manifiestan quizás sin saberlo
y es allí cuando los vemos.
Y se nos pone la piel erizada
y paralizan los músculos del cuerpo
pues no debieran quizás estar allí
aquellos débiles espíritus siniestros
por una simple y magnífica razón
que ellos quizás aún no entienden
por su eterna condición irrefutable
la irresoluta situación de estar bien muertos.
Tres pasos y un suspiro. Son las seis,
de la mañana, golpeando al cementerio.
Son los últimos instantes del misterio,
donde todo ahora debe suspenderse
y volver a aplacar los pensamientos
que jugaron en la noche despiadada,
sin ningún resultado porque ¡Claro!
Imposible lograrlo desde luego.
¡Si hay una eterna condición irrefutable!
Así es … están bien muertos.
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