Poes�a
Glosando a Miguel Hernández, poeta
"Para la libertad, sangro, lucho, pervivo,
para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos".
Para la libertad, tesoro tan preciado,
entrego todo ya, sin causa y sin motivo,
ofrendo mi vida, mi cuerpo y tal soldado,
sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, ofrezco este presente,
con pasión decidida y pensamientos sanos,
sometiendo a su gracia mi fuerza, mi mente,
mis ojos y mis manos.
Como un árbol carnal, mi imagen desplegada,
alza el estandarte de un presente emotivo,
conjugando ideales armo esta jugada,
generoso y cautivo.
Para la libertad, renaciente de vida,
doblegando inciertos sufrimientos lejanos,
mi cuerpo, mi brazos, mi dolor y mi herida,
doy a los cirujanos.
Dos sentidos
I
Libre soy de mirar soplar al viento
y de escuchar al silencio murmurar
sobre la fina cresta de una ola
en la muy remota playa de algún mar.
Libre soy como el sueño de una siesta
como el verde del cardo y del olivo
como el blanco blancor de la azucena
por ser libre me entrego y me desvivo.
Libre soy como lo es la primavera
que al frío o al calor puede entregarse
que hojas, flores, pétalos y lluvia
por doquier, maliciosamente esparce.
Libre soy pues la libertad me llama
me seduce, me incita con su ruego
me busca y me acorrala de a poquito
me pide que me entregue y yo me entrego.
II
Yo vi crecer de brote aquellos tallos
en urticantes giros y vaivenes
yo vi caer del sol algunos rayos
sobre los almacenes,
que almacenaban sangre, furia y lodo
de una tierra aplastada por pisadas
yo vi caer del cielo rabia, todo,
y la sonriente estela de la nada.
Yo vi a la luna tramando su ritual
sobre campos de estiércol aún candentes
en las jóvenes espigas del trigal
despilfarrando gentes,
ahora ultrajadas de su labranza
de todas sus costumbres y quehaceres
pidiéndole a un barrote una esperanza,
desgargantándose en los almacenes.
Por tierra dieron sueños y emociones
virtuosa soledad de soledades
de hombres y mujeres labradores
en roncas tempestades.
¡Qué cruel! ¡Qué gran condena de condenas!
¡Qué amarga rebelión del pensamiento!
cuándo vendrá el que pula las cadenas
de tanto y tanto fuego y descontento.
Yo vi llegar al cielo a aquellos tallos
y vi tocar las nubes con sus manos
y luego vi caer entre la lluvia
y resurgir de un golpe entre los llanos.
Yo vi erguida al sol tras la cosecha
a mil millones de almas predispuestas
y a esos hombres de roca esmerilada
que tan y tan bien las tienen puestas.
Los heridos
I
Los heridos sangran al son de la batalla
buscando mas heridas entre las trincheras
como flor en el estío la sangre estalla
perdiendo primaveras.
¡Qué hermoso es ser herido si la herida vale!
si la sangre es el riego de la misma tierra
y luego entre los brotes el herido sale
y a la planta se aferra.
Existen heridos que buscan complacientes
ofrendar a la tierra heridas con soltura
y encuentran un rincón en el cielo ebullente,
el de su sepultura.
Por tanta libertad bien vale ser herido
ser carne, ser metal de sangre boquiabierta
curar las heridas del cuerpo adormecido
dejarlas descubiertas.
Las heridas vuelan como las golondrinas
sueñan e imaginan placeres de penumbra
se alzan, crecen, lloran, sufren y caminan,
muy lejos de sus tumbas.
II
Por ser carne soy garra tiesa, suelta al vuelo
soy bosque, frío, alma, celebrando pena
buscando alerta los colores de aquél fuego
que corre por mis venas.
La sangre como el agua fluye hacia fuera
y busca con la tierra cauteloso encuentro.
Las penas para el hombre, tal la primavera
atacan hacia adentro.
Bien entregaría mi cuerpo y mi alegría
por una libertad vestida con colores.
Ser libre no debió ser nunca una herejía,
para los matadores.
Porque no supieron que la sangre perdura
no cede ante la brisa de una primavera
empujando la tierra forja su armadura
desde las calaveras.
Herido bajo el fuego del calcio renace
brotando un arma desde el cuerpo casi inerte
herido siempre aguarda que la luz lo abrace
desafiando a la muerte.
Las cárceles
I
Surcos, siento surcos que abrazan mi paciencia
me desdoblan, me frenan justo en cada paso
me piden una cosa al escuchar clemencia
y nunca me hacen caso.
Me eriza, me atraviesa el tedioso escarceo
me entrega una ilusión que al pensamiento invita
deja que la sienta, que invada mi deseo,
y luego me la quita.
Me presta las palabras para que las vea
para que las conserve, haga lo que haga,
me acerca una lámpara para que las vea
y luego me la apaga.
Me muestra su silencio para disfrutarlo
para que medite asimilando su rito
luego espera que me duerma y sin consultarlo
me despierta a gritos.
Surcos, siento surcos que viven de ilusiones
penetran en el cuerpo, salen, ríen, vuelven,
las toman prestadas, les piden confesiones,
y nunca las devuelven.
II
El cuerpo es bien extenso en una celda fría
es todo lo que existe en esa cruel llanura
es lo mejor y lo peor en armonía
es risa y amargura.
El cuerpo espera quieto en muerte silenciosa,
que las horas de a una, rompan la corteza,
que vistan con la carne el cuerpo de una rosa,
sumida en la tristeza.
Romperán de a una las vértebras de infierno
y entonces nada habrá que pueda aprisionarse
porque las horas corren, salvo en el invierno,
pues temen congelarse.
Y entonces vendrá el tiempo, dueño de las horas
y encontrará huesos jugando con su gente
y encontrará savia que al devenir perfora,
creciendo con su mente.
Resurgirán a gritos alas desplegadas
entre los escombros de un cuerpo que divierte
erigiendo su esfinge en carne macerada
derrotando a la muerte.
El huerto
I
Niño que de mi siembra naces, con tus brotes,
apabullando mi huerto de fino almendro,
mis manos horticultoras tejen tus dotes
como el mas dulce engendro.
Niño que del riego creces, y de la azada,
que no se entere la lluvia de tus cimientos,
pues su llanto entregaría desenfrenada
al campo polvoriento.
Niño que de la luna brillo y luz profanas,
que bebes de la umbría sangre de sus venas,
y buscas su perfume todas las mañanas
entre las azucenas.
Niño que de mi cuerpo, eres fruto tierno,
desparramando carmesí entre las rosas,
o bebiéndote la escarcha de algún invierno,
virtud maravillosa.
Naces de las hojas preciadas de mi planta,
miel de mi colmena, alondra libadora,
fertilizas la tierra, tierra que agiganta
mi vida horticultora.
II
Niño, crecerán tus heridas desde ahora
con tus cortos pasos descubrirás espinas
sabrás algo del sol, del trino y de la aurora
y de las golondrinas.
Sabrás de todo algo y poco en su medida
que el fuego de tu alma se concentra en el pecho
sabrás hacer entonces algo de tu vida,
mas nunca lo que has hecho.
Sabrás porqué el hombre, refugio misterioso,
te da una palabra, su ayuda o su mirada,
te entrega algo de si, su mano, su reposo
y luego no da nada.
Tu libre debes ser, como primer medida,
y dejar que otros sean lo que han elegido
pues siempre hay una sola, si hablamos de la vida,
el resto está perdido.
La libertad jamás debiera disputarse,
defiéndela con dientes, con armas, con fuego,
con todo lo que entonces pueda utilizarse,
mas nunca con tus ruegos.
Legado
I
Hoy quisiera entregarte cinco versos y una flor
los versos para tu alma, la flor para el corazón.
Que los versos te envuelvan y la flor te agigante
que la luz de tus ojos en su cuerpo resalte.
Que las noches te vean tan hermosa y tan simple
y de celos la noche, sobre su manto vibre.
Que rendida en tus ojos una estrella te vea
y por tanta hermosura envidiosa se muera.
Hoy quisiera entregarte cinco versos y una flor
los versos para que duermas, la flor para el corazón.
II
Si algún día he de partir
quiero dejarte indicado
donde puedes encontrarme
para entregarme un recado.
Allí donde cada día
el sol empieza a nacer
donde la tierra se acaba
y el cielo busca crecer.
Allí estaré yo tendido
entre la tierra escamada
alimentando sus fauces
muy quieto y sin decir nada.
Tal vez me sienta cansado
de ser una calavera
y entregue mi cuerpo al viento
en alguna primavera.
Tal vez busque algún rincón
en una playa desierta
buscando que el mar devore
mi silueta descubierta.
Entonces podrás hallarme
en las noches al soñar
cubierto de sal y erizos
en la espuma de algún mar.
Quizás el mar se desprenda
de mi figura angustiada
y al viento vuelva a pedirle
llevarme sin decir nada.
Y entonces me deposite
en el valle de tus sueños
buscando que de tu amor
por siempre sea tu dueño.
Allí podrás encontrarme
cuando te sientas vencida
y me hablarás con tu mente
sintiéndote protegida.
Háblame de tu dolor
háblame de tu pesar
entrégate dulcemente
que yo te quiero escuchar.
Sin medida
Espérame.
Porque el tiempo pasa entre nosotros,
porque la lluvia te acompaña,
porque todo lo que en sombras te imagines
ya no tendrá importancia.
Espérame.
Que la tarde ahoga la mañana
y las hojas de los árboles se estrechan
con el mismo viento en una danza
en el lapso de tiempo que me aguardas.
Y solo en un instante te das cuenta
que el tiempo no transcurre, se desplaza,
se eleva y se eleva y luego baja
hasta tocar el suelo con sus garras.
Espérame.
Pues con la sola luz de tu mirada
podré atrapar al tiempo con la palma
y jugar con él entre mis manos
y devolverlo, si es que entonces tengo ganas.
Espérame.
Ya no hay prisa, no hay apuro que te invada
el tiempo no transcurre entre nosotros,
a no ser que queramos que lo haga.
Entrégate.
Que el tiempo tirano ya no baila
que las horas, los minutos y segundos
enloquecen bajo el sol de tu mirada.
Alíviame.
Las heridas que el tiempo me ha aplicado,
con tus tiernas manos asombradas,
por el relieve cruel de su semblanza.
Alíviame.
Que los minutos me empujan nuevamente
en su prisión abstracta y temporaria
que ya no puedo contenerlos de por vida
que ya no puedo detenerlos y se escapan.
Cuantas cosas encierran los minutos.
El llegar a la vida o el dejarla
en ese mismo lapso crece todo
en ese mismo lapso todo acaba.
Un minuto.
Es el tiempo necesario para amarte
para entender porqué la sangre brama
para nacer o morir, es suficiente,
o también para matar, con eso alcanza.
Un minuto.
Te pido me concedas,
para poder amarte sin medida
y amándote esperar que el tiempo pase
que llegue hasta el final de mi sendero
y luego, dulcemente que me mate.
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