Poes�a

15/10/2015

L�arc en ciel

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Poes�a

Alto Paran�

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El verano

 

I

 

Vertientes de rocío de la tarde

en verdes musgos e irupés se asientan,

tal lágrimas del sol que se contentan

en el estío mortal. El monte arde.

Con presencia viril haciendo alarde,

poderío voraz que bien sustentan,

venciendo siempre todo lo que enfrentan,

logrando que la grama se acobarde.

El cuerpo de una tierra carmesí,

en el verano ebulle desatado,

con soltura irradiando el frenesí,

estival, de aquel sol desaforado,

no deja de buscar detrás de si,

el alivio del cielo tan deseado.

 

II

 

La lluvia manifiesta su presencia,

encubierta en su manto transparente,

y un alivio, traslúcido, aparente,

ya se instala en el monte con solvencia.

Y la tierra derrama su impaciencia,

implorándole al cielo en el poniente,

lo que aquel considere conveniente,

a los gritos, con rastros de demencia.

Es todo tan fugaz, sin gran sustento,

que de débil no puede sostenerse,

una simple ilusión de ese momento.

El verano no puede contenerse,

manifestando así su descontento,

nuevamente decide entretenerse.

 

III

 

Así la noche, de la tierra aliada,

la envuelve con su manto de frescura,

sabiendo que aquél mal no tiene cura,

pues deberá partir casi obligada.

Y en la última hora despiadada,

la abraza y la acaricia con soltura,

sabiendo que se acerca la locura,

rogando por aquella desdichada.

Venir y devenir de situaciones,

hasta que surge en sí aquel retoño,

que entrega el cielo envuelto de pasiones,

cuan presente en estuche gris y moño,

el verano se ahoga sin tensiones,

entregando el corcel al nuevo otoño.

 

 

La creciente

 

I

 

Paciente y gris el río corre tierno,

tras la lluvia del quieto mediodía

y ese sol que a una gota enloquecía,

se oculta en una sombra del invierno.

El frío tuerce al cuerpo del infierno,

de niebla, sol y de agua que crecía,

el juego que se juega día a día,

en un conglomerado siempre eterno.

Y entonces aquél río otrora manso

de suave palidez desenfrenada,

durmiendo en el recodo del remanso,

despierta en la restinga doblegada,

dúctil, transforma en furia aquel descanso,

desplegado en la tierra derrotada.

 

II

 

Parecen ser tan solo golondrinas,

que buscan en un cielo gris y fuerte,

un cambio repentino de su suerte,

con su virtud de viejas peregrinas.

Y el sol, que ya cansado no imagina

el triste devenir de un suelo inerte,

bajo el siniestro rito de la muerte,

sublime tempestad que no termina.

¡Tempestad! ... de una cruel naturaleza,

que no conoce de hambre y sufrimiento,

que para nada entiende de pobreza.

Y el río con su furia y descontento,

irradiando al ambiente su grandeza,

encerrado en su propio entendimiento.

 

III

 

Cortejas en el suave deslizar

a la tierra emergiendo de su entraña,

y el frío de la noche desentraña,

el idilio que vuelve a madurar.

Y creces en caudales sin pensar,

¡gran excusa siniestra! ¡cruel patraña!

amparado en la tierra que te extraña

y que siempre quisiste enamorar.

Eres río, muy digno a tu semblanza,

con tu estampa de infiel descontrolado,

y tu espíritu ungido de templanza.

Que a la tierra en tu paso socavado,

engañaste mil veces con tu danza,

y tu estirpe mordaz de enamorado.

 

 

 

Esfinge minuciosa

 

Sujeto al noble estero,

latente y tan ostentoso de vida,

descansa el pueblo entero,

durmiendo en su medida,

entre gritos de siesta desmedida.

No hay nada que lo altere,

ni el sol, ni la tormenta que a su paso,

sin que el mismo se entere,

o vibre, o haga caso,

sumido ante las sombras del ocaso.

El río que lo abraza

de efímera secuela correntosa,

sobre la costa traza,

en noche tormentosa,

su silueta de esfinge minuciosa.

Impávido envejece,

aguardando que el tiempo desbocado,

el que siempre florece,

al pobre desdichado

lo entierre en un olvido agigantado.

Esquirlas del presente

de un pueblo que destila soledad,

librándose inconsciente,

en lucha sin piedad,

buscando mitigar su tempestad.

 

 

 

Las cuatro bocas

 

Con un desenfrenado movimiento,

al sol estremeciendo su figura,

buscando desafiar al mundo entero,

teniendo como cómplice a la luna.

Allí donde corrientes y remansos,

se tuercen y aprisionan sin medida,

donde la placidez es sueño extraño,

y la quietud es canto de otro día.

Las cuatro bocas brillan desafiantes,

al son de un río amplio que no sueña,

ni entiende que la lluvia siempre cae,

perdida, por el río Carabelas.

Y el otro que lo cruza con desgano,

sumiéndose impiadoso en esa escena,

lo hiere, sin saberlo, sin pensarlo,

impertinente, el Canal de la Serna.

Y ambos que hasta allí no conocían,

de corrientes cruzadas que se baten,

en un duelo mortal que no termina,

sin siquiera pensar que alguien lo gane.

Sus aguas intercambian sin quererlo,

el flujo de la esencia concebida,

en distintas regiones de éste medio,

uniéndose a la nueva melodía.

Con su cuerpo de finos camalotes,

el Carabelas sigue su camino,

resignado a la sombra de la noche,

buscando someterse a otro gran río,

que lo espera ambicioso aún muy lejos,

conociendo el final de aquella trama,

con sus fauces dispuestas hacia el cielo,

majestuoso, es el Río de la Plata.

Y el canal, desbordante de vertientes,

muy tranquilo se inyecta entre la selva,

y en un corte fugaz se desvanece,

entregando al Miní su carne tierna.

Si alguna vez, navegas por el río,

guiado por el sol y por las olas,

entrégale a tu espíritu perdido,

la belleza total de Cuatro Bocas.

 

 

Río y libertad

 

I

El río ensaya quieto, vital arcilla ardiente,

lo alza y lo protege, lo cubre y lo armoniza,

y el sol que en esa tarde, su calor sintoniza,

de vida lo preserva, fijando su nutriente.

 

El río entiende todo, de bruma que se extiende,

de arroyos y de arenas, de montes y remanso,

de lluvias y tormentas, que tuercen su descanso,

bajantes y crecientes, el río todo entiende.

 

El río que disfruta, su eterna libertad,

que goza y se desvive, con cada golondrina,

con noches y con tardes o ciclo que termina,

con playas escondidas que sufren soledad.

 

El río forja vientos, que libres se desplazan,

que libres buscan cauces, ampliando su existencia,

que bosques y juncales, confirman su presencia,

en focos de tormenta, sus cuerpos despedazan.

 

II

 

El río teje historias de aquellas que no entienden

de arroyo y de creciente, de estero y de laguna,

que solo se propagan al brillo de la luna,

umbría de emociones, de un cielo que pretenden.

 

Aquellas que delatan a un río que atrapado,

lo toman por testigo, gentil y bien dispuesto,

que ignora ser la causa, creciente de aquél gesto,

ungido en una playa, de un brazo doblegado.

 

Letargo de calizas y sábanas musgosas,

de trébol bien sedoso, de manto de juncales,

se suman al idilio, virtuoso en sus finales,

cernidos ante el cuerpo dormido de una rosa,

 

que algún rosal perdido, con furia muy marcada,

en sacrificio ofrece, tras impactante escena,

la rosa se desangra, cubierta por la arena,

entrega sus aromas al viento ya truncada.

 

III

 

Y un río de pasiones, tendido de un verano,

de furias y sudores, de crepitares ciegos,

de palas y machetes, de calmas y sosiegos,

testigos de un futuro dudoso y muy lejano.

 

Un río que se prende del fresco del otoño,

adormece las penas y las hunde en el viento,

las lleva hacia otras tierras, las pierde en el momento,

las siembra, le da tiempo y lugar para un retoño.

 

Estupor del invierno, sobre los almacenes,

refugio de pesares, angustias y temblores,

del hombre de bancales que ahoga sus dolores,

sumiéndose en un vaso, prendido por las sienes.

 

Desata su figura, frescor de primavera,

vestida de sopores, vibrantes, sin sentido,

albor de un día claro, que olvida hasta el olvido,

refugio de ilusiones, ardientes de quimera.

 

IV

 

Y el río ahora manso, que finge en su silueta,

muy suave al deslizarse, buscándose encontrar,

se viste de esmeralda, no bien encuentra al mar,

hundiendo mil sonidos, al sol, la tierra quieta.

 

De libertad al río ya no podréis hablar

ahora la conoce, ya sabe que se siente

y danza con corales soñando su presente,

al grito de las olas que visten éste mar.

 

Pensar que ya este río, disfruta de la brisa,

que todas las mañanas, de sales se alimenta,

y que de atardeceres el mismo se contenta,

sin el paso del tiempo, sin apuro, sin prisa.

 

Sumido en un cultivo de cantos de sirenas,

de espuma y de mareas, respira tan consciente,

no piensa en otra cosa que sea su presente,

de verde, de salitre, de zumo de verbenas.

 

 

Coplas de la tierra al río

 

I

 

Antes que su cuerpo como fiel figura,

entre el sol y el centro guardo yo lo mío,

alto de misterio canto del estío,

vuelco mi presencia de sutil textura.

Gotas del rocío alzan con frescura,

mi mitad de arcilla al calor desplegada,

mi otra mitad va riendo doblegada,

entre sus vertientes de senil locura.

 

II

 

Espuma de cieno letargo de arena,

suntuoso descanso yo le entrego al río,

él mira dichoso besando lo mío,

yo busco su cuerpo sumido en la escena.

Fogoso sustento desfila en mi vena,

calor de avatares ungidos al viento,

contempla celoso el idilio al momento,

volcando sus aires en la luna llena.

 

III

 

Mi cuerpo rugoso gentil de substrato,

de nácares tintos y junco escardado,

metales preciosos engarce dorado

limitan la forma de mi fiel retrato.

Al calor del día duermo solo un rato,

fresco de la noche duermo un rato largo,

y de amaneceres sufre mi letargo

por ver quebrantado aquel eterno trato.

 

IV

 

Mi amor por el río difícil contarlo,

es algo que guardo recuerdos concretos,

en cieno dormidos, guardé mis secretos,

sin miedo a perderlo, sin miedo a dejarlo.

Y son mis ideas para acariciarlo,

excusa preciosa, fangosa litera,

que buscan sonrientes en la primavera

la causa perfecta sutil para amarlo.

 

V

 

Mis manos de hierbas con su verde manto,

tesoro acarician durmiendo en mis brazos,

y yo lo protejo despliego el cedazo,

lo acuno y lo beso con mi dulce canto.

Sus penas son mías, angustia, quebranto,

un dolor que no cede al sol del invierno,

calor del verano candil del infierno,

sus penas son mías y mío su llanto.

 

VI

 

Antes que su cuerpo, yo desplazo el mío,

antes que sus penas, alzo yo la mía,

antes que la noche se duerma en un día,

antes que el invierno nos envuelva en frío,

la vida se instala al frescor del rocío,

durmiendo las carnes del daño tendido,

vistiendo de rosas aquél cuerpo herido,

curando y calmando dulcemente al río.

 

 

Coplas del río a la tierra

 

I

 

Alto como el monte de brilloso tallo,

de sonriente laca de brillo siniestro,

de cardos certeros ataca lo nuestro,

mientras contemplamos su implacable fallo.

Quizás una excusa, mas yo no me callo,

hay algo que pule, mi piel de diadema,

estira y lastima, la carne que quema,

frescor que no busco, o ni siquiera hallo.

 

II

 

Extiéndeme un manto de finos azahares,

zumoso de fresias, extracto de rosa,

extiéndelo ahora, que no hago otra cosa,

que ver la manera de ahogar mis pesares.

Robadles olivos a los olivares,

también camalotes a la playa aquella,

que no te descubran, oculta la huella,

hundidla a la sombra de algunos palmares.

 

III

 

Abrázame fuerte que nadie nos mira,

que nadie percata que somos del viento

obstáculo suave de su advenimiento,

después que en la tarde desate su ira.

Abrázame tierra que el mundo no gira,

abrázame ahora que siento el temor

que todo termine en un llanto y dolor,

abrázame entonces que el viento suspira.

 

IV

 

Los pájaros vuelan, gentiles miradas

me lanzan preciosos queriendo ayudarme,

y yo les respondo sin mas contrariarme,

no se lo que pasa, vertientes segadas.

Mis brazos se ahogan, esquirlas clavadas,

quizás los castigan restándoles agua,

que alguien urgente ya apague la fragua,

antes que la muerte blande sus espadas.

 

V

 

Substrato y nutriente, florece regado,

callosos nitritos ahogan su espanto,

y en mi su materia reemplaza el encanto,

guirnalda de hedores, cedrón carburado.

Se enquista doliente a aquél cuerpo prestado,

le quitan pasiones, color y esperanza,

de todo le quitan, excepto templanza,

y no lo devuelven, lo dejan diezmado.

 

VI

 

El cuerpo te entrego, mi tierra querida,

envuélvelo en algas, en risas y espuma,

pedidle prestado, frescor a la bruma,

quitadle una estrella, del cielo a la vida,

que aún la batalla no ha sido perdida,

mientras corra agua por mis dulces venas,

podré soportarlo ahogando mis penas,

guardo yo esperanza, solo está dormida.

 

 

Alto Paraná

 

I

 

Volverán aquellas tardes de verano,

volverá a tallar el sol entre sus manos.

 

Volverá la brisa fresca de la noche,

volverá a teñir el cielo con su broche.

 

Nos dará quizás del manto alguna estrella,

que de todas deberá ser la más bella.

 

Sin pedirle al firmamento algún hechizo,

brillará por aquél monte escurridizo.

 

Y la luna contemplando ese momento,

envidiosa morirá de sufrimiento.

 

Y aquél río recostado en su remanso,

detendrá la placidez de su descanso.

 

De su carne, concepción apasionada,

silenciosa su arrogancia amarronada.

 

Preguntándole a la noche con su furia,

por la causa radical de su penuria.

 

Del porqué otrora el verde ya no es verde,

y a los golpes de un machete ya se pierde.

 

Y la selva sigilosa se repliega,

ante el sordo crepitar de aquella entrega.

 

Del porqué las golondrinas con su llanto,

no deslumbran nuevamente con su canto.

 

Del porqué la soledad de soledades,

se desgrana en agresivas tempestades.

 

Los arroyos tiesos piden a la luna,

que por causas no conoce de ninguna.

 

El río muy quieto a la sombra estremece,

una calma que a la selva palidece.

 

II

 

Noche clara de quietud tan somnolienta,

fiel reflejo que del río se alimenta.

 

En un cuerpo que no entiende de otra cosa,

más que del fino perfume de una rosa.

 

Y esa quietud temerosa y sin motivo

limitada por la voz de un monte esquivo.

 

¿Quién frena hoy la virtud de su pasión,

lo acorrala muy de a poco en su prisión?

 

Frío dolor que conoce de aquel mito,

dura esencia perfilada en el granito.

 

Esa pared de arenisca y de hormigón,

impidiendo desplegar su corazón.

 

Mortal traba impone hoy sus restricciones,

distinguible al gris caudal de sus pasiones.

 

Al verse así, prisionero y sin salida,

herido el río medita otra partida.

 

Suplicándole a aquél sol en su reflejo,

reclamándole a la lluvia algún consejo,

 

deja su cuerpo cernido de colores,

por la sutil flama azul de sus vapores.

 

Y así se aferra a una nube despiadada,

planifica muy consciente su jugada.

 

Ahora el río, no es río como tal,

resguardando receloso su caudal.

 

Y una noche fría, por gracia o favor,

a la lluvia le despierta su pavor.

 

Entonces el cae gentil de esperanza,

desplegando con su furia la venganza.

 

III

 

¡Alto Paraná!, espíritu imponente,

de esteros, juncales, de lluvia y creciente.

 

De ciudades, selvas y de arroyos vivos,

recuerdo pasado, terminal y esquivo.

 

Río de siluetas, amplitud de vida,

blanco de azucena, tempestad perdida.

 

De buques intrusos cargados de estiba,

desde las nacientes del Paranaíba.

 

Ríe junto al monte, derrochando luz.

Llora en Itaipú, su dolorosa cruz.

 

Crece con las lluvias, duerme en el verano,

alimenta al verde con sus propias manos.

 

En ese lejano lugar infinito,

donde juega el sol creciendo de a poquito,

 

allí estaré yo un día, recostado,

sirviendo a sus fauces, bien desencarnado.

 

Bajo el monte de cieno, quieto, cautivo,

bajo la apacible sombra de un olivo.

 

Y veré desfilar en aquellas noches

de luciérnagas un coro, con sus broches.

 

Y en una creciente cubrir a sus brazos,

de musgo y caliza, pequeños los trazos.

 

¡Alto Paraná!, despierta ya contento,

espérame que aún no es el momento.

 

Te dejo no obstante, mi causa y mi mente,

a los camalotes de alguna creciente.

 

Escucha paciente mi dulce canción,

despliega tranquilo, humilde pasión.

 

 

El dorado

 

El dorado casi inquieto,

en el sol se reflejaba,

y el uno del otro eran

una imagen dibujada.

Todas las tardes de estío,

su melodía que brama,

saltando por los juncales,

otro juego no encontraba.

Y en noches de luna llena,

de amor al cielo que aclara,

mostrando su fiel idilio

a la luna perfilada.

Espectáculo del cielo,

plata y oro en una danza.

Y casi tocando el día,

silencioso al agua clara,

buscando encontrar a la presa

que salida nunca hallaba.

Entre arroyos y riachos,

una vida diagramada,

aprendiendo en los remansos,

y en cada rincón del agua.

Allí en las noches de invierno,

tendido bajo una rama,

buscando en un camalote,

del frío se cobijaba,

aguardando llegue el día,

por sol tan preciosa flama,

pues de aquél era su imagen

cernida en hora temprana,

pues cada día de lluvia,

cuando el cielo se desata

y en las tardes de tormenta,

al viento lo desafiaba,

por no permitir llegar

a la fuente resguardada,

que solo el bien conocía,

por su reflejo en el agua.

Y así fue que en un buen día

pensando en alguna caza,

viajó para el río grande,

desvelado en la mañana,

que no había conocido,

solo en sueño imaginaba.

Gran pesar de los pesares,

duro error de su jugada,

haber conocido antes,

la sorpresa tan nefasta.

Muy tarde para lamentos,

su ilusión se despedaza,

cautivo bajo la red,

que a su vida se llevaba.

 

 

Recetas de amor junto al río

 

Me reclama el pensamiento,

al refugio necesario,

silencioso dispensario,

para ideas del momento.

Tengo claro, les comento,

que la calma mas selecta,

que al idilio nos conecta,

junto al río ante la luna,

como ella no hay ninguna,

esa calma tan perfecta.

 

Se entremezclan las pasiones,

tras la luz tenue y concreta,

que el firmamento decreta,

un sinfín de sensaciones.

Busco otras soluciones

como cómplice del río,

hallo aquí mi desvarío

observando aquella tarde,

bajo un cielo que bien arde,

en ésta también confío.

 

De aquél cielo ensangrentado

nace un profundo sopor,

que tumba hasta aquella flor,

que de amor se ha marchitado.

Un espíritu emanado

tal brisa de primavera,

parece ser la primera

causa que bien aparenta,

ser la figura que ostenta

del amor la furia entera.

 

No olvidemos la mañana,

aquella donde el reflejo,

el agua como un espejo

del sol en hora temprana.

Es el brillo que ahora emana

y atraviesa el corazón,

y que al uso de razón

lo destruye en un instante,

y no encuentra contrincante

que se anime a su tesón.

 

Y me queda en el final

la mejor de las recetas,

sin artilugios ni tretas

que nos lleven al ritual.

Ante un caso terminal

de amor no correspondido,

llevadla al río os pido,

empleando tu destreza,

que al contemplar tal belleza

seguro que habréis vencido.

 

 

La yarará

 

Hundida tras el barranco arcilloso

la selva se resguarda de aquél río,

en un conglomerado estrepitoso

con ímpetus de savias y de brío.

Y allí, en esa selva que en reposo

es mas gélida aún que el propio frío,

algunas almas muestran su presencia

con un sublime halo de inocencia.

 

Es el hombre furtivo y con solvencia

con esas manos que el tiempo ha curtido,

que por necesidad o conveniencia,

en el monte fatal está perdido.

Y busca entre sus flujos de demencia,

un respiro con trazos de vencido,

mientras siente el certero y penetrante

dolor de la estocada calcinante.

 

Así entiende que el tiempo es apremiante,

la sombra de la noche vence al día,

reflejando el terror en su semblante,

comprende que la vida se perdía.

Es muy duro quizás el contrincante,

de a poco el frío rostro le exhibía,

y sin querer mirarlo frente a frente

en la grama recuéstase inconsciente.

 

Los brazos se entumecen de repente,

las piernas no retoman su camino,

y el cuerpo tal crepúsculo al poniente

comienza a deambular por su destino.

Así toda su vida en el presente

se muestra acompañada por el trino

de un ave que recala en este puerto,

posándose en un cuerpo que está muerto.

 

 

Paraná Miní

 

De carne amarronada, de brazos refinados,

de cantos y suspiros al monte reflejados,

de bordes y remansos en quiebres confinados,

de líneas predilectas, de sueños no soñados.

 

La luna teje sombras en esos firmamentos,

la luz de las estrellas se ahoga en sus cimientos,

se cuela entre su sangre viviendo esos momentos,

de dulce algarabía, destraba descontentos.

 

Y el manto de perfumes que al aire entumecía,

cobraba mas presencia y al viento sometía,

aromas destruyendo aquel aire que pedía,

un poco de clemencia sintiendo que moría.

 

Refugio de albardones que emergen desafiantes,

buscando perpetuarse con trazos penetrantes,

consiguen su objetivo tan solo unos instantes,

y luego se sumergen en gritos muy distantes.

 

Terreno de sauzales que besan la corriente,

la tocan y acarician sintiendo ese torrente,

de arcillas y eredrones, de hierba y de nutriente,

brebaje de dulzores, de lluvia y de vertiente.

 

 

Bajo Paraná

 

I

 

Volverán aquellas tardes de verano,

a olvidar la oscuridad de un tiempo vano.

 

Y la brisa que sentido y piel acosa,

morirá bajo el aroma de una rosa.

 

El gemido perfilado en los bancales,

destruido lucirá entre los rosales.

 

La extensiva sequedad de aquél engendro,

conmovida lucirá de fino almendro.

 

Y la lluvia de acidez desenfrenada,

dulce néctar vestirá casi obligada.

 

¿Dónde surgen esas voces lastimosas,

que destruyen sin pensar en otras cosas?

 

Cruel designio de aquél hombre y su egoísmo,

ostentoso, ventilando salvajismo.

 

Intentando imponer hoy sus prioridades,

que reflejan las actuales tempestades.

 

Río dulce que ahora emerge entre el carburo,

y se juega día a día su futuro.

 

Y que a gritos va pidiendo por su ayuda,

encontrando alguna frase casi muda.

 

Despertad entre torrentes de ceniza,

que la tierra de a poquito te armoniza.

 

Que no hay otro que comprenda tu castigo,

escuchadme, de esta forma a ti os digo,

 

Ya no pidas soluciones a la luna,

ni busquéis entre las sombras por alguna.

 

Que la única salida en éstos años,

es de quién te ha ocasionado tantos daños.

 

II

 

Allí donde el río en dos brazos se suelta,

y donde el mas grande comienza su vuelta,

 

allí nace el delta, de brazos urgentes,

sumido en los sueños de muchas corrientes.

 

Ahora dos ríos de duras siluetas,

que la tierra guía, cuan dos marionetas.

 

Abrazan la turba de lecho sedoso,

se abren en arroyos de flujos musgosos.

 

En cientos de islas el delta diagraman,

todo lo que tocan para ellos reclaman.

 

Alud de juncales, concierto del viento,

hincando sauzales con su descontento.

 

La lluvia que entrega frescor al verano,

al río alimenta con sus propias manos.

 

Sus brazos extienden con clara soltura,

buscando un rincón para la sepultura.

 

Entonces desaguan con furia vertiendo,

entregan sus cuerpos al cielo pidiendo,

 

que vuelva a llevarlos de a poco y sin prisa,

prendidos al cuerpo de la fresca brisa.

 

Como finas perlas en una mañana,

ungirse al rocío en hora temprana.

 

De colores tiernos y aromas de pinos,

prenderse al punzante jugar de los trinos.

 

En el frío invierno disfrutar sonriente,

de los avatares de alguna creciente.

 

Y ver a la noche, celosa creciendo,

por tanta belleza, de envidia muriendo.

 

III

 

¡Bajo Paraná!, espíritu imponente,

río de un temor gestado en el presente.

 

Espera un instante que voy a abrazarte,

todas tus heridas yo quiero curarte.

 

Busqué sacrificios que puedan frenar,

el enorme daño, que encuentro al buscar.

 

Allí está escondida sufriendo una higuera,

que entrega sus higos en la primavera.

 

Un rosal sangrío, dúctil, ostentoso,

ofreció diez rosas, río correntoso.

 

Encuentro mensajes en mi pensamiento,

que otros ríos mandan, en este momento.

 

Y las golondrinas de sueño temprano,

mil vuelos ofrecen, en cada verano.

 

Es la tierra misma que su cuerpo extiende,

es ella quién sufre, quién más te comprende.

 

Y desde muy lejos, recibo contento,

del mar cien corales, que me entrega el viento.

 

Así de esta forma buscando el abrigo,

encuentro ilusiones, me encuentro contigo.

 

Y veo que el hombre, brutal responsable,

se inserta en su mundo, de triste culpable.

 

No mide, no actúa, ya nada le importa,

y tampoco entiende que el tiempo se acorta.

 

Que todo termina tras esa cornisa,

que fría, implacable, la muerte no avisa.

 

Sabrá al ver el mundo, llegado el momento,

que el dinero aún no es un buen alimento.

 

 

Puerto Constanza

 

Tejeré un fino manto de arcillas sedosas,

de matiz albazano cubriendo tus llantos,

de biguá complaciente volando entre rosas,

buscando tus encantos.

 

De algarrobo y de cañas curtidas al viento,

y de alismas danzantes en una corriente,

tejeré lo que pidas en éste momento,

a tu cuerpo presente.

 

Puliré tus grilletes al sol corroídos,

con un baño de néctar dulzura selecta,

y con música suave daré a tus oídos,

melodía perfecta.

 

De tu muelle astilloso adosado a la piedra,

construiré un nuevo lecho vestido de blancos,

robaré una azucena y el tallo a una hiedra,

para tus pies estancos.

 

Y de aquél río grande, el Guazú, tan risueño,

tomaré una barcaza al olvido aferrada,

y con fino artilugio la veo en un sueño,

a tu puerto amarrada.

 

Dulce enlace de ríos trocando corrientes,

es la boca preciosa del gran Talavera,

con su sangre alimenta un millón de vertientes,

en cada primavera.

 

Escuchad que ya tengo bien presto ese manto,

y si estás preparado, te ruego, te pido,

avisadme así puedo, sin penas ni llanto,

sumergirte al olvido.

 

 

 

"Erase una doncella bellísima que se enamoró de la luna. La cuitada languidecía con su amor sin esperanzas, mirando al astro de la noche esparcir su pálida luz desde la altura . Un día, llevada por la fuerza de su pasión, se determinó a buscar a su celestial amante. Subió a los árboles más altos e inútilmente tendía los brazos en busca de lo inalcanzable. A costa de grandes fatigas trepó a la montaña, y allí, en la cima estremecida por los vientos esperó el paso de la luna pero también fue en vano. Volvió al valle suspirosa y doliente, y caminó, caminó para ver si llegando a la línea del horizonte la podía alcanzar. Y sus pies sangraban sobre los ásperos caminos en la búsqueda de lo imposible. Sin embargo, una noche, al mirar en el fondo de un lago se vio reflejada en la profundidad y tan cerca de ella que creía poder tocarla con las manos. Sin pensar un momento se arrojó a las aguas y fue a la hondura para poder tenerla. Las aguas se cerraron sobre ella y allí quedó la infeliz para siempre con su sueño irrealizado. Entonces Tupá, compadecido, la transformó en irupé, cuyas hojas tienen la forma del disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal."

 

(Velmiro Ayala Gauna. La selva y su hombre, Rosario, Librería y Editorial Ruiz, 1944)

 

 

La leyenda de la flor del irupé

 

Todas las noches de luna,

sobre el monte frío y tierno,

su belleza destilaba,

la dulzura de su cuerpo.

Prestas sus manos inquietas,

buscaban tocar el cielo,

mas lograrlo no podía,

grande el dolor del momento.

Dulce doncella que amas,

la luz envuelta en su velo,

en las noches luminosas,

pendiendo del firmamento.

Y no encuentras la salida,

al sufrimiento siniestro,

día y noche vas buscando,

jugar tu amor en secreto.

Trepando por los sauzales,

lanzas tus brazos al viento,

intentas llegar a ella,

buscando robarle un beso.

Un dolor que ya no cede,

desde lo alto de aquél cerro,

también quisiste llegar,

imposible, ¡Qué siniestro!

Lágrimas de amor vertiste,

regada de desconsuelo,

recostada en esa orilla,

la viste en aquél reflejo,

y tu almita enamorada,

desbordante de amor pleno,

te llevó, ¡Ciega locura!

a sumergirte en tus sueños.

Y de ellos, tan profundos,

no pudiste desprenderlos.

De la carne de aquél río,

surgieron brazos dispuestos,

a remediar tal angustia,

y volcar tu amor al cielo.

Una flor blanca y muy pura,

representando tu sueño,

y el cuerpo del irupé

de la luna, el fiel reflejo.

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