Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

El anden de enfrente

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Como todos los días, desde hacía ya unos veinte años, Omar abordó el tren a la misma hora. Bueno, no siempre a la misma hora, a veces podía salir de su trabajo un rato antes y no tenía en ese caso que apurar la marcha para alcanzar el último subterráneo.

 

Recordaba sí, que hacía algunos años, el horario del último tren se extendía un poco más, pero ahora, a más tardar once y media de la noche debía estar allí, en el andén sur de la estación Piedras, si no quería tener que viajar en colectivo y llegar a su casa bastante más tarde. En verano no había mucho problema con eso, es más, generalmente lo hacía de esa forma, porque el calor del subte se hacía insoportable. Pero en invierno, era como una necesidad el tránsito por las entrañas de Buenos Aires.

 

Normalmente, cuando salía del trabajo, tomaba un café allí en la esquina de Perú y Avenida de Mayo. Si bien la boca del subte de la estación Perú estaba a pocos metros, él prefería caminar hasta Piedras y abordarlo allí. Tenía una desmesurada debilidad por los coches de “La Brugeoise”, era como que lo llevaban a otro tiempo, a otra época que quizás le hubiese gustado mucho vivir, pero que no le tocó por supuesto. Era una extraña añoranza que vaya a saber porque se instaló en su espíritu y que diariamente lo envolvía de un hálito melancólico que disfrutaba en cada uno de los viajes. Por la mañana quizás era distinto, la gente, el bullicio, en fin, no era lo mismo.

 

Por la noche si podía disfrutar silenciosamente del sordo crepitar de las ruedas sobre los rieles, esas ruedas de casi un siglo que aquellos coches tan particulares endulzaban sus oídos. En los últimos años, algunos de ellos habían comenzado a ser reemplazados, y eso entristeció a Omar. Por eso, cuando veía que una de las formaciones de las nuevas llegaba al andén, simplemente no subía a ella y aguardaba sus coches. Generalmente el último tren era, afortunadamente, uno de aquellos. Subía siempre en el último vagón y de esta forma comenzaba a disfrutar de su viaje, que era breve, solo cuatro estaciones, hasta Alberti, pero más que suficiente. A veces leía, el diario de la mañana o bien sentado en el último asiento disfrutaba del paisaje que el túnel le proponía. Y otras veces simplemente se transportaba, a su tiempo preferido, como que le parecía ver a sus damas vestidas de época o los caballeros con sus sombreros, moños y polainas. Omar era definitivamente un soñador, un hacedor del tiempo pasado, ese tiempo que ya no volvería nunca más y que solo sobrevivía en su memoria, extrañamente, porque tampoco lo había vivido.

 

Pero nunca imaginó Omar lo que sucedería aquél día de Julio. Nunca. Ni siquiera en los más profundos rincones de sus desbocados pensamientos. Inclusive, hoy en día, cuando ya ha pasado algún tiempo, los recuerda hasta se diría con cierta añoranza, a pesar del terrible e inexplicable momento que le toco vivir.

 

Aquella noche hacía frío, demasiado para su gusto. Así que luego de tomar su café, rápidamente se encaminó hacia la boca del subte en Perú, no en Piedras, no estaba como para ir caminando esas dos cuadras. Entonces, llegó antes y hasta pudo –según calculó- poder tomar un tren antes del último.

 

Como siempre se instaló en el último vagón y se puso a hojear un folleto que había encontrado en el café de la esquina. Esto lo sacó del tiempo y del espacio. Tal es así que en un momento, al llegar a una estación levantó la vista y solo se dio cuenta que debía descender porque el andén opuesto no estaba, y eso solo se correspondía con la estación Alberti, su destino.

 

Tuvo que abrir manualmente las puertas, como es habitual en los coches de La Brugeoise, para poder descender, pero en ningún momento dejó de ojear su revista, lo cual lo llevaba a realizar todos sus movimientos casi en forma automática. Escuchó entonces el golpe de las puertas del subte al cerrarse y el sonido de los motores eléctricos al arrancar, mientras caminaba hacia el centro del andén buscando la salida, sumiéndose en un ambiente de total silencio al alejarse finalmente la formación.

 

Fue allí, en ese instante que levantó la vista para pasar por los molinetes, cuando notó algo extraño en el ambiente. Dejó entonces la lectura y se concentró en la situación. Miró hacia el frente y hacia ambos costados, sin atravesar el molinete se quedó estupefacto. Por demás sorprendido pudo ver que las salidas (ambas) estaban con sus rejas cerradas y no se percibía el sonido de la calle. Frente a él, la boletería, distinta a las habituales ante sus ojos, cerrada, perfectamente cerrada y abandonada. El primer detalle: la boletería era un enrejado de fundición, despintado, con sus vidrios rotos y en muy mal estado de conservación.

 

Hizo un movimiento para atravesar el molinete pero se contuvo. El próximo impulso fue mirar el cartel indicador de la estación, no había ninguno al frente, así que caminó por el andén hacia adelante y mientras caminaba pudo divisarlo y leer claramente algo que lo dejó evidentemente sorprendido. El cartel decía Pasco. Me estoy volviendo loco –pensó en un instante- la estación Pasco no está del lado ascendente del andén sino del opuesto y hacia atrás, allí solo se detienen los trenes que van hacia Plaza de Mayo. Pero no, claramente el cartel decía Pasco.

 

Sin entender muy bien lo que sucedía, una sensación de alivio lo invadió al ver a unos veinte metros hacia adelante a dos personas sentadas en una de las bancas. Eran dos hombres, vestidos con ropa de trabajo, de mediana edad, uno tenía algo así como alpargatas, un pantalón azul descolorido camisa de manga corta y vestía una gorra en su cabeza. El otro, con ropa similar, pero con un ancho cinturón, también con gorra y sostenía con una de sus manos algo parecido a un pico o herramienta. Mientras se acercaba a ellos los escudriñaba atentamente. Tenían como la mirada perdida hacia adelante, hacia el andén opuesto que no existía y estaban en silencio, como si no se hubiesen percatado de su presencia.

 

Cuando estaba a unos cinco pasos de ellos, uno de los hombres primero, y casi al instante el otro, voltearon la vista y lo miraron. Ambos tenían una mirada entre perdida y triste. Al ver esto Omar se detuvo y solo atinó a hacer un movimiento de cabeza como saludándolos. Por unos diez a veinte segundos que parecieron interminables, la escena se mantuvo en un absoluto silencio, hasta que uno de los hombres, el situado más cerca de Omar y con un profundo acento italiano le preguntó:

 

-¿Qué busca?

-¿Tal vez la salida? –respondió interrogativamente Omar, mientras agregó: -Alberti, ¿no? –para asegurarse que no se había equivocado de estación e intentando ignorar el cartel que había visto unos segundos antes. En ese momento, el hombre hizo un movimiento con su brazo derecho mientras señalaba hacia atrás, colgado de la pared, el nombre de la estación marcado en el cartel de chapa sin pronunciar palabra. El cartel decía claramente Pasco.

 

Algo extraño sucedió en ese momento –una cosa más digamos de las tantas que se venían sucediendo en los últimos minutos- un tren (quizás el último del día) se aproximaba velozmente a la estación. Omar respiró por un instante porque pensaba saltar dentro de él apenas se detuviera.

 

Pero el tren vino, llegó y sin disminuir siquiera la velocidad, siguió sin detenerse. Entonces Omar volvió la mirada hacia ambos hombres y en el primero de ellos, una tenue sonrisa pareció dibujarse, y entonces habló:

 

-No todos se detienen aquí, solo algunos, muy pocos.

-¿Cada cuánto tiempo? –preguntó ahora Omar empezando a entender un poco la compleja situación y tratando se seguirle la corriente del diálogo.

 

-A veces cada algunos días, o algunas semanas, o meses,  en ocasiones algunos años y para algunos, solo una vez en la vida.

 

-Entiendo –dijo Omar- ¿Y ustedes no van a subirse?

 

-No –respondió ahora el otro hombre de manera contundente, mirándolo primero y luego volviendo la vista hacia el frente. Y no se explayó.

 

Omar hizo silencio ahora intentando ver como continuaba con el diálogo y buscar amablemente la manera de salir de esa inquietante escena. Luego de casi un minuto miró en dirección del túnel, hacia donde había seguido su tren y hacia donde también continuó camino el que no se detuvo, y a unos pocos metros estaba el andén opuesto, el de enfrente, fuera de todo espacio entendible para él, ya que no debiera haber andén alguno en ese lugar. Entonces preguntó:

-¿Y esa otra estación? ….

-Pasco –respondió inmediatamente el italiano.

-¿Pasco? … pero … -dando a entender que la estación donde estaban era Pasco.

-Sí, esa es Pasco. Ésta es Pasco Sur –concluyó el hombre.

-Entiendo –respondió Omar- quiero creer entonces que la salida no está aquí en Pasco sur sino que allí enfrente en Pasco, ¿Verdad?

- Así es.

-Y que para salir debo bajar a las vías y llegarme hasta allí …

-Está usted en lo cierto.

-Bueno, entonces será eso lo que debo ir haciendo –agregó temerosamente Omar- no tengo otra solución a este problema, ¿No les parece?

-Creo que no queda otra solución, como usted, dice si desea encontrar la salida.

-Bien, entonces es lo que haré ahora –dijo mientras empezaba a caminar lentamente hacia el final del andén. En eso el otro hombre, que solo había pronunciado una palabra lo miró fijamente y le dijo:

-¿Puede esperar solo un par de minutos nada más?

-Por supuesto –respondió Omar- ¿Qué es lo que desea?

-Solo decirle que para usted el tren solo se detiene una vez en esta estación. No habrá otra oportunidad. Solo una, así que no la desaproveche, mire a su alrededor, observe, vaya hacia la otra punta, vuelva, disfrute … recuerde …

 

Atónito, Omar hizo lo que el hombre le dijo, pero solo recorrió el lugar con la mirada, luego lo miró fijamente y le respondió:

 

-Ya vi, ya observé, ya volví, disfruté … y lo recordaré …

-¿Está seguro que lo ha hecho? ¿Conveniente y suficientemente?

-Si –respondió Omar ahora ya queriendo abandonar definitivamente esa escena.

 

-Bueno – continuó ahora el italiano – vaya usted tranquilo mi amigo, baje las escaleras, camine hacia el andén de enfrente, en Pasco, allí encontrará la salida. Si en el trayecto escucha algún grito, o algún llanto … no les haga caso.

-Ha sido un gusto haberlos visto –se despidió Omar mientras caminaba hacia el final del andén.

-Lo mismo para nosotros.

-Ah, una cosa más –preguntó Omar- una duda que tengo … ¿Alberti norte … también vive?

-Por supuesto, el tren suele parar en una u otra, indistintamente.

-¿Los volveré a ver?

-Tal vez –se adelantó a responder el otro hombre- aquí no, ya nunca más. Pero al pasar por Alberti norte, cuando se apagan las luces … mire usted hacia el andén desierto … tal vez …

 

De esta forma, Omar bajó las escalerillas y tan rápido como le daban las piernas caminó por las vías los treinta o cuarenta metros hasta llegar al andén opuesto de Pasco. Al arribar, subió y miró hacia atrás, tal como suponía, la estación ya no estaba, en su lugar se distinguía el borde del andén abandonado y toda la estación tapiada. Caminó entonces hacia la salida, cruzó los molinetes y dirigió la mirada hacia el boletero que se quedó más que sorprendido al verlo mientras pasaba rumbo a la salida. En eso le chista, lo llama y Omar se detiene y se acerca a la ventanilla de la boletería. Fue así que el boletero lo mira y le pregunta:

-¿Los vio?

-Sí, recién estuve con ellos, pero ya se fueron.

-No, ellos no pueden irse.

Omar hizo un movimiento de cabeza saludándolo y rápidamente subió la escalera perdiéndose en las sombras dela noche de una helada Avenida Rivadavia.

 

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Las estaciones Pasco Sur y Alberti Norte de la línea A de subterráneos de Buenos Aires, fueron clausuradas definitivamente el 6 de Agosto de 1953 por una serie de causas que no justificaban su operatividad.

 

Una de ellas era qué, a la salida de Alberti Norte, los trenes debían afrontar una pronunciada subida que hoy en día inclusive puede constatarse, para la cual era necesario contar con un fuerte envión, y no tener que tomarla en partida detenida. 

 

Otra razón fue la proximidad entre las cuatro estaciones: Pasco sur-Pasco y Alberti-Alberti norte, ubicadas a menos de 200 metros una de otra.

 

La última de las causas fue el incendio sufrido en la casa del pueblo, sede del partido Socialista, el 15 de abril de 1953, cuyo edificio se encontraba en la entrada del subte de Pasco Sur, y la estación habría sufrido algunos daños estructurales.

 

En la década de 1980, la estación Alberti Norte fue ambientada con maniquíes de la época de su inauguración, para dar al pasajero una imagen de cómo era el subte a principios del siglo veinte.

 

Luego esta estación fue utilizada para la instalación de una subestación de energía que hoy en día inclusive, está operativa. Por su parte, Pasco sur fue tapiada y utilizada como depósito. Hoy pueden vérselas al pasar, ante de llegar a Alberti y luego de pasar Pasco, como fiel testigo del subterráneo de principios de siglo.

 

También era posible ver, pero solo viajando en los viejos coches de “La Brugeoise” como se apagaba la luz dos veces al pasar por Alberti Norte. Si uno tenía un poco de suerte y estaba en el último vagón, luego de pasar el tren, tal vez podía ver dos figuras humanas sentadas sobre el reborde del andén.

 

La última formación de “La Brugeoise” circuló el 12 de enero de 2013 tras 99 años y algunos días de servicio. Finalmente fueron reemplazados por nuevos y modernos coches.

 

Este cuento fue escrito unos días antes. Aquél 12 de enero, quien escribe estas líneas, abordó una de las últimas formaciones, entre las estaciones Castro Barros y Lima, corrigiendo el borrador de “El Andén de enfrente”, en el último vagón, esperando que las luces se apagaran dos veces al pasar por “Alberti Norte”.

 

Éstas se apagaron, como era habitual dentro de “La Bruja”, pero esas dos figuras, aquél día no aparecieron. Seguramente estarían cerca de Pasco sur, contemplando uno de los últimos pasajes de su querido tren.

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