Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

Extra�a presencia

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El silencio es la llave de apertura al mundo de los sentidos.

 

 

Este relato es una adaptación personal del autor, al texto original del montañista austríaco Kurt Diemberger respecto a los hechos acontecidos el 27 de Junio de 1957, en el intento de lograr el primer ascenso al Monte Chogolisa (7665m) en la cordillera del Karakoram en Pakistán, junto a su compatriota Hermann Buhl.

 

 

 

No es posible un cielo tan límpido sin la maravilla de la Creación. Habría que buscar la manera de desligar ambas, pero ante estas circunstancias es imposible. Ni siquiera puedo comprender esta absoluta soledad.

 

El frío no permite pensar. No permite ir más allá de un tenue razonamiento inmediato, indispensable para poder sobrevivir. Ya no importa la hora de llegada, sino el simple hecho de poder llegar. Ni siquiera cómo ni en qué estado, solo llegar.

 

Si miro hacia adelante, solo ruego que ese cielo no desaparezca. Sé positivamente que así será. Es cuestión de segundos, no más que algunos minutos, pero es inevitable. Si miro en cambio hacia atrás, solo un vacío, un enorme vacío del cual no tengo la más mínima referencia de dónde termina. El vacío se extiende desde el entorno hacia el corazón, y el espíritu se apodera de él.

 

Es en ese instante en que uno piensa cuanto tiempo perdurarán los efectos de aquél rayo certero, preciso y paralizante. Hago entonces lo que el propio instinto me dicta. Me encierro en mí, todo el tiempo que sea necesario hasta poder evaluar conscientemente la situación. Hasta que pueda hacerlo en realidad.

 

Busco en ese pequeño trozo de cielo límpido que por momentos parece más difuso, la inspiración. El motivo inmediato que me lleve por un instante a apartarme de este dolor  tan profundo y me permita volver a tomar el control, el cual para este momento, está totalmente perdido.

 

Ese cielo me inspira entonces que existe algo mucho más grande, mucho más enorme que la ya de por si casi inmensurable mole que solo un rato antes cerró sus puertas. Me concentro en eso entonces, en pensar que ese algo puede manifestarse de distintas formas y aspectos, desde un pensamiento, una imagen, un destello de idea, o simplemente una voz.

 

Me sumerjo en ese pedazo de cielo entonces, antes que se esfume, porque él me permite extender un poco más el pensamiento, que de otra forma, no tendría siquiera la más mínima posibilidad de proyectar fuera del alcance de mi vista. Como un dejo de viaje astral, contemplo esa figura como un punto diminuto e insignificante, dentro de una extensión blanca con algunas salpicaduras de roca, que se va alejando y alejando quedando al borde de un abismo, que vaya saber de dónde salió, pero que si lo hizo en el tiempo y lugar menos indicado.

 

Ahora sí, dejo atrás un manto de nubes muy espesas y me entrego a un cielo puro, de un azul profundo que va oscureciéndose de a poco hasta alcanzar el color del carbón.

En un instante aquella situación de incertidumbre cambia por un ambiente de somnolencia donde empiezan a emerger puntos brillantes, de colores, que se van intensificando y agrupando. Quiero alcanzarlos con mis manos. Intento tocarlos y hasta en algunos casos lo logro. Un suave cosquilleo recorre el brazo y los colores de esos puntos de difunden por mi piel logrando un hálito brillante de placidez extrema.

 

Ahora surgen aromas. Indescriptibles aromas y sopores que trascienden los límites de lo agradable. Es todo un conjunto que incita a desplazarse por aquél maravilloso mundo. Eso es precisamente. Un mundo, desconocido o si se quiere, conocido en los niveles más profundos de la conciencia.

 

Y luego de aquella maravillosa sensación al tacto, la vista pasa a ser protagonista de nuevos eventos que no transcurren, se desplazan, muy suavemente creando un ambiente de deliciosas evoluciones hacia lo desconocido. Un nuevo elemento aparece ahora en escena. La velocidad. Una velocidad que hace que aquellos puntos se conviertan ahora en cúmulos que se perciben en todas direcciones y en lo más amplio del espectro espacial. Y todo pareciera ser atemporal, pero no lo es. El tiempo transcurre, aunque no puedo medirlo, no, de ninguna manera.

 

Caen las ideas entonces, de a una, muy tenuemente pero certeras, de lo acontecido aquella mañana. Pero siempre bajo la trascendencia del espíritu, sin dejar un solo instante de pertenecer a la nueva, aunque temporaria situación.

 

Y ahí lo veo a Hermann, aún de madrugada, derritiendo nieve y preparando los elementos necesarios para aquella epopeya que para entonces, pintaba exquisita a los ojos de cualquiera que tuviera un espíritu desbordante de grandes logros.

 

“He visto a grandes hombres –me decía mientras revolvía su café- sucumbir ante su propio desenfreno. Hay que ser prudente en todo esto. La novia puede estar vestida de fiesta para la ocasión, pero debes saber conquistarla. Puede darte la espalda en el mismo tiempo que un suspiro perdura en el aire. Debes saber interpretar sus deseos. Puedes verla radiante, incitante, predispuesta para el gran día en un solo minuto, y al siguiente estar frente al peor enemigo que pudiste haber imaginado siquiera alguna vez en tu vida. Así es ella. No estás por enfrentar a un bloque de piedra de enormes dimensiones, no. Para nada, estas enfrentando a un espíritu. Es un personaje que solo puede existir en la conciencia de aquellos que saben percibirlo. Solo ellos podrán estrechar su mano, ser por unos instantes parte de él, y luego solicitarle amablemente que te libere y te deje regresar. Eso es todo un desafío. No cualquiera está dispuesto a ello. Y si lo está, tal vez no cuente con la intuición suficiente para percibir su mensaje.”

 

Entre sorbo y sorbo, Hermann me miraba fijo. Tomaba un trozo de bizcocho e inmediatamente volvía a su enseñanza y su café. Yo no le perdía pisada, en ningún sentido. Era un momento memorable.

 

“Saber percibir el mensaje, intuirlo, tampoco es ninguna garantía. Solo podrás estar un paso adelante, pero a veces, un paso es suficiente para poner distancia del abismo. Ese paso, pude entregarte el tiempo necesario que te permita meditar una situación, tomar conciencia unos segundos acerca del próximo paso y como ejecutarlo. Los carentes de percepción no pueden de ninguna manera tener éxito en esto. Ellos están condenados, tarde o temprano les llegará su hora. Pero lo curioso de esto, es que tampoco esa percepción te garantiza un buen final. Solo, como dije, te da una ventaja. Si el final es bueno o malo, luego tu podrás evaluarlo con el tiempo.”

 

Luego, por un instante, regreso a mi mundo de sensaciones extra corporales. Dejé pasar el tiempo en mi visión anterior y ya no tengo mucha idea cuanto ha transcurrido. Pero era necesario, como necesario es cada momento de este desenfreno, indispensable para el presente o más aún, para la próxima supervivencia.

 

Qué curioso, mucho tiempo después me puse a meditar acerca de que fue lo que me llevó a realizar semejante introspección (o extrospección para los más subjetivos), y llegué a la conclusión que ha sido mi propio instinto de conservación. Si, aquí no hubo nada sobrenatural. Lo sobrenatural no es tal dentro del mundo sobrenatural. Lo es para todos aquellos que no sabemos comprenderlo. Las leyes físicas fueron creadas alguna vez para ser respetadas y para encuadrar las acciones del universo, bajo su tutela. Bajo este concepto, lo sobrenatural no existe, sino que es un hecho que no llegamos a comprender debido a nuestra propia ignorancia.

 

También analizo mucho más en profundidad todas esas sensaciones vividas y llego a la conclusión que fue el período de mi vida donde experimenté los sentidos en su máxima expresión. El devenir de colores y aromas, el sonido que se trasmite a través de un espacio vacío no encuentra equivalencia en el mundo de lo que conocemos como natural. Aunque si me baso en esas leyes físicas que conocemos, me hago la siguiente pregunta: ¿Fueron sonidos realmente eso que escuché?

 

Vuelvo a una imagen de Hermann emergiendo de la carpa. Son las tres y diez de la madrugada. Vamos en busca de la novia. Nos encordamos como requiere el protocolo. Él por delante, yo por detrás. Un silencio tan profundo como el abismo que se manifiesta a pocos centímetros de nuestros pies. Un cielo tan claro que aun cuando faltan algunas horas para que amanezca, permite percibir cierto resplandor a la distancia. Un aire tan puro que lastima con su gélido crepitar sobre un rostro desprovisto de sensaciones. No hay viento. Sorprendentemente la novia parece estar dispuesta para la cita.

 

“No te entusiasmes demasiado muchacho –me decía Hermann- he llegado en ocasiones a solo trescientos metros y tuve que pegar la vuelta. Lo importante de todo esto es estar allá para antes del mediodía. Así, tendremos la más mínima posibilidad de acariciarle”.

 

Desde ese momento, cada paso era una verdadera epopeya. En determinado momento las piernas se hundían hasta las rodillas y el trabajo que requería el siguiente paso era mucho más agotador. Hermann había tomado la precaución de marcar algunos tramos con banderas de colores. Él conocía muy bien a la novia, sabía que ésta en particular no era como otras. Tenía sus exigencias y cuando disparaba su furia, uno apenas contaba con pocas probabilidades de salir airoso del trance.

 

Habré recorrido más o menos … bueno, no lo se. No tengo ni idea. Traducido a un lenguaje más o menos entendible, serían unos miles de años luz. Era hora de visitar algún mundo. Bajo de pronto allí, a ese punto verde. Un punto que se va ampliando ahora ante mi vista. No percibo sonidos, no percibo frío ni calor, estoy extremadamente cómodo con estas sensaciones nuevas y tengo un profundo deseo de percibir mucho más.

Este punto verde en particular gira alrededor de una estrella, similar en características a la Tierra, pero que maravilla, es una estrella binaria. Su hermana es una azul mucho más pequeña y caliente, pero está muy lejos. Este punto verde que ahora tengo enfrente, gira alrededor de la primera.

 

Percibo ahora su atmósfera y su espeso manto de nubes. No me permite ver demasiado su interior, solo voy descubriendo a medida que navego por ese manto y mi curiosidad va cada vez más en aumento hasta límites inimaginables.

 

De pronto la claridad. He dejado atrás el manto de nubes y ahora tengo debajo un océano muy verde, extremadamente verde y maravilloso. Allá a lo lejos veo ahora algo que podría llegar a ser una isla, con más verde. Mientras se va ampliando a mi visión puedo ver que está totalmente cubierta de vegetación y tiene unas playas amplísimas con una arena blanca como la nieve. Las olas rompen muy cerca de la costa y abrazan esa arena con una perceptible necesidad de contacto. Me detengo en la playa y a lo lejos veo algo. Una silueta al principio y luego claramente la figura de un hombre, con cabellos largos y una túnica que se me acerca cada vez más y más hasta detenerse a solo unos pasos de mí. El hombre me hace una seña para que me acerque y luego sonríe. Luego hace un gesto señalando el todo, el conjunto del ambiente donde nos encontramos y finalmente habla.

 

“¿Piensas que todo esto es real? … Qué dilema. ¿Cómo discernir entre un hecho real o no cuando no tienes plena conciencia? Es un buen ejercicio que puedes realizar en cualquier momento. Yo no puedo guiarte acerca de cómo hacerlo. Tu propia percepción es la que deberá decidir acerca de si tal o cual situación es real o una simple creación de tu inconciencia. 

Si logras percibir claramente podrás luego manejar a gusto el límite entre esa conciencia y su contraparte. Ahora has decidido entrar a experimentar un mundo para el cual no todos están preparados. Te preguntarás quien soy yo. ¿Tu curiosidad puede llegar a límites insospechados ante mi respuesta? ¿Estarías preparado para entender lo que puedo llegar a responderte?

 

Pues yo creo que sí. Que si has tenido la valentía de descender en este mundo es porque tu ansia de conocimiento va mucho más allá del común. En realidad, has venido aquí en busca de muchas respuestas, pero una sola de ellas, solo una de todas las respuestas que te llevarás de aquí te servirá para sobrevivir en esa montaña. ¿Sigues sin comprender de qué hablo? Bien, es lógico.

 

Una de las cosas que debes tener entonces presente, muy presente, es que no saldrás solo de esa montaña. No existe esa posibilidad, porque ella ya te ha seleccionado para que formes parte de sí misma. Entonces, viene la pregunta obligada. ¿Porque has venido aquí? Para que conozcas. El conocimiento es la fuente principal de todas las cosas. El conocimiento te lleva siempre a dar el próximo paso con seguridad, con la plena convicción que estás haciendo lo correcto. El espíritu, que trasciende en el tiempo más allá que el propio individuo huésped del momento, va adquiriendo todo ese conocimiento el cual no se refleja en su totalidad en el huésped. Solo puedes acceder a ese conocimiento a través de situaciones como esta. Es la única manera hasta tanto decidas abandonar al huésped, y creo que esa no es la idea en este caso, precisamente.

 

Por eso, una de las formas de poder evolucionar en esa montaña, es adaptarte a sus condiciones. Todos los individuos, a lo largo de eones han sabido evolucionar adaptándose a las condiciones del ambiente.  Este mundo donde te encuentras ahora ocasionalmente es un claro ejemplo de ello. Tú lo has visto desde el espacio, un mundo verde, completamente verde, todo rodeado de agua y con algunos esbozos (solo esbozos) de tierra como la que estamos ahora. ¿Y que ves aquí? Más verde, vegetación por doquier, sonidos, chillidos, fauna en definitiva, que están, pero que no vienen al caso. Lo importante está bajo el agua, no está al alcance de nuestra vista en este momento, pero te aseguro que allí esta. Es uno de los más claros ejemplos de adaptación sufrida por un individuo.

 

La especie dominante de este planeta verde no mide más que unos quince centímetros de longitud y menos de un centímetro de espesor y vive allí abajo, en el agua. Ha tenido que adaptarse a través de los grandes períodos de evolución, al punto de desarrollar una inteligencia que hoy le permite viajar por el espacio exterior.

 

Han evolucionado a tal punto que son unas de las civilizaciones más próximas a los objetivos de la Creación, aunque aún están muy lejos y lo saben.

 

No necesitan de cosas superfluas como tú y tu mundo requieren. Han desarrollado una percepción que llega al punto de no necesitar comunicarse tal como lo conocemos nosotros para poder llevarlo a cabo.

 

Nada queda librado al azar, todo está planificado dentro de la evolución que llevan adelante. De hecho, este encuentro que estamos teniendo ya estaba programado con algún objetivo que seguramente tendrá su justificación en algún huésped futuro que tu propio espíritu ocupe. No sé si fui lo suficientemente claro …

Más aún, este encuentro, no solo servirá en ese futuro que hoy por hoy no podemos llegar a entender, sino que a ti te servirá para poder salir de esa montaña.

 

Quien soy yo, no puedo explicártelo, solo podrás tu mismo percibirlo. Te llevas de aquí algo muy valioso, que no solo se centra en el conocimiento breve que acabo de darte, lo más importante te lo llevas a nivel de los sentidos. Seguramente será una nueva percepción que te salvará la vida.”

 

Mi mente se transporta ahora por un instante a pocos minutos después del mediodía. Faltaban aún unos doscientos a trescientos metros para la cumbre. Hermann ya lo sabía, cuando la tenue brisa primero y el gélido viento poco después, empezaron a manifestarse. En un momento, aún con el sol en nuestras cabezas y algunas nubes que comenzaban a formarse alrededor de la cumbre, se detiene, se da media vuelta y me dice: “muchacho, la novia ha dicho no.”

 

Lo miré atónito, creía entender lo que estaba diciendo. A tan poca distancia, a lo que parecía ser no más de una hora de subida, había que pegar la vuelta. Lo seguí con la mirada. El hizo un gesto de negación y nos sentamos no más de cinco minutos a analizar la situación. Dejé llevarme por su fuerte conocimiento y experiencia, solo recuerdo lo último que me dijo: “Tu irás por delante ahora, ambos, encordados mientras podamos, con suerte, con mucha suerte para el anochecer si ella nos deja, podremos arribar al campo cuatro.”

 

Así emprendimos la marcha, lo más rápido posible. Pero mucha menos rapidez con que la novia cambió su cara. Ahora mostraba sus verdaderas intenciones. El miedo de perder el sendero se va acumulando a cada paso.

Las salvadoras banderas clavadas por Hermann de tanto en tanto, daban cierta tranquilidad a un clima que de tranquilidad ya no tenía absolutamente nada.

 

Fue un solo paso, un solo instante, un momento miserable, en que afortunadamente para mí, no estábamos encordados. Al mirar hacia atrás, Hermann ya no estaba. En su lugar un enorme hueco cuyo límite se perdía en la visibilidad. Para entonces, no se veía más allá de cinco metros.

 

El asombro y desesperación inundaron mi espíritu y tomando plena conciencia de la situación, a pesar que me resistía a creerla, me dejé caer un instante sobre mis rodillas y darle un tiempo de recuperación a las ideas.

 

El frío no permite pensar. No permite ir más allá de un tenue razonamiento inmediato, indispensable para poder sobrevivir. Ya no importa la hora de llegada, sino el simple hecho de poder llegar. Ni siquiera cómo ni en qué estado, solo llegar.

 

La mente intenta transportarse a otros confines en busca de una respuesta, en busca de una salida. Un mundo verde que ahora es un punto que va decreciendo junto a dos binarias muy lejanas. Cúmulos de galaxias que corren a ambos lados a una velocidad inimaginable. De pronto, a lo lejos, un punto amarillo muy brillante que se va haciendo cada vez más grande y del cual emerge de a poco un punto azul, muy azul, como una canica, que llena mis ojos y casi sin pensarlo me devuelve a mi cuerpo.

 

Vuelvo a estar de rodillas junto al hueco que minutos antes traspuse y que se llevó a Hermann. La situación es por demás desesperante. El pedazo de cielo azul ya no existe. Tengo que mirar hacia adelante y dejarme llevar por los sentidos.

No existe la forma de salir de esa montaña sin la ayuda de los sentidos, de  mi propia percepción. Y tal vez de algo más.

 

El viento ahora se hace desenfrenado. Golpea el rostro como mil agujas punzantes atravesando la carne, se hace impredecible el destino final de la inclemencia. Reinicio la marcha con pasos cortos y seguros. A esta altura ya el tiempo parece no importar. Si cae la noche sin estar al resguardo, seré hombre muerto. Tal vez ni llegue al final de la tarde.

 

Busco las huellas del ascenso de la mañana, pero casi ya no son perceptibles. Al viento se agrega ahora una nueva nevada. De pronto allí, semi enterrada logro ver uno de los banderines. Lo tomo con mis manos como si fuera una preciada gema. Y entiendo que voy en el camino correcto.

 

Transcurre más de una hora, deben ser cerca de las tres de la tarde, cuando repentinamente giro porque presiento que me siguen. Repentinamente doy vuelta, pero no, no hay nadie allí. Fue solo una ilusión. Sigo el camino y de pronto cuando voy a dar un paso, una voz interior, claramente identificable me dice: ¡No! Me detengo de inmediato. Intento dar nuevamente el paso y la misma voz repite nuevamente el no, esta vez con mayor insistencia.

 

En ese momento lo único que sale de mí es pronunciar una palabra: ¿Hermann? No recibo respuesta. Decido entonces girar unos noventa grados hacia la izquierda y dar un paso en ese sentido. Ninguna voz interior me lo impide.

 

Esa extraña sensación volví a sentirla en tres o cuatro oportunidades más. Hasta que tuve la plena convicción que ya no estaba solo en esa montaña. Cada paso ahora era dado con mucha más seguridad porque sabía que alguien guardaba por mí.

Fue en ese momento en que pude comprender lo que aquél hombre en ese mundo lejano me había dicho respecto de esa nueva percepción que me salvaría la vida. Entendía también que no hubiese podido nunca salir de esa montaña por mis propios medios. Que hubiese corrido la misma suerte que Hermann.

 

Ese día aprendí que las cosas no suceden por casualidad, que todo tiene un sentido. Que si la montaña no estaba dispuesta en ese momento a ser conquistada, era porque tenía una fuerte razón.

 

El espíritu de la montaña es un espíritu muy especial, solo puede ser percibido por quienes disfrutan de ella, por unos pocos, por los que entienden que los límites no están por encima de los seis mil o siete mil metros, sino que los límites los ponemos nosotros mismos.

 

Que el espíritu de la montaña se va alimentando de los espíritus de los hombres y mujeres que buscan conquistarla y toda esa sabiduría perdura en ella, sirve de inspiración para nuevos objetivos que tienen a la montaña como protagonista, con el único objeto de demostrar que el ser humano, si así lo desea, no tiene límites en sus objetivos.

 

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Hermann Buhl fue uno de los más grandes alpinistas de todos los tiempos, principal protagonista de la época de las conquistas. Obtuvo el primer ascenso al Nanga Parbat y en solitario.

 

Falleció el 27 de Junio de 1957 cuando intentaba junto a Kurt Diemberger, la primera al Chogolisa (7665m) al descender de su intento fallido de cumbre, cuando cedió una cornisa que instantes antes había atravesado su compañero de cordada. Su cuerpo nunca fue encontrado.

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