Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

Yuxtaposici�n

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“Esas nubes no son buenas. Eso es frío o lluvia, pero de todas maneras, no son buenas.” Como todas las tardes, antes de bajar las persianas, Antonio mira el cielo, desde lo alto de la casa, en la ventana del desván. Solo sube allí dos veces por día. Por la mañana, para abrir la ventana y al atardecer para cerrarla. No le gusta dejar todo cerrado, hace esto desde siempre, para que esté ventilado. Lo que sucede es que allí hay muchos recuerdos, y el encierro no es bueno. Los recuerdos se olvidan con el encierro, y eso hay que permitirlo.

Cierra la ventana y luego baja los dos pisos hasta el comedor. Allí Alicia acaba de poner la mesa y se prepara para servir la cena, como todos los días, a las siete treinta, ni un minuto más, ni un minuto menos.

Ya desde lo alto de la casa se percibe el rico aroma. Entonces, Antonio baja entusiasmado. Se sienta, mientras destapa una botella de vino. Hoy es un día especial, así que no es cualquier vino. Si, ese que tenía guardado precisamente para ocasiones especiales. Mientras sirve las dos copas, ella llega con la fuente rebosante de sabor. Hoy tenemos spaguetti. Con una salsa muy aromática, como le gusta a él.

Es una ocasión especial, como dijimos. Demasiado especial. Lo que va a suceder en pocas horas no es otra cosa que un desfile de sensaciones.

-¿A qué hora vienen los nuevos dueños? –preguntó Alicia mientras saboreaba su primer bocado.

-Dijeron que a eso de las nueve. De todas formas ya tenemos casi todo listo.

-Sí, solo queda las cosas de tocador y alguna vajilla, como éstas.

-Yo tengo algunos libros para guardar, tal vez haya algún lugar en el baúl grande.

-Ahí no –agregó ella- tuve que guardar algo de ropa y las cosas de costura. Tal vez en alguno de los baúles con las cosas del desván. Ahí también hay libros y fotos.

-¿Viste la foto de María? ¿La del año nuevo?

-Sí, estaba muy hermosa. Espléndida aquél día. Todavía me acuerdo. ¡Como llovió esa noche! Fue una de las últimas fiestas que pasamos todos juntos. Luego, a los pocos meses le cayó la enfermedad.

-Dejemos eso ahora Alicia, no es el momento. Tenemos que abocarnos a terminar con todo esto. En especial estos spaguetti que están fantásticos. Como siempre. Te salen muy bien. ¿Te sirvo otro poco de vino?

-Bueno, no va a venir mal. Aunque tenemos que levantarnos temprano para cargar la camioneta.

-No hay apuro. No va a llevar mucho tiempo. Espero eso sí que Guillermo pueda venir a ayudarnos, a darnos una mano. Son muchas cosas que hay que bajar, en especial lo del desván. Podríamos armar una buena biblioteca con todos los libros que hay  allí.

Vino a su memoria ahora los juegos. Cuando los niños eran pequeños y aquellas tardes de domingo cuando subían al desván a buscar juegos. Que hermosos tiempos. Guillermo era el más inquieto. Él siempre iba primero, claro, el pequeño de la casa. Empezaba a revolver las cajas y desordenaba todo en un instante. Y atrás venían los otros, y de pronto, el desván se convertía en un descontrol. Marita, la mayor, era la que imponía algún orden. Lógico, porque en definitiva, ella debía arreglar todo al final. Después Juan, el del medio, se entretenía pintando con los crayones las paredes de madera. Allí fue cuando una lágrima escapó de los ojos de Alicia.

-Demasiados recuerdos tenemos en esta casa como para tener que dejarla de esta manera. Todavía están sus dibujos pintados en la pared.

-Seguro, siempre los veo cada vez que subo.

-También María ha escrito algo en esa pared, no hace mucho.

-Deja de pensar en eso Alicia, María ya no está, y sabes bien que hace ya bastante tiempo.

-No puedo acostumbrarme, eso es todo. Tengo derecho a extrañar a mi hija.

-Pero no te hace nada bien y no puedes solucionarlo.

-Eso es cierto. Ni siquiera podemos solucionar esto de la casa.

-Ya sabes que Guillermo dijo que era lo mejor. Tú lo escuchaste el otro día cuando vino. No quedaba otro remedio. Había que pagar esa deuda, ya era insostenible. Además, no es bueno vivir de recuerdos. Y esta casa querida Alicia, es un recuerdo viviente. Aquí estuvimos toda nuestra vida, luego los hijos, los vimos crecer. Llega un momento que todo eso hace daño y hay que hacer un cambio. No podemos más seguir viviendo entre estas paredes. Nosotros necesitamos refrescarnos. La casa necesita refrescarse de nosotros. Todo está relacionado.

-¿Marita va a venir? –preguntó ella- hace rato que no viene. Debería despedirse de la casa.

-¡Por favor Alicia! Ahórrale eso. No tiene sentido. Ya la veremos en algún momento.

-Sí, pero no se acuerda nunca de sus padres. Solo cuando necesita algo. Sino recuerda la otra vez, cuando vino por el tema de los candelabros de plata.

-Alicia, esos candelabros no servían para nada. Y con eso pudimos darle una buena mano, ¿No te parece? Qué mejor que poder ayudar a un hijo cuando lo necesita.

En ese momento Alicia se levantó de la mesa para buscar el postre. Mientras tanto Antonio ojeaba una revista que había sobrevivido a los embalajes. Tenía más de treinta años, muy vieja, como todo el ambiente que se respiraba en esa casa.

El hecho de refrescarse mencionado antes por Antonio, era para entonces algo muy cierto. Era tan necesario como reemplazar esa revista por una publicación un poco más actualizada. Sucede que Antonio, toda su vida se dedicó a guardar cuanta cosa pasaba por sus manos. Y una mudanza bajo esas circunstancias, no puede decirse que sea algo fácil de llevar adelante.

En definitiva, no era una simple mudanza. Era dejar atrás un pedazo de uno mismo y reemplazarlo por algo incierto, de lo que poco se sabía aún, en un lugar distinto, como en otro mundo totalmente diferente. Era dejar una vida, y comenzar con otra. Una verdadera yuxtaposición de situaciones, que seguramente irían evolucionando de acuerdo al sentido que cada uno le diera.

Fue en ese momento en que Alicia llega con el postre. Una sorpresa, para una noche muy especial cargada de sentimiento.

-Tiramisú. Excelente –decía Antonio mientras probaba el primer bocado- creo que es uno de los postres que mejor te salen querida Alicia.

-Era necesario. Un postre de días domingo con los niños.

-¡Si, cierto! ¡Cómo le gustaba a María y a Guillermo!

-Así es, Marita en cambio prefería un buen mousse de chocolate. Todavía me acuerdo como terminaba con toda esa carita manchada y todo el vestido lleno de chocolate.

-Sí, y te recuerdo a ti quejándote por ello.

-Es que era muy difícil quitarlo de la ropa. ¿Preparo café?

-Por mí no, te agradezco. Debiéramos terminar y guardar estas últimas cosas porque sino mañana habrá que madrugar.

Fue así que Antonio y Alicia se dispusieron a pasar la última noche en la casona. Esa que guardaba tantos y tantos recuerdos de toda su vida, y que ahora, por esas cosas del destino debían dejar. Con nostalgia lógicamente, pero con una sonrisa, porque los recuerdos eran muy agradables.

La casa había pertenecido a la familia de Antonio, único hijo de un matrimonio de inmigrantes  italianos que llegaron a Buenos Aires allá por comienzos del siglo veinte. Su padre, un comerciante destacado, con sus ahorros y su trabajo durante los primeros años en América, había conseguido ahorrar lo suficiente como para comprar la casa a fines de la década de 1910. Luego, perteneció de ahí en más a la familia. El padre de Antonio falleció muy joven, así que él, una vez casado con Alicia, siguió viviendo en la casa junto a su esposa y su madre. Con los años, fueron viniendo los niños y las historias de familia fueron tejiéndose una tras otra durante todo el transcurso de un siglo completo.

Pero bueno, el destino hizo que el trabajo de Antonio sufriera algunos contratiempos y tras jubilarse, las deudas fueron de menor a mayor, hasta que se hicieron insostenibles y se debió acudir a la casa, como última solución al problema.

Guillermo se había encargado de todo. Para eso era la persona más indicada. De lo que no pudo encargarse Guillermo, fue del llanto de sus padres durante la última noche que debieron pasar en la gran casona.

Seguramente por eso, es que no lograban conciliar el sueño. Hasta que finalmente deben haberse dormido, puesto que el sol los sorprendió ya entrada la mañana. De un salto se levantaron comprendiendo que se habían quedado dormidos y que los nuevos dueños debían llegar a eso de las nueve.

Bajaron desde la habitación hasta la planta baja de la casa en el mismo momento en que escucharon algunas voces en el palier de entrada, ya dentro de los jardines.

-¿Son ellos? –preguntó angustiada Alicia.

-Sí. Sin dudas son ellos. Nos quedamos demasiado dormidos.

-¿Es la voz de Guillermo, está con ellos?

-Sí, está con ellos, ya no podemos hacer nada.

-¿Y los baúles y las maletas?

-Ya es tarde Alicia. Dejémoslo todo, no hay tiempo, salgamos por atrás.

-¡Pero no puede ser! Así de repente. Esperemos a que entren.

-¡No mujer!  -interrumpió Antonio desesperado- ¡No podemos, vamos ya que podrían vernos! Vamos, ven, no te preocupes, que yo estoy contigo. –agregó mientras la tomaba de la mano.

En ese momento, mientras Antonio y Alicia pasaban a la otra sala para de allí salir por la puerta de atrás, una llave comenzó a abrir la puerta principal, mientras algunas voces se hacían oír del otro lado, mezcladas entre risas y murmullos. Luego, una figura esbelta, de mediana edad apareció en el comedor diciendo a viva voz:

-Bueno, aquí está, disculpen ustedes la suciedad, pero estuvo cerrada totalmente desde la muerte de mis padres. Se las presento.

Mientras tanto, en la habitación contigua, con lágrimas cubriendo todo el contorno de sus ojos, dos figuras se desvanecían a través de una de las paredes.

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