Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

Los dos soles de Clara Miller

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Clara Miller imaginó un planeta, con dos soles. Era un planeta azul, puro, perfecto, lleno de cascadas, ríos color esmeralda y vertientes límpidas y sedosas al tacto. Con campos de trigo danzantes al compás del viento, que al atardecer ardían bajo una melodía que preludiaba el devenir de la noche. Con selvas exuberantes de fotosíntesis y ciudades apacibles, bañadas por mares excitados que complementaban un entorno de abstracta magnificencia.

 

Ese era el planeta de día. El de la noche, era seco, azabache, desértico. Iluminado por ese sol lejano, binario y misterioso, que colgaba del último desvarío del firmamento, pero que estaba siempre presente, a cada momento hasta que el horizonte daba cuenta de él para dar paso a su compañero tan lejano e inalcanzable.

 

Eran dos soles que se abrazaban a su mente. Que configuraban un planeta bien a su medida, como escape obligado de un mundo que no podía controlar, o que al menos se negaba a entregarse.

 

La vida cotidiana le planteaba diversos dilemas, y ella encontraba siempre la solución, mimetizando cada evento dentro del mundo más conveniente. Esa era su vía de escape.

 

Una noche de luna, Clara Miller paseaba por los campos danzantes, aquellos lindantes con su pueblo, en una zona intermedia entre el campo y la ciudad. Allá, en lo alto, estaba el sol, el de medianoche, no más intenso que un cuarto de luna, tal vez a mil quinientos millones de kilómetros, luchando denodadamente por librarse de su carga binaria, imposible para los preceptos de las leyes físicas, que inexorablemente escapaban a sus desbordados pensamientos.

 

No sabía bien como había llegado hasta allí. Sin dudas, meditando se alejó un poco del pueblo, pero poco, solo unos cientos de metros. Fue entonces que vio a lo lejos algo que se movía por el camino. Indudablemente parecía un carruaje, tirado por un caballo. Blanco. Si, el caballo blanco, se veía muy bien porque las luces del firmamento denotaban su presencia. El carro se fue acercando hasta que pasó junto a ella, mientras dejaba atrás el inconfundible halo de humo carburado. Estaba guiado por un señor que llevaba un sombrero y que de inmediato hizo un gesto de atención al pasar a su lado. Ella lo miró, aunque por la oscuridad no le fue posible apreciar toda su fisonomía, de todas maneras, no pudo despegar sus ojos de él, ni siquiera atinó a responder el saludo. Lo vio pasar, giró su cuerpo para seguirlo y luego retornó su camino, que sin lugar a dudas la internaban aún más en su mundo particular de dos soles.

 

Pero algo sucedió en ese instante. Apenas unos segundos después. Sobre el campo casi desértico, a ambos costados empezaron a emerger, casi repentinamente, nuevos brotes. Era la primera vez que los veía, y parecían, y con esas bayas rojas. ¿Eran frutos? Clara se agachó y arrancó uno. Lo llevó a su boca y un suave dulzor hizo que de pronto el cielo se viera más cielo y aquél sol impertinente se animara a ser el protagonista de un firmamento que hasta allí no había permitido ningún tipo de destaque.

 

Fue así que se tomó el atrevimiento de sonreír. Entendió el sentido de todo aquello y solo atinó a juntar más frutos y saborearlos delicadamente antes de dar la vuelta y emprender el regreso a su casa.

 

Todas las mañanas Clara se levantaba muy temprano. Corría la ventana de su dormitorio para dejar entrar la luz del otro sol. Luego, tomaba su taza de té y se preparaba para salir hacia su trabajo, en el centro del pueblo.

 

El negocio de Clara era algo muy particular. Ella vendía deseos. Tenía una casa de madera toda vidriada, con distintos estantes conteniendo cajas las cuales estaban llenas de sobres. Sobres de distintos colores, para todos los gustos. Los sobres contenían deseos.

 

Cualquiera podía a entrar al negocio de Clara y comprar un deseo. Ella le entregaba el sobre que la persona eligiese. El pago no era en moneda, el pago era muy sutil. Para pagar, ella le entregaba a la persona que acababa de comprar su deseo, dos sobres, de distinto color. La persona debía colocar en ellos dos nuevos deseos, con lo cual, como podrán imaginarse, Clara era millonaria. Cambiaba siempre un deseo por dos.

 

Lo maravilloso de todo esto era que aquél deseo que acababan de comprar, se le cumplía a la persona que lo había depositado.

 

Aquél día, un joven entró a su negocio. Primero había pasado frente a él, pero de inmediato se detuvo, dio un paso atrás y miró hacia dentro. Al ver que Clara estaba allí, no lo dudó y de inmediato ingresó. Así fue que le preguntó:

 

-¿Puedo comprar un deseo? Veo que tiene usted de todos los colores.

-Por supuesto, puede elegir cualquiera de las cajas y agarrar el que más guste.

-¿Los colores tienen alguna relación con el tipo de deseo?

-No, pero existe una inclinación hacia determinados colores según el carácter de cada deseo.

-Por lo que veo –agregó el joven- mi deseo no se va a cumplir hasta el día que alguien extraiga mi sobre.

-Así es, pero usted debe pensar que está haciendo algo mucho mejor que eso, le cumple el deseo a otra persona, a alguien que usted no conoce. No puedo imaginarme algo más hermoso que eso.

-Tiene usted toda la razón. Por favor, deme dos sobres vacíos, uno amarillo y el otro rojo, y me voy a llevar este sobre –dijo mientras extraía un sobre blanco de una de las cajas.

 

De inmediato, tomó dos papeles y escribió dos deseos, que colocó en cajas separadas. Cuando se disponía a irse con su sobre blanco le preguntó:

 

-¿Puedo leerlo en voz alta delante suyo?

-Puede hacer lo que desea con él. Ahora le pertenece. Lo importante es que lo abra y lea, que no lo archive, porque sino, nunca se le cumplirá a la persona que lo depositó. Y ese es el objetivo de todo esto.

-Muy bien, veamos –agregó el joven disponiéndose a abrir el sobre y leyendo en voz alta:

 

“El brillo de tus ojos, aplaca la mañana. Devuélveme la luz de cada amanecer con tu presencia. Anne.”

 

-¿Cómo se entiende esto? –preguntó el joven.

-Yo creo entenderlo –agregó Clara- pero Anne es sin duda la que mejor lo entiende. Seguramente de ahora en más sus amaneceres serán diferentes.

 

El joven hizo ahora un saludo hacia Clara y sin dejar de mirar a sus ojos, se retiró. Clara, por su parte, no despegó ni un solo instante su mirada, dejando escapar una tenue sonrisa, más aún, tuvo la percepción que se trataba del mismo hombre que había visto pasar la noche anterior en su paseo por el campo.

 

Los soles de Clara se juntaban un solo rato en el firmamento todos los días. Poco tiempo, no más de una hora. Un rato antes de ponerse el sol de día, el más cercano y brillante, el otro sol aparecía por el horizonte opuesto. Había si, en el mundo de Clara Miller, otro rato sin ninguno de los soles. Era de plena oscuridad, donde las estrellas podían conjugar un firmamento que para entonces ya no significaba ningún tipo de mundo particular. Era el mundo real, que paradójicamente desde hacía pocas horas, iba tomando más y más protagonismo, vaya a saber uno porqué.

 

El mundo de día era un mundo de colores. Un sol amarillo, casi blanco, resaltaba cada objeto del entorno con una profunda intensidad. Era pureza y plenitud. Los mismos campos de la noche, otrora desgarbados y desérticos, afloraban durante la mañana como si aquél sol colgante del firmamento produjese a su paso un estallido desenfrenado de energía.

 

Su mundo imaginado carecía de sensaciones reales. Esa era la causa principal de que existiera. Clara necesitaba sensaciones para poder dar cabida a una realidad esquiva, que se mimetizaba entonces con una imaginación dispuesta a todo.

 

Pero ahora, algo estaba despertando en lo más profundo de su mente, que dejaba con poco aire a sus delirios. Había ahora algo que había tocado sus sentidos, quizás su corazón.

 

Pasaron algunos días antes que los soles de Clara Miller sufrieran un nuevo cambio. Aquella tarde, luego de cerrar su negocio. Clara se disponía a regresar a su casa, distante a dos calles de allí. Justo unos metros antes de llegar, por la vereda de enfrente, nuevamente aquél joven distrajo su mirada. Éste hizo un nuevo gesto de saludo que ella respondió amablemente. Fue así que al ser correspondido en el saludo, el joven no dudó en cruzar la calle y acercarse a ella para hacerle una simple pregunta:

 

-Disculpe que la moleste, ¿Se acuerda usted de mí?

-Creo que usted estuvo hace unos días comprando algún deseo, si mal no recuerdo …

-Sí, exacto, pero olvidé algo en su momento, perdón por mi atrevimiento, pero omití preguntarle su nombre …

-Clara es mi nombre.

-Muy bonito nombre, simple, hace juego con el brillo de sus ojos. Mi nombre es Marcos. Ha sido un gusto.

 

Y con otro gesto siguió su camino sin dejar de mirarla. Ella volteó y con una sonrisa cómplice, fue apagando tenuemente la brillantez de uno de sus soles.

 

El cuarto encuentro con Marcos ya no fue casual. Es más, yo dudaría que los dos anteriores lo hayan sido, pero bueno, dejémoslo en la duda. Para entonces, Marcos volvió al negocio de los deseos, donde sabía que la encontraría.

 

Entonces ya, sin más vueltas, fue directo al nudo del asunto:

 

-Buenos días Clara –ella respondió el saludo y entonces el prosiguió- me preguntaba yo si sería muy atrevido de mi parte poder acompañarla esta tarde en su regreso a su casa, con todo respeto.

-¿Y porque desearía usted acompañarme?

-Bueno, tal vez para poder conversar un rato, saber algo más de usted. Solo eso. Le repito, con todo respeto.

-No es muy común que alguien me acompañe en mi trayecto a casa, pero bueno, ha sido usted muy amable en la manera de pedirlo. Así que, tal vez pueda ser, pero no le prometo nada, algo puede surgir.

-¿Y qué podría surgir que me privara de tan grato momento?

-No sé, algún imprevisto … que algún sol se apague.

-No tema por eso Clara, si algún sol se apaga, yo le daré mi abrigo para que no sienta frío.

 

Ella entonces sonrió, casi al límite de la risa y luego le dijo:

 

-Cierro a las seis.

-Aquí estaré.

 

Clara Miller temía por sus soles. Uno era casi real, el otro, casi mágico, y no quería perder a ninguno. Sabía perfectamente que ambos no podían convivir demasiado tiempo. Era insostenible, pero le costaba demasiado apartarse de su realidad alternativa. Le hacía bien, le daba fuerzas, ánimo, espíritu. De todas maneras, hizo el intento de dejarse llevar y ver si podía subsistir sin alguno de ellos.

 

A las seis en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos, Marcos estaba en la puerta esperándola. Ella tomó sus cosas, salió y respondió el habitual saludo de la misma forma, con una incipiente sonrisa.

 

Caminaron lentamente por la calle durante las dos cuadras que la separaban de su casa y fue un momento que pareció lindante con la eternidad. Agradable, charlaron algún rato acerca de lo que hacían y algunos de sus gustos. Al llegar a su casa ella se detuvo:

 

-Aquí vivo –dijo- fue una charla muy agradable.

-Lo mismo digo yo Clara. Sabe, hace tiempo me preguntaba cómo sería el día en que conociera a alguien que cautivara mis sentidos …

-¿Cautivara sus sentidos?

-Sí. Me refiero a que despertara mi imaginación como usted lo está haciendo ahora.

 

-Uy … que frase tan intrigante. ¿Qué tipo de imaginación podría yo despertarle?

-Ah, ni se imagina. Me gustaría conocer de usted tanto como usted me permitiera lógicamente, sus gustos, su pensamiento y algo que su mirada deja vislumbrar pero que es tan difícil llegar. Usted guarda algún misterio que me gustaría develar.

-No creo que sea necesario buscar ningún misterio. Yo trato de ser una persona simple. Lo que aparento es lo que soy. Como todos, tengo mis cosas, privadas, que están dentro de mí. Está en la habilidad de alguien el poder, no sacarlas, sino conocerlas.

-Ojalá yo pudiera contar con esa habilidad.

-Eso no puedo respondérselo yo, al menos por ahora …

 

A partir de ese día, Clara y Marcos se veían a diario. Generalmente él pasaba a buscarla a la salida del trabajo y caminaban esas dos cuadras sumiéndose en conversaciones larguísimas que muchas veces terminaban tomando un té ya sea en casa de ella o en el café del pueblo.

 

En ningún momento fueron más allá que de una charla, donde cada uno contaba al otro sus cosas, y de esta manera iba insinuándose un lazo que solo llegaba hasta eso.

 

Clara entonces fue reemplazando ese mundo de dos soles, por un nuevo sol, uno que iluminaba de mejor manera su vida y le daba un buen sentido. Así, de esa forma, fueron pasando primero los días, luego las semanas, hasta que algo finalmente sucedió.

 

Pasaron varios días sin que Clara volviera a ver a Marcos. Tal es así que llamó su atención durante los primeros tiempos. Casi sin pensarlo, y mucho menos creerlo. Ella empezó a impacientarse. Notó que estaba sufriendo algún tipo de alteración. Sus soles ahora, en especial el nocturno que casi se había apagado durante los días de plenitud, estaban ahora mucho más intensos, y eso ya no le gustaba.

 

Clara volvió a salir por las noches a recorrer el campo. Y ya no había matas con frutos silvestres y bayas que poder saborear durante el paso. Algo había sucedido. Ya no era ningún misterio. En el corto tiempo que tuvieron contacto, aquél joven finalmente, había tocado su corazón.

 

Un montón de ideas cruzaron ahora por su cabeza. Desde el pensar en alguna cosa que hubiese dicho que provocó que él desapareciera, hasta llegar al extremo de pensar que algo malo le había sucedido. Era como si ese mundo de dos soles, solo imaginable en su mente y que por fin estaba erradicando, hubiese ganado terreno a costa de su propia integridad emocional.

 

Los días empezaron a hacerse largos y faltos de emoción. Ya todo lo hacía por costumbre, como un autómata, el levantarse a la mañana, ir a su negocio, vender deseos sin importarle demasiado quien entraba o salía buscando alguna esperanza.

 

Entonces se dio cuenta de algo en lo que nunca se había detenido a pensar. Ella misma jamás había depositado un deseo en una de las cajas. Fue así que sin pensarlo, lo hizo de inmediato. Tomó dos sobres, uno amarillo y uno rojo y dos hojas de papel. En el primero escribió:

 

“Uno de mis soles debiera apagarse para darle toda la intensidad al otro. Clara.”

Y en el segundo:

 

“No hay cosa que más desee en este momento que verte entrar nuevamente por esa puerta. Clara.”

 

Tomó los dos sobres y los colocó en distintas cajas, al azar. Fue allí que se percató que no había elegido un sobre y leído uno de los deseos depositados en las cajas. Se había dejado llevar por su propia desesperación y había olvidado lo más importante de todo, el poder cumplirle un deseo a otra persona. Imperdonable. Se sintió extremadamente mal. Fue un acto demasiado egoísta y eso la atormentaba.

 

Entonces, cerró los ojos, caminó hacia las cajas y extendió su mano. Tomó el primer sobre que palpó, era un sobre rojo, de inmediato lo abrió:

 

“Que la luz de mi sol pueda llegar a tu corazón. Marcos”

 

Fue leerlo y romper en llanto, al mismo tiempo que balbuceó:

 

-¡Deseo cumplido mi amor!

 

Desde ese día Clara volvió a ser una persona triste. Vivía entre su mundo de dos soles y sus cajas de deseos. Nada, absolutamente nada fuera de eso tenía sentido. Ya no volvería a percibir el fresco aroma de las matas en la noche, ni mucho menos el poder saborear sus frutos frescos recién cortados. Todo transcurría entre sus soles y sus cajas.

 

Aquella tarde, una más dentro del devenir de días y noches, una señora entró a su negocio. Clara le explicó de qué se trataba y de inmediato, la señora colocó los dos sobres en distintas cajas. Luego, extrajo uno que decía más o menos así:

 

“No hay cosa que más desee en este momento que verte entrar nuevamente por esa puerta. Clara.”

 

-Qué curioso –dijo la señora- ojalá que esa puerta no esté con llave para quién sea que deba abrirla.

-Ojalá –replicó Clara- pero a veces puede fallar.

-No creo niña, estas cosas nunca fallan –agregó la señora mientras se retiraba del negocio.

Clara se quedó entonces pensativa. ¡Vaya! –se dijo- la primera vez que un deseo no se cumple, y justo debió ser el mío. Siempre hay una excepción a la regla.

 

Lo que no sabía es que sí, siempre hay una excepción a la regla, cuando la regla toca el mundo de lo real. Cuando esa regla en cambio, toca el mundo de lo fantástico, no existen las excepciones. Allí las cosas no fallan, porque el mundo imaginado tiene eso, precisamente, el don de la imaginación, que puede llegar a crear maravillas en nuestro espíritu.

 

Pero lo más maravilloso de todo aparece cuando esa imaginación se vuelve realidad. Cuando uno plantea un sueño en su pensamiento y este evoluciona hasta tal punto que ya no son necesarios los papeles escritos en un sobre, los pensamientos extravagantes y mucho menos la existencia de dos soles en un mundo que solo tiene cabida para uno.

 

La imaginación es un don que todos podemos y debemos desarrollar ya que refuerza nuestros deseos y por consecuente, nuestro espíritu, el cual trabaja constantemente en pos de la satisfacción personal. Y sino, pregúntenle a Clara Miller, que es lo que sintió un rato después que aquella señora se retiró de su negocio.

Una figura varonil parada frente a la puerta mirando hacia el interior con una sonrisa de boca a boca. Una mujer que de un salto corre en su búsqueda, destruyendo con ese abrazo interminable un sol de medianoche que ya no tenía más sentido. Y una frase que sella el destino del corazón:

 

-Perdón por la demora, pero necesitaba cumplir un deseo.

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