Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

Los puentes vivientes de Meghalaya

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La historia de Danielle se inicia una tarde en uno de los suburbios de Bombay. En aquellos tiempos, médica recién recibida en la Universidad de Paris, no tuvo mejor idea que alistarse como voluntaria para servicios comunitarios en países del tercer mundo. Lo que menos imaginó, es que terminaría realizando esa tarea en la India.

Fueron dos años durísimos, mediando con todo tipo de enfermedades y miseria. El médico que presta este tipo de servicio, sabe a qué se enfrenta, y el caso de Danielle no era la excepción.

Aquél día volvía de prestar servicio en el Bombay Hospital & Medical Research Centre, luego de más de diez horas de trabajo. Generalmente tomaba un taxi desde el centro hasta su casa, ubicada en las afueras de la ciudad. No fue en este caso la excepción. Algo cansada, no se percató que en un momento el taxista había tomado un camino distinto. No conocía mucho la ciudad, más que el recorrido entre el hospital y su departamento. Cuando se dio cuenta, comenzó a inquietarse, porque sin lugar a ningún tipo de dudas, ese no era el camino correcto.

Intentó vanamente hacerle saber al conductor que no estaba yendo hacia donde ella le había indicado. Éste se hacía el desentendido, hasta que finalmente llegó a un edificio y directamente ingresó el automóvil en un garaje cubierto, tras lo cual, vio como las puertas del edificio se cerraban y dentro del auto, quedaban sumidos en la más profunda oscuridad.

Habrán pasado dos o tres minutos, que parecieron una eternidad, hasta que las luces se encendieron. Allí, el taxista bajó del auto y directamente se retiró del lugar. Dos personas, de fisonomía oriental, uno hombre y una mujer, acompañados de dos hombres que indudablemente eran indúes, se le acercaron y le dijeron que bajara del auto. Ella aterrorizada descendió y entonces la mujer se le acercó, la revisó y en un rudimentario inglés le dijo que no intentara nada, que a partir de ese momento ella iba a tener que hacer lo que ellos le dijeran.

La condujeron hacia una habitación contigua y allí le dijeron que debía cambiarse de ropa. La obligaron luego a beber un vaso de algo que parecía jugo de naranja. Y eso fue lo último que recordó para ese entonces. El líquido contenía alguna sustancia que la sumió en una profunda somnolencia.

Entre sueños Danielle, pudo recordar algunas cosas. Se vio sentada dentro de un auto y recorrer un trayecto largo, siempre acompañada de varias personas, entre las cuales solo pudo identificar a la mujer oriental.

Cuando recordó la conciencia plenamente era de noche. Estaba en una habitación, recostada en una cama. Una luz de un velador era la única iluminación. En un extremo del cuarto, la misma mujer oriental estaba sentada en una silla mirándola fijamente sin despegar un solo instante la mirada. Al comprobar que Danielle ya no estaba bajo los efectos del narcótico, entonces habló.

Le dijo que no iban a hacerle daño, que tenía que estar tranquila y que no tenía sentido que opusiera resistencia. Ellos eran un grupo de personas que tenían algunos temas pendientes con el gobierno francés, y que ella iba a ser utilizada como objeto de intercambio. Ya no volvería a Bombay y que estaban por emprender un largo viaje por ruta que los llevaría hasta el otro extremo de la India donde permanecería en cautiverio hasta tanto se pactara el mencionado intercambio.

Al día siguiente, aún de madrugada, la despertaron y rápidamente partieron en un automóvil tomando una ruta con destino desconocido. Fue un viaje de todo el día, donde solo se detuvieron un par de veces para recargar combustible. Danielle sintió entonces hambre y le dieron un sándwich con una botella de agua. Esto se repitió cada vez que ella lo solicitaba. De la misma manera, cuando tenía necesidad de ir al baño, de inmediato se detenían y cumplían con su solicitud.

Luego de dos días de viaje, llegaron a un lugar que parecía estar próximo al destino final. La geografía había cambiado. Se divisaban montañas y un verde exuberante inundaba el ambiente ya de por sí, caluroso y extremadamente húmedo.

Arribaron a un pueblo, en apariencia no era una localidad importante. Allí uno de los hombres descendió del vehículo y luego de decir algunas cosas que Danielle nunca comprendió, ya que solo se manejaba con su francés e inglés, volvió a subir al auto y tomó una nueva ruta. Esta vez era un camino de tierra, el cual recorrieron por aproximadamente una hora, hasta llegar a un paraje en medio de una inexpugnable selva, en apariencia.

Descendieron todos del vehículo y de inmediato abordaron una camioneta. Era un vehículo viejo, con un compartimento trasero todo cubierto con un toldo donde colocaron a Danielle, siempre acompañada por la mujer oriental. El resto de las personas podía cambiar, pero esta mujer no se separaba de ella. Indudablemente era la única interlocutora potable para entablar diálogo con la cautiva.

Ahora el viaje se extendió durante todo el día. El movimiento de la camioneta era muy intenso, no había dudas que estaban atravesando un camino secundario, si es que había camino, ya que no podía ver absolutamente nada debido a la cobertura del vehículo, indudablemente, esa era la intención. Solo se veía el reflejo exterior, hasta que este no se pudo divisar más, con lo cual presumió que la noche había llegado. Varias veces durante el trayecto Danielle pidió a su dama de compañía detenerse, pero siempre obtuvo negativa.

En determinado momento, ya habiendo perdido la noción del tiempo, la camioneta se detiene. La hacen bajar y de inmediato puede ver que está en un paraje junto a un río. No había allí edificaciones, así que pensó que no estaba en un poblado específico, sino que podía estar en medio de la nada. La subieron de inmediato a una embarcación y sin perder tiempo partieron por el río con algún otro destino incierto.

El río era navegable pero indudablemente no era una corriente muy importante. Tendría, hasta donde podía divisarse, algo menos de cien metros de anchura. Navegaron toda esa noche. Con las primeras luces del día, atracaron sobre la otra margen y de inmediato descendieron del bote.

Allí la mujer oriental le comunicó que de ahí en más caminarían, acción que realizaron por algo más de dos o tres horas, el tiempo en esas instancias ya no tenía demasiada importancia, hasta que en un momento le dijeron que iban a vendar sus ojos.

A continuación, siguieron caminando pero ella con sus ojos totalmente vendados. Pudo comprobar que atravesaron varias veces diversos cursos de agua, ya que escuchó el sonido de la corriente, no por el hecho de haberla palpado, con lo cual, debieron atravesar algunos puentes para llegar al destino, que para entonces, ya esperaba que fuese el definitivo.

Al llegar, quitaron las vendas de sus ojos y de inmediato la mujer la condujo hasta una especie de choza, donde había una litera, una mesa, dos sillas y absolutamente nada más. Le informó que ese sería su hogar hasta tanto se produjese el intercambio. Que podía salir de la choza, y recorrer las proximidades, donde habían otras chozas, pero que no podía alejarse, por dos motivos: el primero era que no tenía donde ir ya que se perdería en la selva y sería una fácil presa de algún depredador; y el otro motivo era que si la descubrían en un intento de escape iban a hacerle un hoyo en medio de la frente, tras lo cual, Danielle le hizo saber a la mujer que de ninguna manera intentaría huir.

De esta manera y luego de varios días de viaje, Danielle y sus captores llegaron al destino, al menos durante un tiempo mientras durara la operación de intercambio. Bueno, eso fue lo que se creyó Danielle en un principio, ya que al ver que los días transcurrían sin ningún tipo de novedad, empezó a impacientarse. Las preguntas a su interlocutora relacionadas con este tema no tenían ningún tipo de respuesta. O bien encontraban eco en el silencio o sino el clásico “no comments”.

Los días fueron transcurriendo y la actividad de Danielle iba de la choza, hasta el patio central (patio por llamarlo de alguna manera) y de vuelta a la choza. El lugar era un paraje con cinco o seis chozas similares, un descampado central de unos veinte por veinte metros, con una fogata en uno de los extremos y lo que parecía ser una habitación, de madera, algo más grande que las otras, donde siempre entraban y salían sus captores. Muy de vez en cuando, alguna cara nueva aparecía en el lugar, y siempre se internaba en esta casilla y luego de algún tiempo volvía a retirarse.

Estaban en un lugar donde rara vez no llovía. Siempre, en algún momento del día, ya sea de día o noche, caía algún chaparrón.

Danielle dormía sola en su choza; la mujer oriental, algo mayor que Danielle, de unos treinta y cinco años aproximadamente, lo hacía en la choza contigua.

En ningún momento los captores mostraron algún tipo de agresividad para con ella, quién siempre intentaba hacer todo lo que le indicaban, para no provocar el disgusto de sus amables anfitriones.

Pero los días iban pasando y todo seguía su curso sin ningún tipo de cambio y esto ya no le gustaba absolutamente nada. Estimaba que habían transcurrido unos dos meses desde su llegada a la selva y ahora inclusive, parecía haber menos noticias del exterior, ya que los visitantes que periódicamente llegaban al lugar, lo hacían para entonces de forma mas distanciada.

Danielle nunca se alejaba demasiado del lugar, apenas, unos cincuenta a cien metros, por alguno de los tres caminos que llegaban al sitio. En todos el mismo espectáculo. Espesura y una selva extremadamente cerrada, donde a duras penas podía encontrarse algún lugar donde el sol se colara, aparte del paraje donde estaban habitando.

Sus captores sabían que no intentaría irse, ya que no tenía la más mínima posibilidad de escape en esas condiciones, de allí que la dejaban que recorriera el lugar, pero siempre mirando atentamente de reojo toda su actividad, que para entonces estaba sumida en un profundo aburrimiento.

Fue entonces que pidió hacer algo. Le dijo, a la única persona con la cual podía comunicarse, la mujer oriental, que necesitaba hacer alguna actividad que debía matar sus horas de aburrimiento. De esta manera, luego de un par de días, la mujer volvió y le dijo que la acompañara.

Caminaron por uno de los senderos durante unos cien o doscientos metros, y llegaron a otro descampado (al que nunca había accedido en sus recorridos diarios, tal vez porque estaba mas distante) donde había tres construcciones. Entraron en una de ellas y allí estaba la cocina, toda muy bien equipada, modesta, pero bien equipada.

Danielle entonces ayudó con la elaboración de la comida de ahí en más. A partir de ese momento, siempre fue su actividad, algo así como su aporte para sustentar su cautiverio, aunque suene paradójico.

Con el correr de los días, Danielle empezó a meditar y analizar la geografía del paraje. El segundo lugar estaba a unos trescientos metros de las chozas, en la dirección desde donde siempre venían los visitantes externos. De esta segunda ubicación, salían dos caminos más, siempre en la dirección opuesta al sitio principal.

Conjugaba la tarea de estudio de la geografía del lugar, junto con sus labores de cocinera. Y era buena cocinera, lo había sido desde siempre, más allá de la medicina. La tarea del estudio del ambiente era de por si necesaria. Ya había perdido prácticamente la idea del tiempo que llevaba en cautiverio. Entendió que el tema del intercambio no había prosperado. No contaba con la certeza que sería liberada en algún momento si se bendito intercambio no se llevaba a cabo en definitiva. Cualquier mente coherente no tenía al escape como una alternativa por aquellos lugares, pero bueno, ¿Se podía hablar de mente coherente bajo aquellas circunstancias?

Lo cierto es que los días, semanas y meses siguieron su curso. Una noche fue despertada imprevistamente de su sueño en plena madrugada. Había sin lugar a dudas algún tema urgente que resolver. En un primer momento se ilusionó con su liberación, luego, cuando su interlocutora le dijo que tenían un tema de urgencia en el segundo sitio, las esperanzas empezaron a diluirse.

Se trasladaron a toda prisa recorriendo los trescientos metros casi corriendo. Al llegar, entraron en una de las casillas, contigua a la cocina y allí en una cama, uno de los hombres se retorcía del dolor. De inmediato comprendió que la habían llamado porque la urgencia era del tipo médico y ella entonces tenía que actuar.

Revisó al enfermo y pudo constatar rápidamente que se trataba de apendicitis. Les dijo que era necesario intervenirlo quirúrgicamente dentro de las siguientes dos o tres horas. Ella podía hacerlo, sin problemas, pero necesitaba algunos elementos.

La mujer oriental le dijo que no contaban con los elementos en ese momento, le pidió que los escribiera en un papel. Danielle de inmediato hizo lo que le pedía y luego de esto, un hombre, salió corriendo con la lista y se perdió por uno de los senderos.

Mientras tanto, Danielle no se despegó del enfermo, al cual le suministró alguno de los pocos medicamentos inyectables que tenían en el lugar y de esta manera pudo calmarlo un poco mientras conseguían los elementos necesarios para la cirugía.

El enfermo, recostado en la cama, balbuceó algunas frases que Danielle no llegó a comprender. Para entonces, volaba de fiebre. Puso algunos paños fríos sobre su frente, mientras le suministraba ahora el único antifebril que tenía dentro del escaso menú de fármacos. Pudo comprobar que el enfermo no era otro que uno de los cocineros, hecho que hasta entonces no se había percatado. Era sin dudas, un habitante del lugar, un nativo, si se quiere, por sus rasgos y su fisonomía, inclusive por su lenguaje inconfundible. Nada tenía que ver con sus captores. De todas maneras, era muy bien considerado por estos, ya que de inmediato actuaron al ver que este hombre estaba bajo peligro de muerte.

Pasaron unas cuatro o cinco horas, hasta que uno de los orientales llegó con una gran caja conteniendo los elementos pedidos por Danielle. Ella de inmediato la abrió y pudo comprobar que estaba todo lo que había pedido. Solicitó ayuda entonces para improvisar una mesa que serviría de camilla para la intervención. Pidió varios litros de agua hirviendo que sirvió para acondicionar la mesa y roció con alcohol y desinfectante hasta donde pudo.

En pocos minutos comenzó la intervención, previa anestesia del paciente, la cual demandó unos pocos minutos. Pasaron luego dos horas hasta que el enfermo volvió en sí, pudiendo todos constatar que estaba recuperándose satisfactoriamente. Danielle volvió luego a su choza, satisfecha por haber podido salvar una vida. Un hecho demasiado importante, como veremos más adelante y fundamental en el desarrollo de su cautiverio.

Desde ese día, todos los habitantes del lugar, captores y no captores, miraron a Danielle con otros ojos. Ella, valiéndose de sus conocimientos, empezó a desarrollar tareas de médica, reemplazando de esta manera su actividad en la cocina, por otra para la cual estaba verdaderamente preparada.

En definitiva, con el correr de las semanas, empezó a llevar adelante la actividad para la cual se había alistado como voluntaria. Ser una profesional de la medicina en lugar remotos, donde la gente realmente necesitara de sus servicios. ¿Alguien puede imaginarse un lugar más remoto que éste?

Al comienzo sus captores convalidaron esa actividad. Con el correr de las semanas o los meses, a alguno de ellos, ya no le gustó tanto. Para entonces, mucha gente, habitantes de aldeas vecinas, se fueron acercando para que Danielle pudiese aliviar algunos de sus males. Ella solicitaba medicinas y sus captores se las conseguían, hasta que la concurrencia se hizo demasiado elevada y alguien importante decidió que se estaba corriendo demasiado la voz y que esto podía afectar el objetivo principal de todo. Con lo cual, no se autorizaron mas compras de medicamentos o algún otro insumo médico que no sea exclusivo para el uso de alguno de los habitantes ocasionales del lugar, o sea, los captores y sus allegados.

Esto por primera vez enfureció a Danielle, que tuvo quizás su primer cruce fuerte con su acompañante oriental. Parecía para entonces como desencajada, recriminando que todo había sido una mentira, que no existía tal intercambio y que exigía algún tipo de respuesta mas concluyente.

Luego de esto, una noche, Danielle fue llevada hacia el segundo emplazamiento y allí otro hombre, también oriental al que nunca había visto, estaba esperándola, junto a la mujer que serviría de traductora.

El hombre, siempre bajo buenos términos y buen trato, le explicó que todo lo referente a su cautiverio estaba en un período de impasse obligado. Que no se conocía a ciencia cierta cuanto tiempo mas demandaría pero que no tenía otra alternativa más que esperar. Ella le dijo que había perdido la noción del tiempo y que si tenía que permanecer aun mas allí, era necesario que le permitiesen asistir al menos a la gente de las aldeas vecinas, que tanto estaban necesitando su ayuda.

A esto le respondió que llevaba dos años y dos meses en cautiverio y que por el momento, su petición no podía ser satisfecha, solo le permitirían asistir de ser necesario a cualquier persona del paraje, pero nada más. Podría colaborar si con sus tareas habituales en la cocina.

De esta forma se dio por terminado el diálogo. Danielle no podía cree que ya llevaba más de dos años como prisionera. Pensó entonces en su familia, y en el sufrimiento que debieron haber pasado, el cual aún no había terminado y lo que es peor, no había miras de poder terminarlo en un futuro cercano.

Como una acción reaccionaria, se negó durante las primeras semanas a colaborar en la cocina como era habitual. Eso si, cada vez que alguien necesitaba de su asistencia en lo que refiere a temas médicos, siempre estaba dispuesta.

Pero luego de un tiempo, pasadas unas dos o tres semanas de aquél hecho, accedió a volver a su trabajo en la cocina. Uno de esos días, pudo cruzarse nuevamente con aquél hombre, al cual había asistido con el tema de la apendicitis.

Ya totalmente recuperado, al verla se le acercó y extendió su mano en franco gesto de agradecimiento por haberle salvado la vida. Era un hombre de mediana edad, de unos cuarenta a cuarenta y cinco años, pero que en sus espaldas simulaban no menos de diez o veinte años más. Pero lo verdaderamente sorprendente, fue lo que sucedió luego de extender su mano. El hombre miró hacia todos lados y cuando pudo constatar que nadie más podía escucharlo simplemente le dijo, en un casi perfecto inglés: ¡Gracias!

Danielle se quedó muda, sin reacción, de inmediato, comprobando también que nadie estaba en las cercanías le preguntó:

-¿Hablas inglés? ¿Puedes entenderme?

A lo que el hombre respondió:

-Ahora no. Yo te haré saber cuándo.

Seguidamente continuaron con su tarea en la cocina. Una débil sonrisa se dibujó de inmediato en el rostro de Danielle, y de igual manera, algo similar pudo constatarse en el mismo rostro de ese hombre.

Pasaron varias semanas hasta que volvieron a encontrarse. El hombre por algún motivo, no estuvo presente durante ese tiempo, hasta que un día retornó. Siempre mudo, sin decir palabra, se dedicaba a la tarea de cortar los vegetales o preparar alguna salsa. Ayudaba a encender el fuego, siempre abocado a su tarea.

Danielle lo miraba constantemente, tratando de descubrir algún gesto que le hiciese saber algo. Generalmente la mujer oriental estaba presente cada vez que Danielle trabajaba en la cocina, inclusive ayudaba en alguna oportunidad, con lo cual, las posibilidades de entablar algún tipo de diálogo con este hombre era de por sí, muy complicada.

Luego de tanto tiempo en ese lugar, Danielle pudo descubrir que durante un tiempo del año, las lluvias eran por demás excesivas. Siempre empezaban con un desmejoramiento del tiempo pero sin precipitaciones. Cuando estas realmente daban comienzo, era abrumador. Danielle entendía entonces que el Monzón había dado comienzo. Eran tres meses de constante caída de agua, que hacía de la vida por aquellos lugares una verdadera epopeya.

Precisamente, luego de este nuevo encuentro con el hombre, a los pocos días empezaron las lluvias monzónicas. Una tarde, luego del almuerzo, una fuerte precipitación cayó en el lugar, y justamente Danielle se encontraba con el hombre en la cocina, solos, cuando la lluvia empezó a intensificarse. En ese preciso momento, él habló:

-Siempre le estaré agradecido por haberme salvado la vida. No tenemos mucho tiempo para conversar, ellos no deben saber que yo conozco su idioma. Yo lo aprendí hace muchos años, cuando estuve viviendo por un tiempo en Delhi. Pero eso no es lo que importa ahora. Usted, como le dije, me salvó la vida. Yo ahora voy a ayudarla a usted. Voy a sacarla en poco tiempo de aquí. Usted solo deberá hacer lo que yo le diga, en su momento.

-Señor, ¿Cuál es su nombre?

-Me llamo Narayan. Usted solo debe esperar a que yo me contacte nuevamente y le diga que hacer. Tenemos no más de tres meses, hasta que finalice el Monzón. Son fundamentales las lluvias que nos ayudarán en todo esto.

-¿Puede decirme al menos dónde estamos? Ni siquiera sé en qué lugar del mundo me encuentro.

-Estamos en el norte de la India, muy cerca de la frontera con Bután, en una región llamada Megalhaya.

 

 

 

Aryam teje con sus propias manos la intrincada red que aprendió de sus ancestros. Antes, su padre, y el padre de su padre aprendieron y enseñaron esta técnica milenaria que da vida a sus propias vidas en los momentos más complejos. Ahora, su hija Lakshmi mira y aprende. Esa raíz que tan pacientemente su padre está labrando sobre otra y otra más, será en la próxima generación, un puente hacia la vida. Su padre no verá el fruto de su trabajo, tal vez ella tampoco, pero si sus hijos y futuras generaciones podrán aprovecharlo y regocijarse con ello. A cambio, su padre y ella disfrutan de los que hace varias décadas, sus ancestros tan dulce y pacientemente tejieron.

El habitante de Meghalaya, con el correr de los años, fue dándose cuenta que habitaba un terreno extremadamente difícil para la época de los monzones. Cuando el diluvio comenzaba, todas las vías de comunicación se veían inmediatamente interrumpidas. El aislamiento y sus terribles consecuencias daban cuenta de su destino. Entonces vieron que la propia naturaleza podía proveerles los elementos para que esas vías de comunicación no se vieran interrumpidas.

Comenzaron entonces a "construir" obras de "ingeniería" propiamente dicha con la misma naturaleza como fuente principal de su materia prima. El pueblo Cherrapunji entonces, para luchar contra esta climatología, desarrolló una técnica muy curiosa. Decidieron comenzar plantando un árbol de caucho, moldeando su crecimiento, para que con los años y futuras generaciones, estos mismos árboles construyeran puentes sobre las corrientes de agua. Estos puentes permitirían dejar libres las vías de comunicación, a pesar de los monzones. Los puentes más antiguos de Cherrapunji fueron plantados hace ya 500 años, y cada generación los cuida como su tesoro más preciado. Los conocimientos pasan de generación en generación, y es algo que no se puede perder, ya que forma parte de una de las tradiciones más importantes de nuestro planeta.

Cada puente que comienza un habitante de Cherrapunji está pensado para que lo disfruten sus hijos y los hijos de sus hijos, es una técnica ecológica, amigable con el medio ambiente y que les permite vivir allí. Además estos puentes, al revés que los que usamos nosotros que pierden fuerza y envejecen, se hacen más fuertes con el paso del tiempo, ya que las raíces siguen creciendo y refuerzan estas estructuras cada vez más.

Este es el legado que cada generación Cherrapunji deja a las siguientes generaciones. Es el tesoro más preciado de este pueblo.

El construír para que la próxima generación pueda disfrutarlo, sin que uno mismo lo llegue a ver concluido, es la entrega más perfecta que uno puede llegar a imaginar.

 

 

Ahora, luego de su encuentro con Narayan, Danielle tenía otro espíritu, otro semblante. Llevaba dos años y medio en cautiverio y sabía que el desenlace debía estar muy próximo. Trató de no demostrar su desbordante alegría. No podía permitirse que nadie descubriera sus lazos con Narayan, mucho menos ponerlo a él en peligro. No quería imaginarse si se enteraran que sabía perfectamente hablar el inglés.

Los días entonces, fueron transcurriendo dentro de la normalidad bajo esas extremas condiciones monzónicas.

Cada nuevo año, con la llegada del Monzón, las cosas cambiaban en el paraje. El contacto con gente del exterior empezaba a ser más distanciado. Eso podía verse con claridad, ya que las caras nuevas o que rara vez eran vistas, aparecían de manera más esporádica. Durante esos tres meses el contacto con el exterior era, sin lugar a dudas, mínimo.

Como consecuencia, la interacción entre los habitantes del lugar empieza a ser más activa. La actividad de Danielle después del almuerzo o la cena, era, generalmente, recluirse en su choza para hacer absolutamente nada. Eso da por tierra con cualquier evolución mental más o menos controlada. Con el correr del tiempo fue entablando alguna que otra charla con su interlocutora, pero muy estrecha.

Se enteró que era coreana y que había dejado su familia en su país natal hace ya muchos años. En ningún momento le dio ningún tipo de información de carácter político o relacionada con la actividad que estaba desarrollando. Podían conversar de cualquier otra cosa, pero el único dato relacionado con su persona fue solamente el mencionado. Indudablemente, llegado el momento, la coreana no era una persona en la cual Danielle pudiese confiar. Estaba muy estigmatizada con el movimiento. Al menos eso fue lo que pensó, hasta que un día, un incidente la despertó en medio de la noche y en medio de la lluvia, que no paraba de caer.

Sucedió que entre sueños escuchó algunos gritos. Eran de un hombre que vociferaba cosas inentendibles y gritos de una mujer que, inequívocamente, eran de su dama de compañía. Cuando Danielle tomó conciencia, apenas se asomó, y pudo ver como en una de las chozas enfrentadas, el oriental, que sin duda era una de las autoridades del campamento, estaba increpando fuertemente a la coreana. Fue así que en un momento, la cosa pasó a mayores y el hombre le propinó varios puñetazos en el rostro a la mujer. De inmediato Danielle no pudo contenerse y salió corriendo en su ayuda. Al verla llegar el hombre le dio varios gritos ahora a ella, mientras se agachaba para ayudar a la coreana que estaba tendida en el piso, bajo la lluvia. Al ver esto el hombre también le dio un puñetazo a Danielle, y la cosa se hubiese complicado aún más, si justo no aparecían dos orientales más para contener al agresor, a quien se llevaron adentro de la choza mientras le decían cosas inentendibles a Danielle.

De inmediato, al ver que el golpe no le había hecho ningún daño, se limitó a ayudar a la herida. La arrastró hasta su choza y la acostó en la litera. Tenía varios cortes y magulladuras en el rostro. Fue entonces que salió corriendo y fue hasta el otro sector del paraje a buscar algunos elementos para curarla. No tuvo problema en acceder a ellos, otro oriental estaba allí tomando alguna bebida. Este le dijo algunas palabras, pero ella hizo caso omiso de todo eso, tomó las cosas que necesitaba y acto seguido, volvió a la choza.

Allí le hizo las curaciones a la coreana y le acompaño toda la noche. Al día siguiente, de manera extraordinaria, amaneció sin lluvia. Ella se había dormido en el piso, junto a la litera de su compañera y se despertó en el mismo momento que el oriental agresor entraba en la choza.

Éste balbuceó algunas palabras y de inmediato se fue. En ese momento, Li, ese era el nombre de la coreana, le dijo que había agradecido el hecho de haberla curado.

-Primero te castiga y luego lo agradece.

-No quiso hacerlo, yo lo puse en un aprieto, eso fue lo que sucedió.

Danielle revisó la herida y luego, al ver que bajo esas circunstancias, luego de haberla ayudado, podría tal vez sacarle algún tipo de información adicional, le preguntó:

-Tendrías la amabilidad de decirme que piensan hacer conmigo. ¿Van a tenerme toda la vida encerrada en este lugar?

Li ahora la miró, pensó un instante y luego se incorporó. Se puso de pie, se acercó a la puerta y cuando vio que nadie estaba cerca le dijo:

-Tienes que tomar la situación en tus manos. Nunca te van a dejar salir de aquí. Haz lo que creas más conveniente, yo voy a protegerte solo con mi silencio.

En un primer momento Danielle se derrumbó. Ahora sabía certeramente que si quería salir de su encierro, nadie más que ella iba a hacerlo. Por un lado fue desalentador. Por el otro, sabía que no tenía otra opción. Solo quedaba por delante la idea de una fuga.

Por otro lado, la confesión de Li era muy importante y decisiva. Varias cosas podían entenderse de esa simple frase. Lo que ya dijimos antes, la fuga, inevitable. Por otro, algo que le daba mucha fuerza a esa idea: el silencio y complicidad que podía obtener de Li. Eso era el centro, el eje de toda la misión.

Durante mucho tiempo había pensado como encarar el hecho de una huida, y no veía la manera. Si bien existían momentos en que podía tomar algún sendero sin ser vista, no tenía forma de apartarse de esos senderos, la selva era muy tupida y también existía la posibilidad de cruzarse con alguien en el camino. El hecho de tener a Li de su lado, aunque sea solo con su silencio, ya era de muchísima ayuda. Decidió entonces aguardar el llamado de Narayan. Estaba convencida que eso no fallaría.

En un momento se inquietó, porque pasaron varios días en que no lo volvió a ver en la cocina, como era habitual. Un montón de ideas descabelladas empezaron entonces a cruzarse en su mente. Y la desesperación se apoderó por momento de su espíritu. Sabía que no era posible huír de ese lugar sin ayuda. Con lo cual, Narayan era su única posibilidad, al menos por el momento, mientras apareciera otra, si es que había otra. Finalmente, todos sus miedos desaparecieron cuando llegó un día a la cocina y estaba su amigo trabajando. Este, en un momento solo atinó a decirle que faltaba poco, que estuviese preparada. Solamente eso.

Bien recordaba Danielle lo que le había dicho Narayan en su momento. Que el escape solo podía llevarse a cabo en épocas del Monzón, y si sus cálculos no fallaban, solo restaban diez a quince días de temporada de lluvias, nada más que eso. Sino, habría que aguardar hasta el próximo año y muchas cosas podrían cambiar para entonces.

Ese día entonces, Danielle se retiró a su choza con otro semblante. Todo estaba prácticamente listo. Su contacto con Narayan, la complicidad de Li en caso de ser necesario y lo mas importante de todo, su deseos de vivir, de salir de una vez por todas de aquél infierno.

 

Comienza la magia. Devendra le entrega a Narayan caja pequeña caja de madera. Este la alza y dice algunas frases conmemorativas. Luego se retira. Busca a su hija menor, Anjali, su angel mensajero y ambos, junto con la caja se encaminan hacia el río. Allí, Narayan se agacha, toma una raíz, fuerte, y la desenreda de la maraña. La acaricia, le pide a Anjali que haga exactamente lo mismo, que tome otra raíz, que la acaricie y que una a ambas en forma de trenza. Ella sostendrá las raíces del árbol con sus manos, sin dejar de acariciarla. Mientras tanto, Narayan toma el cofre, lo abre y esparce parte del polvo sobre las raíces. Una vez terminada esta ceremonia, le dice a Anjali que entrelace la raíz sobre otra que esté bien fijada al suelo. Luego toma el cofre, lo cierra y toma de la mano a su hija. Ambos cruzaran el puente y repetirán la misma ceremonia desde el otro extremo. Una vez finalizado vuelven ambos al puente. Narayan vierte el resto del contenido del cofre sobre el río, mientras pronuncia:

Mera naam Narayan hai, Jai Ma. Y comenzó la magia.

 

Aquella mañana, como casi todos los días, llovía, aunque bastante poco. Ya cerca del mediodía dejó de llover y el sol, débilmente primero y luego con toda su fortaleza, empezó a manifestarse. A la hora habitual, Danielle se dirigió hacia la cocina, siempre con la inseparable compañía de Li. El calor era abrasador. Al llegar a la cocina estaba allí Narayan, que casi sin inmutarse por la presencia de las dos mujeres, continuó con su tarea sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo. El hombre esperó el momento, precisamente cuando Li abandonó la cocina por algunos minutos, se acercó a Danielle y por lo bajo le dijo:

-Esta noche, justo cuando comience a llover, tienes que salir de tu choza, toma por el sendero del medio, el que va hacia el lado opuesto a este sector y camina por el sin detenerte, sin mirar hacia atrás. Caminaras por algo más de un kilómetro. Allí estaré yo aguardándote.

-¿Y si no llueve?

-Lloverá. Y en el momento preciso.

Danielle no pronunció una sola palabra más. En su mente ahora solo golpeaba la idea de ver como deshacerse de Li en ese momento y que nadie la vea tomar por el sendero central. Esa era la única preocupación de su existencia para entonces.

Al caer la noche y luego de la cena, Danielle se retiró, como todos los días a su choza. Trató de no demostrar su nerviosismo, así que lo mejor que podía hacer entonces, era apartarse. Un rato después y ante su sorpresa, Li se asoma a la puerta de su choza y le dice algo muy simple y concreto, que la dejó petrificada:

-Hoy solo seré silencio. Mis ojos no verán nada a partir de este momento.

Y luego, con una inclinación de cabeza, como encerrando un saludo final, volvió a su propia choza.

Pasaron algo más de dos horas desde ese  momento, tras lo cual empezó a llover. Pero no era una lluvia normal, fue un diluvio impresionante. Ahora, el nerviosismo se apoderó de Danielle y no le permitía ni siquiera pensar. Por un momento, dudó de todo esto. ¿Sería una trampa? No, se dijo. Imposible que Narayan hiciese algo así. ¿Y qué pensar de Li? ¿Podría confiar en ella?. Después de todo, se dijo, ¿Qué tenía que perder? ¿Había algo peor que seguir manteniendo su cautiverio sin intentar absolutamente nada?

Ese pensamiento fue el que finalmente inclinó la balanza. No más de diez minutos después de comenzada la lluvia, salió de su choza, solo con lo que llevaba puesto. Dejó todo lo demás. Absolutamente todo. Cuando estaba ingresando al sendero del medio, dio media vuelta y miró, tras la cortina de agua, pudo ver en la puerta de su choza a Li, que asentía con su cabeza. De inmediato apuró la marcha, entró en el sendero y caminó, sin parar, sin mirar nuevamente hacia atrás, durante un largo trecho que se hacía interminable, patinando algunas veces a causa del barro, pero no aflojó el ritmo. Así de esta manera, luego de aproximadamente media hora de recorrido, logra llegar a un claro, de no más de treinta metros cuadrados, tras el cual había un río junto a un puente muy especial que permitía atravesarlo al otro lado. En el extremo del puente estaba parado Narayan, bajo la lluvia.

Éste de inmediato le entrega una bolsa de tela, para que se la cuelgue, conteniendo algunos alimentos y una botella con agua. Y luego le dice:

-Cruzarás este puente y luego caminarás, sin mirar hacia atrás. Deberás caminar sin detenerte durante toda la noche, no hace falta que corras, basta con que camines. Atravesarás varios puentes como este, no les prestes demasiada atención, no dejes que ellos te intimiden. Hoy están para ayudarte en tu escape. Cuando amanezca, la lluvia cesará y habrás llegado al final del camino. Encontrarás allí un poblado, se llama Kshaid, buscarás allí al primer policía que te cruces y le dirás que eres la doctora francesa que están buscando, le pedirás ayuda y él te llevará a un lugar seguro. Estarás a salvo y nunca te olvidarás de este amigo. Y recuerda esto: no te detengas a descansar, solo camina, el conjuro solo puede persistir durante pocas horas.

-¿Cómo puedo agradecerte esto qué haces?

-Tú salvaste mi vida, yo soy el agradecido. Nunca te olvides de este momento, lo que vas a ver en pocos instantes es la forma más simple de agradecimiento que esta tierra tiene para contigo, por todo lo que hiciste por nosotros y por todo el tiempo que le dedicaste a ella. ¡Vé ahora!  Y recuerda este momento memorable. Recuerda.

Entonces, Danielle no pudo evitar abrazar a su amigo y de inmediato cruzó el puente. Ya del otro lado, la magia se puso en marcha. Sin poder entender muy bien de que se trataba todo esto, sus ojos casi se desencajaron, y su respiración casi se detiene por completo, al ver como las raíces del puente viviente que acababa de cruzar, se iban entrelazando mágicamente cerrando todo paso por el sendero, la única vía de comunicación para aquellos tiempos de Monzón. Solo pudo emitir un ¡Santo Cielo!, y de inmediato dio media vuelta y emprendió su camino.

La misma magia se fue reproduciendo en cada uno de los puentes que iba atravesando. Tal como dijo Narayan, los puentes vivientes de Meghalaya la estaban despidiendo y protegiendo al mismo tiempo.

Con las primeras luces del día la lluvia cesó. Ya, sin más puentes que atravesar, Danielle encontró un camino, era de piedra y desembocaba en un poblado, desde lo lejos pudo divisar el cartel indicador e inconfundible: Kshaid.

Fue entonces que se permitió romper en llanto, un llanto contenido por casi tres años, un llanto que la devolvió a la vida.

 

Bibliografía: Los puentes vivientes de Meghalaya, por Carlos Eduardo González para Alpinismonline.com | Enero 2014.

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