Cuento

15/9/2014

Los dos soles de Clara Miller

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Cuento

Las l�grimas del Famatina

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“… en todo el corazón del cerro se descubre oro alto, y bajo, y en algunos vecinos de tan subidos quilates, que se ha reconocido superior al de todas estas Provincias hay cobre y bronce riquísimos cuya abundancia es increíble, y de los cobres se han trabajado algunas piezas que no envidian la Tumbaga más fina hay mucha piedra imán y hierro, el plomo y el estaño, según cuentan algunos, azufre, alumbre, alcaparrosa y otras especies metálicas cuyo nombre ignoramos."

Nicolás Ortíz de Ocampo (1806) Sacerdote de Famatina

 

Era una mañana fría de invierno, y ya sabemos, que los inviernos en aquel lugar son rigurosos al extremo. Javier Márquez, un hombre de unos cincuenta y cinco años, desciende de su camioneta frente a la casa del Intendente (Alcalde en algunos otros sitios, no en éste), y mira la dirección anotada en ese papel antes de tocar a la puerta. Era allí, no había dudas. Entonces traspasa el portón de madera de la entrada y avanza, justo en el momento que alguien abre y lo recibe con una sonrisa. Era el propio intendente.

De inmediato lo hace pasar y le ofrece algo caliente, mientras intenta romper el hielo (frase que de paso, viene al caso bajo esas condiciones climáticas).

-Un largo viaje ¿No amigo?

-Así es, pero lo hice en dos tramos. Ayer por la mañana salí de Buenos Aires y pernocté en Chamical. Bien temprano me vine hasta aquí lo más rápido que pude.

-No hay mucho tráfico en la ruta por estos días.

-No, fue todo muy rápido, tardé algo menos de dos horas en llegar aquí, y eso que había algo de nieve.

-Estuvo nevando durante dos días, pero ayer ya paró, sino se le hubiese complicado un poco más.

Mientras continuaban con el diálogo así, distendido, Rogelio Villar, el intendente, lo fue poniendo en clima para el principal objetivo para el cual estaban citando a Márquez. Era una situación totalmente fuera de lo común, con que algunos pobladores debieron lidiar desde hacía ya varios meses. La noticia fue corriendo de a poco, al comienzo, y como reguero de pólvora, poco tiempo después, tras de la cual se fueron tejiendo miles de conjeturas y versiones, muchas de ellas sin sólidas justificaciones, como suele suceder en estos tipos de pueblos o parajes.

Márquez era una persona seria, desde todo punto de vista, desde su forma de ser, hasta en su trabajo. Y precisamente, en lo que a esto respecta, era una cualidad necesaria, al extremo. Cuando ya no había una explicación coherente a un hecho determinado, y su entendimiento escapaba al sentido común, ahí se lo convocaba a él. Acá estaban dadas todas las condiciones para su intervención.

El hombre escuchó atentamente la exposición del intendente, sin interrumpirlo en ningún momento. Cuando éste finalizó, entonces si se limitó a hacer algunas preguntas, muy escuetas, muy precisas, no más de lo necesario:

-Exactamente, ¿Cuándo comenzaron a manifestarse estos hechos?

-Hace unos dos meses y medio.

-¿En qué lugar preciso?

-En “Cueva de Romero” primero, y luego a los pocos días en “El Parrón”. Hoy se lo puede percibir en todas las estaciones.

En los días previos a su viaje a Famatina, Javier estuvo interiorizándose acerca de todo lo referente al Cablecarril. Leyó acerca de su historia:

Juan Ramírez de Velasco, el fundador de la ciudad de La Rioja, llegó a Famatina en 1592 para tomar muestras de azogue y plata. Según se dice, habría escuchado narraciones en las que se contaban las riquezas que ocultaban las montañas del valle. No obstante, según el historiador Armando Bazán, a treinta años de su fundación la ciudad registraba un promisorio adelanto, pero “el proyecto minero no se había realizado.”

Hacia finales del siglo XIX, Famatina era un distrito aurífero de gran importancia. También era importante en la extracción de minerales de plata, cobre, hierro y plomo. Fue entonces que impulsado por Joaquín Víctor González, natural de Nonogasta, un pueblo próximo a Chilecito, se elaboró un proyecto para la construcción de un Cablecarril que posibilitara el transporte de mineral desde la mina "La Mejicana" localizada a 4600m de altura, hasta la localidad de Chilecito, en el valle situado entre las Sierras de Famatina y de Velazco en pleno corazón de la provincia de La Rioja, República Argentina.

La obra comenzó a construirse en Febrero de 1903 y fue inaugurada menos de dos años después, el 1 de enero de 1905, en tiempo record, a un enorme costo, de despliegue y de vidas humanas. El 29 de julio de 1904 se inauguró un primer tramo que unía las estaciones 1 a 5. Fueron en total nueve estaciones que unieron la Mina "La Mejicana" (estación 9 a 4603 metros), con la segunda ciudad en importancia de la provincia, Chilecito (estación 1 a 1075 metros). El Cablecarril estuvo operativo hasta el año 1926, en qué quedó sumido en el abandono. Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1982.

Esa es la historia. El Cablecarril cuenta con un total de nueve estaciones, que salvan un desnivel de más de 3500 metros. Tiene una longitud de 35 kilómetros llegando hasta los 4303 metros sobre el nivel del mar. El tiempo total de recorrido de las vagonetas que lo componían desde un punto al otro, era de cuatro horas, con una prestación horaria de 40 toneladas por hora.

Hoy en día, y para cuando Javier Márquez estuvo allí en ese sitio, el Cablecarril se mantuvo silencioso ante el paso del tiempo. La corrosión hizo mella en las vagonetas y en todas las estructuras. Desde las torres hasta los cables, pasando por cada una de las nueve estaciones, que permanecen detenidas como prestas a reanudar su diario recorrido.

Con toda la información en su haber, Márquez dio su opinión al intendente, y la forma en que llevaría adelante su tarea.

-Voy a necesitar a una persona, para que me acompañe, que conozca bien el lugar y poder acceder a algunas de las estaciones.

-Yo mismo voy a acompañarlo, soy el mayor interesado con que esto se resuelva. Crea mucho malestar en la gente.

-Perfecto. Vamos a empezar por ir al primer punto, a “Cueva de Romero”. Luego visitaremos otras estaciones. Iremos viendo que encontramos en cada lugar para luego ver como seguimos.

-Muy bien. Para llegar a “Cueva de Romero”, debemos acceder con auto hasta la estación tres. Desde allí a caballo. Voy a tener todo listo para poder acercarnos cuando usted lo desee.

-Ya mismo.

-Perfecto.

Luego de unos llamados telefónicos, los dos hombres se pusieron en marcha con la camioneta de Márquez hasta el primer objetivo. Siguieron por la margen del Río Amarillo, cruzando su cauce en un par de oportunidades, hasta que llegaron al lugar indicado, donde un grupo de personas estaban esperándolos con los caballos listos para la travesía. Para media tarde llegaron al lugar indicado, a la estación “Cueva de Romero” a 2689 metros. Descendieron de los caballos y mientras el intendente esperó junto a éstos, Márquez se apartó un poco y empezó a estudiarlo todo.

 

En un momento uno entra en alguna de esas salas y esas máquinas por un instante en nuestra mente parecen volver a la vida. No es broma ni delirios de una imaginación desenfrenada. Cerras los ojos, te concentras y todo se pone en movimiento. Es maravilloso. Y también en ese instante uno piensa: ¡Cuántas historias quedaron allí dormidas! Vaya a saber cuántas. Esas son cosas que el tiempo ni la herrumbe han logrado quebrar, porque queda en el espacio y en la conciencia de cada uno el saber atraparlas. Es atemporal.

 

En “Cueva de Romero” no vivía nadie de manera permanente. Era solo un paraje, una vieja estación de un Cablecarril de más de cien años de vida, con casi noventa de estar detenido en el tiempo. Aquél día, cuando comenzaron los hechos, dos personas pertenecientes a la Municipalidad, estaban haciendo una recorrida habitual. Generalmente inspeccionaban el lugar, retiraban algunos desperdicios que turistas pudieron haber dejado, y pegaban un vistazo general. Cada tres o cuatro días cumplían con esa tarea.

Primero escucharon algún sonido metálico, pero no le prestaron demasiada importancia. El viento a esas alturas siempre juega una mala pasada. Pero luego este sonido se hizo más intenso. Era como un golpeteo de metal contra metal, algo así como martillazos, y venían de atrás del edificio de la estación. Ambos hombres se acercaron y corriendo algunos arbustos y yuyos que invaden el paraje, lograron acceder a la parte trasera de la construcción. Cuando llegaron allí, de manera inmediata, el sonido cesó.

Trataron de investigar acerca del origen, pero no tenían más visibilidad ni los medios para acceder a través de la maleza. Así que dejaron las cosas como estaban. Miraron un poco dentro del edificio y allí todo parecía estar en su lugar. Decidieron retirarse justo en el mismo momento en que el golpeteo reaparecía. Volvieron a bajar de sus caballos y a acercarse nuevamente al lugar de donde parecía provenir el sonido, y otra vez la misma situación, el ruido extinguiéndose al acercarse.

Ya algo preocupados, decidieron irse y denunciar el hecho a sus superiores. Cuando estaban ya retirándose, algo así como una “carcajada” pareció venir desde dentro del edificio de la estación. Los dos hombres, volvieron a descender y escudriñaron todos los rincones del edificio. Nadie había allí. De esta forma, con toda la incertidumbre sobre sus espaldas, se retiraron.

Al día siguiente volvieron a la estación, acompañados por dos personas más, autoridades de la municipalidad. Llevaron machetes para desmalezar los fondos del paraje. Luego de hacerlo pudieron comprobar que a unos veinte metros de la edificación, había un sitio con una mesa de piedra y varios elementos metálicos que servían de repuesto a las vagonetas. Entre ellos, un martillo, algo así como una maza liviana. Estaba toda herrumbada, con signos evidentes de no haber sido utilizada por muchos años. Fuera de eso, no pudieron ver nada más. Los golpeteos y sonidos no se repitieron, al menos por ese día y en ese lugar.

Todo hubiese pasado al olvido, si no fuera porque algunos días después, otros hombres, también personal que cumplía la misma función, vivieron un hecho similar en la estación 3, “El Parrón”, a 1974 metros, la última accesible desde vehículo motorizado. En esa oportunidad fue un sonido a metal contra metal, pero no golpeteo, sino un sonido como movimiento entre dos metales oxidados, un chillido incesante, similar a un posible desplazamiento de las vagonetas sobre los cables oxidados, o tal vez, el giro de las poleas en estado de corrosión. Pero de la misma forma que en el incidente anterior, nada se pudo constatar.

Fue entonces que Márquez se tomó su tiempo. Recorrió toda la estación cinco, dentro del edificio e inclusive en la zona desmalezada donde estaba la mesa de piedra y los metales. Estuvo casi una hora de lugar en lugar, deteniéndose en cada rincón y meditando la situación. Luego de esto volvió al intendente y ambos se subieron a los caballos y emprendieron el regreso.

-¿Alguna conclusión? –preguntó el intendente.

-No todavía. Tenemos que ir a la estación 3 y luego a un lugar entre las estaciones siete y ocho, pero esto último será mañana, no da el tiempo hoy.

-A la estación tres podemos ir ahora mismo, está muy cerca de donde dejamos la camioneta.

El intendente entonces, avisó por radio que estaban regresando y que la intención era ir hacia “El Parrón”. Durante el trayecto prácticamente no intercambiaron palabras. Márquez era de no hablar demasiado cuando todavía no tenía las cosas claras.

No obstante eso, el intendente sabía –aunque no lo dijo- que algo había visto o mejor dicho descubierto en la visita a la estación cinco. Sino, ¿De dónde había obtenido el dato preciso de tener que visitar un lugar entre las estaciones siete y ocho?

Cuando llegaron a “El Parrón”, todo se produjo de la misma forma. Lo hicieron a pie desde el lugar donde estaba la camioneta. Tres personas más, todos personal de la Municipalidad los acompañaron en esta oportunidad. Fue la misma escena. Márquez recorriendo el lugar, en silencio, mirando, pensando y concluyendo, pero para sí mismo.

El acceso a las estaciones siete y ocho no era para nada simple. La estación siete, llamada “Calderita nueva” está ubicada a 3910 metros y la ocho, “Los Bayos” a 4371 metros. La idea era llegar hasta la mina “La Mejicana”, el punto más alto, al que se puede acceder con la camioneta y luego desde allí, bajar por senderos a pie hasta las dos estaciones.

Mientras realizaban el trayecto al día siguiente, esta vez acompañados por dos personas más, guías de montaña conocedores del lugar, el intendente pudo relatar algunos hechos sorprendentes acontecidos en otras estaciones durante las semanas siguientes al primer evento.

Un día, en la estación seis, “El Cielito” a 3244 metros, un grupo de turistas estaba realizando una travesía con dos guías de montaña. Pararon allí para almorzar, mientras recorrían las instalaciones abandonadas de la estación. En determinado momento escucharon algo proveniente de dentro de una de las salas de la estación. Era como voces, dos o tres voces que discutían acaloradamente, pero que no llegaba a interpretarse muy bien lo que estaban diciendo. Los guías de montaña recorrieron el edificio y no pudieron hallar ninguna persona.

Varias veces también se repitió el golpeteo de metal contra metal o el mismo sonido de vagonetas desplazándose que mencionamos anteriormente.

Aproximadamente al mediodía del día siguiente, el grupo de hombres llegó hasta la mina “La Mejicana”. Allí dejaron las camionetas (eran dos en total) y siguieron el camino a pie. Era un trayecto bastante importante, que demandaría varias horas, inclusive, hasta entrada la noche, pero necesario. El problema es que no estaban muy acostumbrados a eso, y bajo tales circunstancias, la altura podía jugarles una mala pasada. Tomaron algún tipo de medicación, y un grupo se quedó en la mina, mientras cuatro hombres, Márquez, el intendente, y ambos guías, bajaban hacia las otras estaciones.

Durante el trayecto se cruzaban a la distancia con el recorrido del Cablecarril, que, como pendiente del cielo, mostraba toda su imponencia y su evidente inexpugnabilidad. Al llegar al la estación ocho, “Los Bayos”, los hombres descansaron. Márquez por su parte, repitió la ceremonia que había realizado en las otras dos estaciones. Para entonces, ningún hecho fuera de lo común se había producido.

No obstante, él no necesitaba que se produjese algo. Sabía perfectamente lo que estaba sucediendo. Solo debía encontrar una explicación a todo eso y ver la mejor manera de solucionarlo. En esta estación todo era puna. Totalmente desprovista de vegetación, estaba todo a la vista. Mientras estaban allí, un arriero con algunos animales pasó por el sendero, saludando a su paso a los visitantes, algo sorprendido por supuesto por tanta presencia.

Era algo común, a pesar de la altura, este tipo de actividad, inclusive se cruzarían seguramente con algún que otro explorador o guía de montaña.

Luego de un rato, Márquez les pidió que lo llevaran a la estación siete. Hacia allí continuaron sobre la falta de la montaña, bajo un paisaje de inexplicable magestuosidad y belleza. A lo lejos, por encima de sus cabezas, las torres del Cablecarril permanecían inexpresivas y desafiantes ante semejante espectáculo. En un momento Márquez hace un gesto hacia arriba, señalando las torres distantes en ese punto unos cuatrocientos o quinientos metros y les dice a todos que miren hacia allí. El silencio fue abrumador. Todos se quedaron mudos y de inmediato detuvieron su marcha. Márquez en cambio esbozó una sonrisa y dijo solamente:

-Vamos, que falta un buen tramo todavía y esto no termina.

Los hombres reanudaron la marcha, sin despegar la mirada de las dos torres, entre las cuales se desplazaba, como desafiando a la misma historia, una vagoneta, posiblemente cargada del precioso mineral.

Al llegar a la estación siete. Todos, todavía impactados por aquél inexplicable espectáculo, se detuvieron a descansar, sin dejar de comentar lo que habían visto. Comieron y bebieron algo, mientras Márquez repetía su minuciosa ceremonia.     

Luego se unió a ellos para comer también algo, al mismo tiempo que otro arriero, con vestimenta más de obrero que de montañero, pasaba por el sendero saludándolos y perdiéndose por el opuesto. Todos respondieron al saludo, mientras que Márquez solo se limitó a reír y mover la cabeza de un lado al otro en evidente signo de negación.

Después, se puso de pie y lo llamó al intendente aparte, fueron hacia la construcción la estación y allí intentó explicarle algo de lo que había descubierto.

-Tenemos que volver ya en un rato –le dijo- sino nos va a agarrar la noche.

-Sí, y le puedo asegurar que la temperatura va a descender mucho más de lo que está ahora.

-Seguro –agregó Márquez- ¿Qué piensa de ese hombre que pasó recién a caballo?

-¿Qué pienso? Pues, no sé, que era un arriero tal vez. ¿Porque me pregunta eso?

-Por nada. ¿No notó algo medio extraño en él?

-No, quizás uno se debiera preguntar que hace por estos lados. ¿Es eso?

Ahora Márquez sonríe nuevamente. Y luego agrega.

-No, no es eso. Luego le explico que es. Vamos al tema en cuestión ahora. Le voy a decir claramente lo que está sucediendo aquí, que es en definitiva el motivo por el cual me llamaron.

Lo que ustedes han presenciado en estos últimos dos meses, y un poco más también, y van a seguir presenciando hasta tanto solucionen algunos problemas que tienen, no es ni más ni menos que las lágrimas del Famatina.

El intendente lo miró entonces sorprendido, sin llegar a comprender absolutamente nada, para luego continuar escuchando:

-Existen hechos, situaciones, que por extrañas que parezcan, no dejan de ser reales. Lo que alguien puede tomar como, digamos, difícil de entender, sin querer utilizar palabras que puedan llegar a ser más impactantes, no dejan de formar parte del mundo en que vivimos, de este mundo palpable que tenemos a nuestro alcance. Que nosotros podamos o no interpretarlas de una manera u otra, no hacen que sea algo fuera de lo natural, simplemente no lo podemos interpretar, no lo podemos entender.

Ustedes me llamaron a mí porque tengo la habilidad de poder entender algunas cosas. Ese entendimiento y mi intuición, pueden llevarme a ver un poco más allá y poder comprender algunas cosas que la gente común no puede. No digo gente común de manera peyorativa, no, para nada. La gente común, sin cierto entrenamiento o más aún, entendimiento, no puede ver ciertas cosas.

Pero como le dije antes, esas cosas no se apartan del mundo real, del mundo natural, si se quiere. Forma parte de él y debemos entenderla de esa forma. El mundo no está compuesto por cosas o situaciones reales e irreales. Son todas reales, solo que algunas más entendibles que otras. Es solo eso.

Lo que está sucediendo aquí, desde hace un par de meses, es una manifestación de este lugar, de este ambiente, de este hábitat, si se quiere, contra determinadas actitudes de los hombres que pretenden provocar cambios que no son los más apropiados.

Venga conmigo hasta allí –continuó diciendo Márquez, mientras lo llevaba hacia un rincón más apartado que desembocaba en una pronunciada pendiente- ¿Sabe que pasó en este lugar cuando construyeron el Cablecarril, no?

-Sí, lo sé perfectamente. Se lo llama “el pozo de las ánimas”, mucha gente murió desbarrancada en este lugar.

-Exacto. Éste ámbito, este lugar, es un lugar espiritual por excelencia. Pero no lo tome a mal, no se inquiete, no le tema. Es un lugar rico. Aquí hay mucha gente que dejó su vida en pos de la fiebre del oro, por aquellos tiempos, cuando se los consideraba el material descartable para la construcción de este medio construido para generar riqueza sin tener en cuenta los costos en vidas humanas que ello significó.

Esos espíritus, ricos en historia, ricos en sufrimiento, en trabajo, dejaron sus familias en pos de conseguir el sustento de cada día. Luego, pagaron con sus vidas para darle al patrón lo que el patrón quería. Esos espíritus, puros, aman esta tierra, estas montañas, este hábitat y saben que esta tierra, estas montañas y este hábitat nuevamente están en peligro, por la ambición del hombre que no pone atención en tierras, montañas o hábitat. Ellos defienden su ambiente, y la única manera de manifestarse ¡es esta! Lo hacen de la forma que tienen a su alcance. Intentan llamar la atención, como ese arriero que acabamos de cruzarnos hace unos minutos, si, el que usted y los demás pensaron que era un arriero. ¿No me cree? Salga a buscarlo ahora, ya mismo. Perdería su tiempo. Jamás volverá a verlo.

Ellos aparecen y desaparecen. Hacen ruido, golpean y gritan entre ellos para llamar la atención. También mueven vagonetas. Hacen que las calderas, quemen sus troncos abstractos para generar el igualmente vapor abstracto que las mueven. Crean chillidos de metales y un montón de hechos más que cada vez se harán más y más evidentes y que lamentablemente yo no puedo evitar.

Puedo entender lo que está sucediendo. Puedo explicárselo a usted. Usted podrá explicárselo de la misma forma a la gente y ellos podrán o no entenderlo. Aquí no hay nada sobrenatural mi amigo. Lo que no llegamos a comprender, lo que nuestra mente no puede llegar a digerir, lo catalogamos como sobrenatural. Lo sobrenatural no existe, son todos hechos científicos que se rigen bajo las mismas leyes creadas por la naturaleza (llámela Dios, si lo prefiere), alguna de esas leyes escapan al entendimiento de la mayoría de las personas. Eso es lo que está sucediendo aquí. Es un llamado de atención. No puedo hacer nada yo para detenerlo.

-¿Y qué debemos hacer para detenerlo?

-Paren de destruir al Famatina. Ellos dicen que El Famatina no se toca. Luego de esto, ya no habrá más golpes, ni gritos, ni vagonetas que se mueven sin sentido, ni cosas que suceden, que no puedan entenderse.

-¿Y cómo les explico todo esto a ellos y a toda la gente? –preguntó el intendente señalando a los otros dos hombres que estaban apartados.

-Bueno, creo que sería más fácil dejar de dañar el ambiente a que ellos pudieran entender lo que le estoy diciendo. Pruebe por ese lado y no tendrá que dar explicaciones poco entendibles.

 

Bibliografía: “Un cable hacia las nubes”, por  Carlos Eduardo González, Alpinismonline.com, Febrero 2013.

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