Novela

1/1/2021

Invisible Carmes�

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Novela

Invisible Carmes�

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Invisible es el tiempo. Invisibles sus componentes y todo aquello que hace que un corazón siga latiendo. Y aquel amanecer tan lejano, donde la brisa y el rocío de la mañana danzaban tiernamente sobre las hojas, y las restingas. Y aquel río, que ya no es tal. ¡Cuánta agua vertiendo desde las nacientes del Paranaiba! ¡Cuánta agua ha pasado por aquel lecho, en todo este este tiempo invisible!

Si invisible es el tiempo, invisible es el agua, el meandro, el lecho y sus afluentes. La tierra, el sol y la lluvia son invisibles al sentimiento. El sauce y los parajes que cobijan, ahora también son invisibles. Y aquel mismo sentimiento, es igualmente invisible al corazón. ¿Corazón? Sí, aquel que también es invisible. ¿Invisible el corazón? No, el corazón no es invisible, simplemente ya no existe.

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El hombre se prestó a abordar el tren en la estación Retiro. Llevaba un bolso mediano, rompe vientos en mano y anteojos negros. Buscó el ramal Retiro-Mitre y se acomodó en el primer vagón. Luego, al llegar al final del recorrido, hizo el trasbordo, de Mitre, a la estación Maipú del nuevo ramal de la costa.

En el suave deslizar sobre los rieles, el calor del verano era imperceptible. Se acomodó en un asiento del moderno coche español de la Serie FGV 3700 que ahora circulaba por el renovado ramal, mirando hacia la costa del Río de la Plata. "La misma costa" -pensó- pero qué diferente”. Al pasar por la estación “Anchorena” tuvo una avalancha de recuerdos.

Una gota de sudor le habría recorrido la mejilla, si no fuera por el aire acondicionado del moderno coche. Era sábado, y los sábados la costa se llena de gente. Al pasar por la estación “Barrancas”, sobre el andén de enfrente, el mercado de antigüedades deslumbrante de curiosos que se agolpaban, llamó su atención. Luego, San Isidro R, y las barrancas florecientes del verano, con sus hedores y aromas de flores silvestres, traspasaban su imaginación.

Y una tras otra, las estaciones de un mundo moderno, lo hacía volver por momentos a la realidad. Finalmente, el tren se detuvo en la estación Delta. Bordeó la calle lindante con el Parque de la Costa y luego enfiló hacia la estación Fluvial. Luego miró a su izquierda y cambió de opinión. Entró en la confitería y pidió un refresco. El sofocante calor de la media tarde sucumbió ante una atmósfera refrescante de aire acondicionado. Se sentó junto al ventanal que daba a la estación fluvial, y contempló. Su cabeza pareció estallar de recuerdos. Era imposible. Ya no había más lugar allí dentro para más recuerdos. Quiso eliminarlos de un plumazo, pero entre ellos recordó que estaban grabados a fuego. No pueden borrarse. Esperó media hora y luego salió del local y enfiló hasta la oficina indicada. Allí preguntó por una persona y luego de una charla y firma de papeles, se encaminaron en automóvil hasta una guardería náutica sobre el río Reconquista.

Ambos hombres bajaron y buscaron al responsable, quien ahora dio la orden de bajar la embarcación y acondicionarla para el viaje. Tras verificar toda la papelería, el hombre abordó la lancha y puso proa por el Reconquista hasta la desembocadura en el Luján. Eran las cuatro de la tarde. Decidió pasar por un almacén para aprovisionarse y llenar varios bidones de combustible. Terminado esto, volvió al curso del Luján hasta la entrada del Carapachay, allí remontó.

Cuarenta minutos después, desembocaba en el Paraná de las Palmas. "Magnífico espectáculo" -se dijo- y bordeó la costa oeste. Al llegar al cruce del Canal Gobernador Arias, allí donde éste último cruza el Paraná y se convierte en Canal De la Serna, dudó un instante: "¿Remonto o sigo?" … "No, todavía no. Mejor sigo". Y continuó impasible por el Paraná. A las siete de la tarde, llegó a las inmediaciones de Puerto Campana, sobre la izquierda. Cruzó entonces la embarcación hacia la margen derecha y siguió remontando. A las siete y media, pasó bajo el puente del complejo Zarate-Brazo Largo e inmediatamente una nueva encrucijada: "¿Tomo por el canal Matías Irigoyen, o sigo hasta la convergencia con el Guazú?" Siguió hasta el río grande.

Pasó por el margen opuesto a la ciudad de Zárate y pudo contemplar las primeras luces de la noche que se encendían tras una sofocante jornada estival. A la salida de Zárate se detuvo en un muelle abandonado y recargó combustible. "¿Puedo cenar ahora?" … "No, todavía no, más adelante.". Encendió el motor y continuó remontando. Luego, sobre el horizonte occidental, pudo divisar algunos nubarrones amenazantes, hasta pareció divisarse algún resplandor. "¿Tormenta?" -se dijo- "No importa." Continuó. Enfiló entonces la embarcación hacia el centro del río, porque la noche estaba cayendo y temía no ver algún tronco caído sobre la orilla. En ese marco de semi oscuridad, se encaminaba hacia la confluencia del Paraná de las Palmas y el Paraná Guazú, la más soberana de las confluencias. Allí arribó a eso de las nueve y media y cruzó la gran boca, rebosante de corrientes amenazantes que se bifurcan hacia los dos grandes ríos, pasó algunos instantes de incertidumbre por el inmenso bamboleo. Luego éste cedió y tomó dirección este-sudeste, a unos treinta metros de la costa de las Lechiguanas.

A eso de las diez de la noche creyó estar cerca del lugar indicado, y se acercó un poco más a la orilla. Encendió el reflector y lo enfocó hacia el monte. Luego de andar a baja velocidad durante unos diez minutos, pudo divisar el inconfundible muelle. Allí estaba, por supuesto, abandonado, como la mayoría de las cosas que alguna vez, le pertenecieron a sus recuerdos. Amarró la embarcación y descendió. Primeramente, tomó una linterna de su bolso y entró en la isla con el único objetivo de asegurarse que estaba en el lugar indicado. La casa ya no estaba. En su lugar, un montículo de maderas y restos de ladrillos y material, que en otros tiempos habían sido parte de ella. Pero no había dudas. Estaba en aquel mismo lugar, donde una noche, hacía ya cuarenta y cinco años, había conversado con aquel hombre, en busca de información acerca de una historia, que ahora, ya ni siquiera tenía la más mínima importancia.

El hombre pasó la noche en el paraje. Luego de cenar, acomodó unas mantas en el muelle y allí durmió. A la mañana siguiente, apenas el sol apareció entre un cielo algo encapotado y casi amenazante, tomó las cosas, las cargó en la lancha y luego de reabastecerla de combustible tomó rumbo descendente por el Paraná Guazú. En medio de un paisaje imponente de agua y monte, los recuerdos volvieron a atormentarlo. Le era casi imposible contener las emociones. Pero lo logró. "No …" -se dijo- "… todavía no.".

Dos horas después pasó frente a Puerto Constanza y cruzó la boca del Talavera y el puente del Complejo Zarate-Brazo largo. Lógico. Cuarenta y cinco años atrás el puente no estaba, y ahora contemplaba el espectáculo de atravesarlo con un asombro que, por un instante, lo marginó de tiempo y espacio.

Enfiló luego desde el centro del meandro hacia la margen oriental, en jurisdicción de la provincia de Entre Ríos. Varios kilómetros después, llegó a la boca del Río Carabelas. Tomó a la izquierda, siguiendo el curso del Paraná Guazú. Luego, cruzó el meandro en dirección a la costa opuesta, buscando su objetivo que a los pocos minutos apareció a su derecha: el Paraná Miní.

A las once y media de la mañana entró en el río y redujo la velocidad, siempre sobre la margen derecha, y a los pocos kilómetros empezó a buscar. Luego de algunos minutos pudo vislumbrar la inconfundible boca del Arroyo Grande. Inmediatamente entró en el riacho. Era prácticamente como andar por un túnel. Los árboles sobre su cabeza se confundían hacia el centro del meandro. Varios metros después pudo reconocer sobre la margen izquierda uno de los lugares: "Hernando Plaza" -se dijo- y continuó, siempre en forma muy lenta. Media hora después llegó al lugar. También inconfundible. Amarró la embarcación en los restos del muelle y tras tomar solamente su bolso de mano se internó en la isla.

El sendero sorprendentemente, estaba allí, intacto. Los matorrales bastante crecidos no habían logrado imponerse al otrora paso del hombre. Luego de un trecho de cuatrocientos metros llegó a un descampado donde un enorme caserón abandonado y herrumbrado, dominaba el paisaje. Lo recorrió cuidadosamente. Entró en la casa, que, sin ningún tipo de mobiliario, resistía al paso del tiempo. La escalera que llevaba al primer piso, donde estaban las habitaciones ya no existía. Tampoco el granero, junto a la construcción principal. El arroyo Las Vacas, corría casi seco detrás de la casa. Todo casi destruido, pero igual a sus ojos.

Siguió entonces por el sendero en dirección al almacén. Allí el mismo espectáculo. Un salón abandonado y ninguna mesa de lo que otrora había sido el comedor. Estaba todo oscuro, pero, así y todo, imaginó la figura de aquella dama, que con bandeja en mano se aprestaba a llevarle a la mesa su pedido. Quiso y tuvo grandes intenciones de estallar en llanto, pero se dijo: "No, todavía no." E inmediatamente salió del lugar y retomó el sendero en dirección a la plantación.

Volvió a reflorecer aquel sentimiento de necesidad de llanto, al recorrer ese sendero donde cuarenta y cinco años antes, había conocido a la persona que involuntariamente habría de atormentarlo por el resto de su vida. Pero pudo contenerse nuevamente.

A eso de las tres de la tarde, pasó junto a lo que parecía haber sido una plantación, ahora cubierta de matorrales y espinillos. Siguió camino. Pasó junto a la escuela abandonada y siguió en dirección al paraje de las Cuatro Bocas. Una hora después y a unos pocos metros del lugar, el sendero se abría y pudo divisar movimiento en la casa junto al Río Carabelas y el Canal De la Serna. No dejó que lo vieran y se escondió detrás de unas cañas. "Deben ser los descendientes de Ruiz Moreira" -pensó. Estuvo contemplando durante unos veinte minutos y finalmente volvió sobre sus pasos en dirección al abandonado hotel.

Ya cerca del crepúsculo llegó al lugar. Tomó su bolso, comió algo y casi en las últimas luces del día se dijo: "Solo resta una cosa: recorrer el pantano".

Dejó su bolso en el suelo y sin llevar siquiera una linterna -a pesar que la noche estaba cerca- atravesó el hilo de agua del arroyo Las Vacas y entró en el pantano.

El lugar estaba bastante seco, pero sería por poco tiempo, porque ahora la tormenta se avecinaba. Sería cuestión de horas, tal vez. Allí no había sendero, así que debió ingeniárselas para atravesar los incipientes bañados que brotaban del lugar. "Es la segunda vez que entro aquí" -se dijo. Pero no guardaba ningún temor. Siguió y siguió su camino. No pudo reconocer ningún lugar, porque el tiempo se había encargado de borrarlo casi, de su memoria. Además, era todo igual. Cada paso que daba lo llevaba a un sitio que era idéntico al que había dejado unos pasos atrás.

En el pantano dominaban los descampados. Estaban, no obstante, de tanto en tanto, diseminados algunos sauces, pero eran los menos.

Había recorrido unos cuatro kilómetros, según calculó, hasta que finalmente se detuvo. Encontró una piedra bastante considerable en tamaño y allí se sentó ya bien entrada la noche.

Fue entonces que se dijo: "Ahora sí, creo que llegó el momento …".

De inmediato, el hombre rompió en llanto. Se tapó el rostro con ambas manos y lloró. Desconsoladamente, con un llanto guardado durante cuarenta y cinco años en lo más oculto e inexpugnable de su corazón. Y largos minutos, sin poder mitigar la causa de su dolor. Y a cada llanto venía uno más profundo.

El hombre lloraba y al mismo tiempo gritaba a los cuatro vientos la causa de su sufrimiento: "¿Por qué? … ¿Por qué tanto dolor? ¿Es que no pensaste el terrible daño que me estabas ocasionando? ¿Pensaste que lo mío era algo pasajero, que se apagaría con el correr de los días? … Pues no.”

“Aquí me ves, totalmente desmembrado. Sufriendo una muerte lenta durante cuarenta y cinco años. Y tan grande es mi dolor, que durante todo este tiempo no pude encontrar la forma de poner fin a mis días, porque tu imagen repercutía minuto a minuto, segundo a segundo sobre mi mente y corazón. No supiste calcular tanto dolor. Estoy seguro que no lo hubieses hecho de haberlo sabido. ¿Por qué no pudiste darte cuenta que estaba hablando en serio? ¿O es que vos no me quisiste tanto como yo te ha amado durante estos años? “

“Ahora es imposible. Es imposible ya seguir viviendo con todo este dolor a cuestas. Hazme un favor, si es que puedes escucharme, si tienes algo de compasión. Ya que nunca más podré volver a verte, debes cumplir con mi pedido. ¡Por favor, mi querida Laura! ¡Llévame contigo! … Por favor … Hazlo ya. Ahora mismo. Mátame en este instante y terminemos con este sufrimiento. Yo no tengo fuerzas para hacerlo …"

- Ya es suficiente - interrumpió una voz por detrás.

- ¿Qué? - dijo el hombre, cortando el llanto de forma inmediata.

- Que ya es suficiente … Paolo Montesini.

Muy lentamente el hombre volteó, sin pensar en encontrarse con semejante panorama.

- ¡Laura!

- Tranquilo. Todo está bien.

- ¿Sos vos Laura? Estaba en lo cierto. No me equivoqué.

- Si, Ricardo, soy yo, estoy cumpliendo con mi promesa, te dije que volveríamos a vernos.

- Decime solamente que no estoy imaginando todo esto. Esto es demasiado bueno para ser cierto. Mi vida no admite cosas buenas.

- Aguarda un instante -dijo Laura acariciándolo- respira profundo y trata de calmarte, yo te voy a ayudar. Esto no es un sueño. Esto es real. Trata de recuperarte y luego hablaremos. Tenemos muchas, muchísimas cosas de qué hablar.

- Estoy tratando.

- Bien. Así, eso es. No te desesperes más. Como te dije, ya todo ha terminado, gracias a Dios. Ya es tiempo que dejes de ser Paolo Montesini, y te reencuentres finalmente con Ricardo Hubert.

- Pero, no entiendo. ¿Cómo sabes lo de Montesini?

- Yo todo lo sé.

- Déjame verte Laura, -acariciando su rostro- es increíble. Estas igual. No has envejecido. Y Mírame a mí, soy, soy …

- Shhhh. No digas lo que estás pensando, eres hermoso a mis ojos. Pronto entenderás todo.

- ¿Qué dijiste? -interrumpió Ricardo más sobresaltado de lo que estaba.

- … dije que pronto entenderás todo.

- Pronto entenderás, sí, eso es lo que dijiste hace cuarenta y cinco años y aún no acabo de entenderlo. O al menos, algunas cosas, otras ya la fui comprendiendo.

- Aquí estoy yo, mi amor, para explicártelo.

- ¿Dónde estuviste todos estos años Laura? ¿Sabes cuánto te he buscado en este tiempo? ¿Sabes el dolor que tengo aquí? -señalándose el pecho- ¿Puedes entender esto?

- Si mi amor, puedo entenderlo y puedo asegurarte que he sufrido tanto como tú.

- ¿Has sufrido como yo? ¿Puedes sufrir de la misma forma bajo tu condición?

- Si, se puede sufrir, bajo mi condición. Con la diferencia que bajo mi condición, no tienes forma de mitigarlo. Digamos entonces que he sufrido casi tanto como tú.

- No te entiendo del todo Laura. ¿O creo no entender lo que aquí está pasando en este momento?

- Si Ricardo, lo entiendes muy bien. Es exactamente lo que estás pensando. Lo que está pasando en este momento, es precisamente lo que estás pensando.

- Pero entonces Laura … era cierto, mi conclusión era cierta.

- Lamento desilusionarte, pero sí … es cierto.

Hubert se mantuvo en silencio con los ojos desorbitados y luego de un buen rato pudo finalmente recobrar algo de calma. Luego de esto prosiguió:

- Entonces, ¿Qué hacías en "Las Acacias" en aquel entonces?

- Bueno, eso fue una confusión de la cual no pude despegarme. Creí encontrar a otra persona en un primer momento, cuando me di cuenta del error ya era tarde. Me había vuelto a enamorar. Pero desgraciadamente, eso no me estaba permitido, así que me vi en la obligación de abandonar todo.

- ¿Entonces todo empezó aquella noche de tormenta, aquí en este mismo lugar? -haciendo una seña en derredor.

- Creo que sí.

- ¿Si yo no hubiese entrado en este pantano, tú no hubieses ido nunca a "Las Acacias"?

- Así es.

- ¿Lamentas haber ido a "Las Acacias"?

- Lo lamento desde el punto de vista del daño que nos ocasionó, pero nunca por haberte conocido.

- Pero … Laura.. ¡Vos sos real, puedo tocarte, eres real!

- Te dije que esto no es un sueño, claro que es real. Bueno, según el concepto que tú puedas tener de la realidad. La realidad para algunas personas es muy limitada. Yo creo que en todos estos años has aprendido convenientemente a tener una clara noción de “la realidad”. Has dado un paso fundamental en tu vida. Has dado un paso más que fundamental aún, en el entendimiento. Pocas personas pueden darlo. A pocas personas se les otorga la posibilidad de darlo. ¿Me explico?

- Entonces … era cierto. Santo Dios, era cierto …

- Déjame hacerte una pregunta Ricardo, ¿Cuándo supiste que debías volver al pantano?

- En realidad, hace poco tiempo. Hace algunos años hicimos una investigación y en cierto momento se me puso en contra. Inconscientemente yo sabía la verdad, pero no quería reconocerla. Quise eliminar por completo la existencia de Ricardo Hubert.

- ¿Y qué pasó?

- Como te dije, la investigación se me vino en contra, ya que era cuestión de tiempo en descubrir que Ricardo Hubert y Paolo Montesini eran la misma persona. Entonces decidí abandonarla por completo.

- ¿Y Laura Ezcurra?

- Lo tuyo fue más complicado. No me diste la información correcta.

Laura sonrió.

- ¿Y entonces?

- Bueno, hace un par de años me deshice del diario, porque ya estaba cansado, lo vendí. Y en mis ratos libres decidí investigar por cuenta propia. Digamos que profundicé la investigación en Campana. Pero fue difícil. No había demasiada información y la que había era posterior a mil novecientos treinta y no encajaba con nada. Finalmente, por obra y gracia de la casualidad, caí en la casa de un coleccionista, digamos un bohemio de muy buen pasar económico que guardaba cualquier cosa que se le cruzara en el camino. Tal es así que tenía colecciones completas de revistas, enciclopedias y … periódicos. De todas las épocas que puedas imaginarte. Fue así que con su ayuda empecé a buscar y buscar y avanzaba, paradójicamente retrocediendo en el tiempo. Hasta que finalmente llegué a un periódico de mil ochocientos setenta y nueve. ¿Te resulta familiar ese año?

- Bastante.

- Bueno, así me enteré. Sobre la embarcación perdida, el naufragio, y los cuerpos rescatados. Ahora todo cerraba. Como te dije esto sucedió hace casi dos años. Digamos que luego del hecho, que por cierto me produjo muchísimo impacto, me quedé más tranquilo. Aunque el dolor, mi amada Laura, nunca lo pude mitigar. Finalmente decidí esperar el momento indicado, y con el convencimiento que éste era el preciso hice lo que hice y aquí estoy, listo, dispuesto a lo que tenga que venir.

- Mi amor, has sufrido tanto por mi culpa … -agregó Laura sin dejar de acariciarlo- ¿cómo voy a remediar esto?

- En cierta forma Laura, ya lo has hecho. Haciéndome conocer la verdad, puedo sobrellevar con mayor espíritu el dolor que, por cierto, ha sido tan grande que no creo que tenga remedio. Pero bueno, lo importante es que estás aquí.

- ¿Y qué sientes ahora al estar hablando conmigo? ¿Cuál es tu sensación? ¿Cuáles son tus sentimientos?

- No sé muy bien, es extraño. Ahora que estoy más tranquilo, te diría que es una sensación de paz. No es miedo, no, para nada. Es que no sé, es muy difícil de describir. Digamos que es una extraña paz espiritual. Me cuesta mucho creer que estoy ante ti, y por sobre todo que tú eres, lo que eres.

- Reconozco que no debe ser fácil de digerir.

- Laura …-interrumpió Hubert tomándole las manos- mi amada Laura. ¿Puedes contestarme ciertamente con la verdad a la pregunta que estoy a punto de hacerte?

- Por supuesto, mi amor, ya no hay nada que ocultar …

- Dime la verdad. ¿Estoy vivo yo en este momento?

- Claro que estas vivo. Ese corazoncito -dijo Laura señalando el pecho de Ricardo- está latiendo como hace muchos años no lo hacía. Créeme, yo ya no puedo volver a ocultarte la verdad. Todo está sobre la mesa. Ya sabes todo, solo debes intentar entenderlo.

- Me cuesta. Realmente me cuesta muchísimo. Digamos que tengo razones, todo esto no es muy normal.

- Entiendo.

- Bueno … y ahora Laura, ¿cómo sigue todo esto?

- Es muy simple, mi amor, muy simple. En un rato más, en pocos minutos, te quedarás dormido en mis brazos. Dormirás, un buen rato, como no has dormido desde hace muchísimo tiempo.

- ¿Y después?

Laura meditó un rato, y luego sonriendo, agregó:

- Después despertarás. Despertarás renovado. Serás el Ricardo Hubert de hace cuarenta y cinco años, y juntos viviremos por estos pantanos, y por estas islas y ríos. Tendremos todo el tiempo del universo para disfrutar de nuestro amor.

- Valió la pena haber pasado por todo. Amarnos por toda la eternidad. Nunca lo hubiese imaginado.

Ricardo se recostó en los brazos de Laura y comenzó a llorar nuevamente.

- Tantos años - habló sollozando - Tantos años para tanta felicidad. Esto es increíble.

- Tranquilo mi amor, tranquilo. Todo terminó. Ahora duerme. Duérmete en mis brazos, por favor …

- Son muchos recuerdos, me duelen los recuerdos de tantos que son. Aquellos senderos. Tu figura a la luz de la luna. Qué cosa tan hermosa … Y tus cabellos. Esos cabellos que traslucían el carmesí de un atardecer de verano. Es mucho dolor.

- Duerme, mi amor, duerme ahora …

- ¡Y mi perro! …aquel negrito, que dejé una tarde en aquella orilla. Aquel negrito que murió de tristeza esperando que volviera …

- No te preocupes más por eso. He estado con él todo este tiempo.

- ¿Volveré a ver al negrito?

- Nos está esperando del otro lado del pantano, ya verás, ahora duerme. Ya ha llegado la hora. Duerme mi amor, que este sueño sana todas las heridas.

 

 

 

Si alguna vez usted, navegando por el delta del Paraná, en algún recodo o remanso, bordeando alguna isla, o bien en una pequeña playa, vislumbra las figuras de una mujer, un hombre y su perro, no se desespere, que no le llame la atención, ellos están allí para salvarlos de algún posible naufragio.

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