Novela

1/1/2021

Invisible Carmes�

Novela

Nota final del autor

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El Paraná. Ese río de ensueño que teje un delta para verter su espíritu en el otro gran río del Plata, en su camino infalible hacia el mar. Es el Paraná un refugio de los más descabellados sueños de quimeras, de una vida ardua y concluyente, sobre esas islas que el propio río supo dibujar desde tiempos remotos.

Un conglomerado de ilusiones, de esperanza, vestigios de dolencias y sudores, de aquellos que supieron con su espíritu de guerreros, forjar un espacio maravilloso para sus vidas.

También, como vimos en Invisible Carmesí, es un refugio insoslayable para el amor. Ese amor que trasciende a través del tiempo, que descansa en una playa solitaria sobre las tibias corrientes estivales del Miní, y se propaga indefectiblemente hacia otra dimensión, aquella que vive en la eternidad.

Muchos escenarios mostrados en Invisible Carmesí, fueron parte de aquellos años de juventud de este humilde autor. La referencia de Paolo Montesini, en esos paseos por las mañanas de sábado por el bajo San Isidro, atravesando las vías muertas del viejo tren del bajo, fueron traídas a este libro, desde aquellos maravillosos recuerdos que tengo, de recorrer las viejas estaciones abandonadas, entre Borges, en Olivos, hasta la misma San Isidro R., donde también, por aquél entonces, me permitía soñar como había sido aquel tren que había funcionado precisamente hasta el mismo año de mi nacimiento, y que luego, pasó a mejor vida. Lo que nunca me hubiese imaginado por aquel entonces, que ya cerca de finales del siglo XX, ese mismo tren, con otro aspecto mucho más moderno, iba a volver a rodar por aquellos rieles otrora sanguíneos, producto del óxido de tantos años de desuso. Eso sí fue ciertamente, un deseo hecho realidad.

Otro escenario que recuerdo muy vivamente, y que me tocó vivir ni más ni menos que en el mismo delta del Paraná, allá por 1986, en una isla alejada de la tercera sección, fue el paso del cometa Halley, que en esta obra, puse en boca del mismísimo Ruiz Moreira, describiendo una escena idéntica a la que yo mismo pude observar por aquel entonces, en ese mismo sitio, si mal no recuerdo a comienzos de marzo, en una noche casi de fantasía, como brotando desde el mismo monte de sauces, y con su coma llegando casi hasta el cenit. Tal escena quedó definitivamente guardada en mi memoria. Recuerdo que me produjo un gran impacto por entonces, de allí que la traje a la ficción, para que quede grabada en este libro, cuando mi efímera memoria, tenga a gusto jugarme una mala pasada.

¿Y qué nos queda de todo esto? Las tardes de verano del Miní. El Paraná por excelencia. El río bordado desde las restingas, que acaricia la tierra candente de enero, en su trayecto inevitable hacia un final de sal y madréporas, aún distante.

El Paraná Miní, el gran protagonista de esta historia, que supe recorrer allá, quizás hace tanto tiempo, y me pegó una bofetada disfrazada de sustratos, y refulgentes hedores de bancales. Me llevo entonces al Miní, para que guarde receloso esta historia. Mi humilde historia concebida a través de su influencia. Y mi agradecimiento a aquel río inquebrantable, que corre lejos, no tan cerca de mi alcance, pero que siempre llevo en el recuerdo.

Y mi modesto homenaje hacia el Miní, responsable de esta historia.

 

Paraná Miní

De L’arc en Ciel, Carlos Eduardo González, 2015, Ediciones del Taller.

 

De carne amarronada, de brazos refinados,

de cantos y suspiros al monte reflejados,

de bordes y remansos en quiebres confinados,

de líneas predilectas, de sueños no soñados.

 

La luna teje sombras en esos firmamentos,

la luz de las estrellas se ahoga en sus cimientos,

se cuela entre su sangre viviendo esos momentos,

de dulce algarabía, destraba descontentos.

 

Y el manto de perfumes que al aire entumecía,

cobraba más presencia y al viento sometía,

aromas destruyendo aquel aire que pedía,

un poco de clemencia sintiendo que moría.

 

Refugio de albardones que emergen desafiantes,

buscando perpetuarse con trazos penetrantes,

consiguen su objetivo tan solo unos instantes,

y luego se sumergen en gritos muy distantes.

 

Terreno de sauzales que besan la corriente,

la tocan y acarician sintiendo ese torrente,

de arcillas y edredones, de hierba y de nutriente,

brebaje de dulzores, de lluvia y de vertiente.